Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comEl mayor mérito del proceso de Ricardo Gareca es haber superado una tara que lo aquejó en un inicio: la liviandad mental que la selección peruana tenía para responder a la circunstancia adversa. La blanquirroja, hoy, es un equipo que sabe recomponerse rápido y levantar partidos.
    Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

El significado del término "proceso", tan pervertido por el cortoplacismo inevitable de una sociedad cuya mitad de habitantes percibe ingreso diario, cobra sentido y vigencia cuando comienzan a cosecharse los frutos del trabajo. En el caso de la selección peruana, los dos años que Ricardo Gareca lleva al frente ya permiten graficar una evolución en diferentes aspectos, uno de los cuales es puntual, concreto y decisivo: la capacidad de Perú de sobreponerse a la adversidad y dar pelea. Este grupo de jugadores carecía crónicamente de ella y hoy, como lo ratificó en Venezuela, ha construido una fortaleza de la que el fútbol peruano, en general, ha estado siempre desprovisto. Y para eso siguió un camino.

LA ENFERMEDAD. Quedó al descubierto en Santiago de Chile, en un Nacional de Ñuñoa repleto, la noche de San Pedro y San Pablo de 2015. Sin duda, no era la noche de San Carlos, pues a Zambrano en esa ocasión se le salieron todos los demonios y configuró un absurdo. Perú, que había puesto contra las cuerdas al equipo de Jorge Sampaoli durante 20 minutos brillantes, se reveló como un equipo emocionalmente frágil: sucumbió a la primera provocación. Quedó diezmado y sujeto a la derrota en un Clásico del Pacífico que significaba bastante en el marco de una semifinal de Copa América.

EL SÍNDROME. En Lima, por la segunda fecha de Eliminatorias, el Chile de Sampaoli volvió a estar al frente y la receta para ganarle a Perú fue parecida: provocar al jugador correcto y sacarlo del campo. Christian Cueva pisó el palito; pero más fuertemente aun lo pisó el resto del equipo, que se descontroló, dejó espacios y, pese a voltear el partido, dejó que se lo voltearan a sí y se expuso a la goleada. Quedó claro esa noche que lo de Santiago no había sido casual: era un grupo fácilmente vulnerable en lo anímico y que, al primer golpe, perdía atolondradamente los estribos.

Uno de los primeros golpes que sufrió Perú lo tuvo en Salvador de Bahía ante Brasil. (Foto: AFP) 

LA EMERGENCIA. En Salvador de Bahía, cuatro días después del 3-4 ante Chile, el caso se agravó. Perú comenzó el partido con un intento de abrir el campo y aprovechar al máximo la experiencia de Paolo Guerrero en el Brasileirao, pero encajó un gol -golazo- de Douglas Costa a los 22' y pasó del día a la madrugada más oscura y fantasmagórica posible. Súbitamente, el equipo se volvió apático, desganado y desorbitado: Brasil -versión Dunga, con todo lo que eso implica- hizo tres, pero pudo conseguir más de habérselo propuesto. Se tocó una sima.

EL QUIEBRE. Se produjo ante Venezuela, y en otro 2-2. Porque ese día el equipo de Gareca fue superado con claridad por un equipo anímicamente tocado que salió a jugársela toda en el Nacional, y comenzó a lograr un resultado inesperado ante una blanquirroja que repitió el patrón: se fue al hoyo espiritual con el primer gol en contra. Esa vez, el DT de la selección tuvo un gesto clarísimo que cualquiera que sabe de fútbol comprende de inmediato: salen del campo Jefferson Farfán y Claudio Pizarro, entran Édison Flores y Raúl Ruidíaz. Mensaje para todos, descifrable -más que para los promotores del chamuscado "viejos a la tumba, jóvenes a la obra"- sobre todo por quienes estaban en el campo: había que reaccionar. Había que sobreponerse. Había que empatarlo como se hizo. Aun a la mala; pero con el propósito claro de responder. Fue una contestación al guerrazo, al como fuera; pero se contestó. Primer paso.

EL APRENDIZAJE. Un partido muy importante para comprender cómo Perú comenzó a dejar ese agujero negro anímico se jugó en la lejana ciudad de Glendale. Allá, a los más de 40 grados de calor del desierto de Arizona y en un estadio herméticamente cerrado con aire acondicionado -el de la Universidad de Phoenix-, Perú volvió a dar gala de un juego atildado y elegante que sorprendió a su rival: se puso dos goles arriba de Ecuador, con baile de por medio, e insinuó la goleada. Pero el 'Tri' de Gustavo Quinteros no se desesperó: aquilató el golpe, se reorganizó y, sin atolondrarse por el gol, aplicó su libreto y forzó el 2-2. Esa noche, el equipo de Gareca recibió una lección práctica: era posible levantarse ante la adversidad haciendo, con método, lo mismo que se sabe hacer.

Christian Cueva y el gol de penal ante Argentina en el empate 2-2 en el Nacional. (Foto: ANDINA) 

EL EFECTO RETARDADO. En la primera fecha doble tras la Copa América Centenario, Perú fue primero a La Paz y tocó fondo. Una vez más, la blanquirroja naufragó en su pozo anímico luego del gol de tiro libre anotado por Pablo Escobar, y fue superada por una Bolivia de figuras veteranas y nada más que voluntad. Era un partido de deshaucio, pero cuatro días después, en Lima, hubo capacidad de pararse y lavarse la cara ante un Ecuador muy difícil. Que empató parcialmente por el peso de su colectivo, pero ante el cual Perú aplicó lo aprendido en Phoenix: no variar el libreto, no acelerar de más y taladrar y taladrar hasta que el gol llegara por las buenas. Lo logró Renato Tapia y lo gritó un país entero.

EL NIVEL 1 COMPLETADO. En la siguiente fecha doble, el alumno comenzó a ir solo al colegio. Vino Argentina a Lima y se puso arriba temprano vía Funes Mori; Perú, sin embargo, no cambió el libreto, no se desesperó y lo metió contra las cuerdas hasta que cayó el empate vía Guerrero. Con un Nacional entregado y un Edgardo Bauza temeroso de lo peor, la albiceleste lucía groggy y casi resignada al segundo cuando el más cuestionado de los suyos, Gonzalo Higuaín, maquinó una corrida inesperada para poner otra vez a su equipo arriba. Una vez más, era la circunstancia de siempre: un gol encajado cuando mejor se jugaba. Pero se produjo la reacción de nunca: Perú no se fue abajo e insistió con lo mismo hasta que llegó el empate vía un penal convertido por Cueva. Cinco días después, en Santiago, se logró plantarle pelea a Chile pese a haber hecho un primer tiempo horrible: se consiguió el empate y solo se perdió por una genialidad de Arturo Vidal, el distinto de ellos. Pero el patrón ya estaba: Perú había superado el mundo 1 de este difícil videojuego contra su propio ánimo.

EL PRIMER GRAN ÉXITO. Llegó en Asunción en una noche inolvidable, que otra vez empezó muy mal. Se perdía desde temprano con un golazo de Christian Riveros, pero Perú lo afrontó con madurez y seguridad de que tenía cómo explotar los defectos del rival. Desde los 20 minutos de juego, aproximadamente, se notaba que en efecto la blanquirroja estaba en capacidad de igualar y remontar el partido; pero el gol tardaba en caer, circunstancia que típicamente desespera en este país; pero ya no a este grupo, que esperó y esperó hasta que en el complementó vacunó. Y lo hizo una, otra y otra vez más. El épico 1-4, primera victoria de la blanquirroja en una cancha antaño vedada como el Defensores del Chaco, fue la primera comprobación de que este equipo de Gareca había comenzado a aprender a responder a la adversidad. Como de hecho lo hizo, pese al resultado, en el siguiente partido ante Brasil, cuando también encajó un gol en los momentos en que mejor jugaba y otra vez siguió forzando la igualada. Cayó 0-2, pero dejó una imagen de madurez que el propio Tite, el DT de moda en el mundo por estos tiempos, calificó como propia del rival más duro al que su 'Scratch' había enfrentado.

Perú demostró en Venezuela que es un equipo fuerte mentalmente. (Foto: prensa FPF) 

LA CONSOLIDACIÓN. Llegó en este partido ante Venezuela en Maturín, nuevamente fruto de un primer tiempo terrible y como reacción más pensada que puramente temperamental. Perú puso coraje, pero con inteligencia adecuada a un campo que no estaba para exquisiteces y sí para quien fuera más mañoso y preciso para llevar el balón al área contraria. Lo importante no era construir juego o trasladar la pelota; era simplemente hacerla rodar por allí para que algún mal despeje o resbalón fuerce un gol. Así fue sucediendo, y también a partir de la convicción de que existía capacidad de imponerse a un rival que no era mejor y que simplemente era metódico. Se le empató y pudo -y acaso debió- ganársele. El 2-2 recompensa el esfuerzo; y no satisface, pero sí convence en torno de la superación de una tara como la descrita desde el inicio de estos párrafos.

Como cierre, cabe puntualizar que la evolución de este Perú no pasa solamente por superar aspectos anímicos, y los resultados que a futuro se cosechen, tampoco. Solo es una pata de una mesa compleja, inestable y a la que es difícil sentarse, como la de las Eliminatorias Sudamericanas. Pero es indudable que la mejora existe y que eso debe ser valorado. Y que como parte de un proceso, hay un rumbo en este sentido que está claro y por el cual se camina ya sin desplomarse.

Fotos: AFP, ANDINA

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