Traumas de los que se aprende
Mariano Elías | @marianoeliasfut Redactor |
El fútbol peruano ha estado acostumbrado a sufrir algún episodio traumático cada década que lo ha llevado a reestructurarse o cambiar profundamente. Partiendo de la descentralización de 1966, la intervención del Gobierno Militar en 1974, por ejemplo, amplió a la fuerza las ciudades en las que se disputaba la Primera División más allá del real potencial de los clubes que existían en ellas. En 1984, la situación se agudizó cuando la crisis económica llevó a la creación de los Torneos Regionales para que los clubes pudieran ahorrar en viajes; ese sistema colapsó en 1991 y coincidió con una clara vuelta de tuerca en el país para el retorno del Descentralizado tras la abrupta reducción de equipos de 41 a 16 en Primera División.
Y así puede seguirse, yendo hacia atrás y hacia adelante, hasta el siglo actual: primero con el campeonato inconcluso de 2003, por la primera huelga de futbolistas que derivó en el 'Cuadrangular de a Tres' y el nacimiento del Safap, y luego con la recordada huelga de 2012. Hace exactamente diez años, futbolistas de casi todos los clubes organizaron una paralización de verano que llevó a que el Descentralizado de aquel entonces se empezara jugando con juveniles. En el camino, la Universidad San Martín, uno de los clubes más formales del momento pero que -a partir del contexto sociopolítico del país- tenía puntualmente en ese año estímulos para evaluar la retracción de su inversión, anunció su desaparición y no disputó aquella primera jornada.
Por aquel entonces, DeChalaca se pronunció firmemente en contra de aquel vergonzoso episodio, que fue uno de los puntos más álgidos de una época en la que el fútbol peruano era distinto, y no necesariamente en un sentido positivo. Resulta interesante repasar, en forma de ejercicio, qué ha cambiado desde entonces, y que aspectos se mantienen similares aún diez años después.
Lo que se hizo…
Quizá uno de los efectos más inmediatos que desencadenó aquella huelga fue la llegada de las administraciones temporales a Alianza Lima, Cienciano, FBC Melgar, Sport Boys y Universitario. Viéndolo en retrospectiva, quizá se pueda afirmar que hoy, a sus maneras y con sus propios problemas, todos esos clubes están mejor que por aquellos meses, sumergidos en deudas y con problemas de pagos a sus futbolistas. Es cierto que casos como los de los cremas y rosados aún las instituciones distan de un orden pleno, pero en cierto sentido se puede percibir una mayor formalidad general en el manejo de los equipos.
En cuanto a la organización del torneo, la Federación Peruana de Fútbol fue la que finalmente tomó el control para 2019, renombrándolo como Liga1 y gestando una serie de cambios que DeChalaca venía sugiriendo durante mucho tiempo y que final y felizmente tuvieron lugar. En especial, y más allá de los múltiples notorios avances en términos de marketing del certamen, vale destacar cómo la programación de los partidos se realiza de manera más ordenada; además, ya no es cuestión de todos los días asistir a la disputa un encuentro postergado de una jornada que debió terminar un par de meses atrás, como sí ocurría en 2012 y durante algunos años después.
En lo relativo al ámbito estrictamente futbolístico, se ha asistido al fortalecimiento deportivo –y en algunos casos, también institucional- de varios clubes del interior. En este tiempo, Deportivo Binacional, FBC Melgar y la Universidad César Vallejo han conseguido ganar trofeos; UTC y Cusco FC se consolidaron y pelearon muchas veces los primeros lugares, mientras que equipos como el hoy Ayacucho FC y Sport Huancayo, en 2012 aún nuevos inquilinos del profesionalismo, se han sostenido como clubes de Primera División. Y todo ello es sumamente positivo.
…Y lo que aún hay que hacer
Sin embargo, el fútbol peruano -como parte que es del Perú- en distintos aspectos sigue siendo relativamente similar al de 2012, sobre todo en lo referido al manejo de sus distintas instituciones. Los clubes, finalmente, siguen siendo los mismos clubes, con sus limitaciones y problemas. No han desaparecido los casos de manejos cuestionables o de incumplimientos con futbolistas; y aunque se espera que eso suceda, no parece ser tan sencillo.
Además, el organismo que en teoría debía sancionar a los equipos que cometieran una serie de faltas no ha funcionado. Paradójicamente, es la Comisión de Licencias de la FPF la que ha generado, en gran medida, las grandes polémicas en torno del descenso durante estas dos últimas temporadas, minando los positivos esfuerzos de otras áreas del mismo ente rector como la organización de la Liga 1. Se sigue, por tanto, asistiendo al insufrible mal hábito del choque entre distintos entes: si antes eran las eternas contradicciones entre las Comisiones de Justicia de la ADFP y la FPF, ahora los polos opuestos parecen estar dentro de las mismas oficinas de la Videna. Casos como la inscripción de Mathías Carpio, que alteró completamente el desenlace de la temporada 2021, resultan delirantes en tiempos en que el proceso de habilitación de un futbolista tendría que estar tecnológicamente automatizado para impedir su alineación indebida antes de un partido y no denunciarla después.
El hecho es que ha habido muchos esfuerzos durante el nacimiento de la Liga1, pero lo que sucedió en los últimos dos años los ha minado en gran medida. Es fundamental que exista una mejor comunicación de los distintos procedimientos de las instituciones que organizan y rigen el fútbol doméstico. Si un jugador está habilitado o no, o si un club ha pagado lo que tiene que pagar o no, tendría que ser información mejor comunicada de modo público a través de canales formales del propio ente organizador; solo así podrá asegurarse que lo avanzado en estos años no se quede en un pequeño intento de formalización y más bien se convierta en el camino para que episodios traumático como el de 2012 jamás vuelvan a ocurrir.
Fotos: Prensa Cienciano