Puntos (finales) sobre las jotas
Recibimientos, premios, balances, reflexiones, hasta canciones… No ha habido durante los últimos días quién no tenga algo que decir acerca de la Sub-17 de Juan José Oré y su extraordinaria actuación en el Mundial de la categoría. A continuación, algunas razones para aburrir con un comentario más ante los comentarios de moda.
Advertencia: esta no es un carta de agradecimiento al mejor equipo peruano de fútbol en categorías menores de la historia. Tómelo en cuenta: tampoco van a pagarle 16 mil soles por leerlo. Considérelo: puede saberle amargo que en horas de efervescencia popular haya quien prefiera pararse del otro lado de la vereda y plantear puntos sobre las íes -o, literalmente, las jotas- que se afirman acerca del que la sociedad peruana entiende hoy como orgullo colectivo.
No es cuestión de dar la contra al éxito. Este texto partió reconociendo que lo logrado por el equipo de Oré no lo consiguió jamás algún equipo de menores y eso basta y sobra para sacar pecho. Pero inventar rupturas de rachas como que esta selección llevó al país a un Mundial luego de 25 años o que clasificó a cuartos de final luego de 29 raya en lo fantasioso. Mezclar cifras de equipos de distintas categorías es un acto que contraviene cualquier criterio estadístico. En tal caso, África hace rato merecería ser llamado como continente con campeones del mundo por tener a Ghana y Nigeria, o hasta Arabia Saudita (sí, la misma de los dos jugadores por cromo en cada álbum de Panini) entraría en esa bolsa por el título que logró en el Sub-17 de Escocia 1989. Son historias distintas; Hermoza -felizmente- no es Rubiños y Duarte a Chumpitaz solo lo ha superado aún en talla. Que cada cual viva su momento, basta ya de extender culpas.
Otros comentarios son refutables desde nichos menos excéntricos que la estadística futbolera y más relacionados con el sentido común. Se dice: a los ‘jotitas’ hay que encaminarlos en un proceso de desarrollo ordenado. Hasta allí de acuerdo. Se dice: a los ‘jotitas’ no hay que hacerlos debutar en Primera todavía, es populista sugerirlo -a Arrué ya lo calificaron como tal sin siquiera cumplir una semana en el banco de Alianza-. Eso podía tener sentido antes de Corea del Sur con el fin de cuidar piernas; después de ella, lo pierde. La alta competición es cada vez más una exigencia para los 17 años, y el mejor ejemplo en el fútbol actual es Lionel Messi. A partir de lo último, también se dice: que los ‘jotitas’ emigren rápido y nunca jueguen en el medio. Visión miope de quienes siguen pensando que el paradigma de desarrollo del fútbol peruano pasa porque un grupo de iluminados haga grandes partidos y nos conduzca al éxito; la actual es una oportunidad dorada para que la industria del fútbol local explote a sus nuevas figuras, y más bien depende de estas -y su formación familiar- no dejarse arrastrar por los vicios de generaciones anteriores. Indudablemente, si todas las madres de futbolistas supieran contestar a las tautológicas preguntas televisivas como la de Manco, se verían mejores partidos cada fin de semana.
La tercera es de cajón: "Oré es un técnico que ha demostrado merecer mayores oportunidades" se repite cual estribillo. Es un franco alivio que ‘Jota Jota’ haya demostrado una sencillez poco común en aquellos técnicos que suman algo de éxito por estas tierras; por lo menos, da la impresión de que nunca cometerá el despropósito de acusar a alguno de sus jugadores de alimentar a su familia con gato. Igual será inevitable que su nombre sea puesto en la palestra cuando ‘Chemo’ pierda dos partidos seguidos, ya que el mundo del fútbol entiende poco de lo costoso que es matar la gallina de los huevos de oro. ¿En qué mejor lugar podría estar un entrenador eficiente en menores si no es con los menores? José Sulantay lo ha entendido bien en Chile; Pekerman en Argentina o Iñaki Sáez en España no lo captaron así y sus respectivas trayectorias lo pagaron.
Y para terminar con este molesto recuento, queda festejar un rubro en el que el Perú lucha decididamente el título mundial: el de los recibimientos apoteósicos y las premiaciones pomposas -ojalá algún día las chicas del vóleibol de Seúl reciban las casas que varios de los funcionarios del gobierno actual les ofrecieron en 1988-. A la gente, por cierto, nadie tiene derecho de quitarle la alegría. Porque al fin y al cabo, este equipo hizo feliz a todos. ¿Qué puede haber mejor para un apasionado del balón que llegar a su trabajo con poco sueño pero con la sonrisa en la boca producto de un amanecer triunfal? La Sub-17 logró que el niño que está desaprobado en Geografía supiera que Dusambé es la capital de Tayikistán, y sus jugadores son los responsables de que esa amiga tan interesante con la que uno puede hablar de cualquier cosa menos de fútbol comenzara a preguntar si Perú sería capaz de ganarle a Ghana. El reclamo no es para ese hincha, menos aún para el menor de edad que hasta ahora les hablaba orgulloso a sus amigos acerca de la Copa Kirín; la exigencia es a un sistema que necesita de menos lisonjas y más trabajo planificado. Que la buena estrella de esta selección haya encarnado, en parte, un mal entendido éxito de la desorganización directiva en el fútbol peruano es un efecto negativo que queda como legado. El día en que las botellas se destapen luego de un trabajo ordenado, esta crónica será la primera en invitar a sus lectores a vaciarlas a las 8 de la mañana de un viernes junto al papá de Gary Correa, ya que quien la suscribe se sabrá menos proclive a aparecer, algún día, en una propaganda televisiva de un programa fútbol del recuerdo peinando canas y dando gracias por haber tenido vida para ver a un equipo triunfar por única vez en Suwon y Seogwipo. Punto final.