Cincuenta no son suficientes

Emilio Lafferanderie, 'El Veco', se instaló en Lima en 1982 por una invitación de Alfonso ‘Pocho’ Rospigliosi. Ni el uruguayo ni su colega peruano sabían que el ‘Veco’ adoptaría estas tierras como suyas y aquí se quedaría hasta su sentido deceso en 2010.
Lo sorprendente es que Lafferranderie haya aceptado quedarse en piso peruano luego de la terrible experiencia que vivió 18 años antes en la misma ciudad. El ‘Veco’ fue el enviado especial de la revista El Gráfico a la capital para cubrir el torneo clasificatorio hacia los Juegos Olímpicos de Tokio 1964. Los dos cupos serían peleados por Colombia, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Perú, Brasil y Argentina. El uruguayo llegó para acompañar al que era un gran equipo argentino de fútbol, pero como él mismo relató en su crónica, el juego quedó de lado.
Tragedia internacional
“Sí, yo fui a hacer un partido, pero el partido no cuenta. Yo fui a Lima a ver la consagración argentina en el torneo preolímpico, y la consagración ha llegado, el viaje a Tokio es seguro, y sin embargo eso pasa a segundo plano.”
La historia en este país es harto conocida. Perú había vencido a Ecuador, Bolivia y Colombia y había empatado con Uruguay. Le faltaba jugar con Brasil y Argentina por lo que requería un empate ante los albicelestes para tentar opciones pues ante la ‘Canarinha’ se consideraba imposible algo más que una derrota. Sin embargo, a los 15’ Néstor Manfredi comenzó a complicar las opciones peruanas. El elenco local empujó y, cuando faltaban casi seis minutos, Víctor ‘Kilo’ Lobatón levantó la pierna para ganar un balón en el área argentina y la mandó al gondo del arco. Éxtasis, euforia en el Nacional. Cinco segundos después el ambiente era rabioso. Ángel Pazos había anulado el gol.
La rabia se transformó en locura cuando Víctor Vásquez, conocido como ‘Negro Bomba’, se metió a la cancha con la misión de atacar a Pazos -¿le suena conocida la historia?- y la intervención policial pasó de apremiante a urgente. La acción del ‘Negro Bomba’ elevó la furia de la tribuna y varios intentaron saltar a la cancha. Fue, en ese momento, que Pazos y los jugadores argentinos comenzaron a temer por su vida. Entre el miedo y la incertidumbre corrieron hacia los vestuarios, pero apenas llegaron a refugiarse en un baño. En ese grupo estaba el ‘Veco’, que esperó durante minutos y horas junto a los árbitros y el equipo gaucho en esa “zona de paz”.
“Un hombre lloroso irrumpió en el vestuario con un niño en brazos. No tendría más de tres años. De su oreja derecha salía un hilo de sangre. El doctor Raúl Bueno, de ejemplar actitud, trató de reanimarlo: respiración artificial, un dedo en la garganta. Todo inútil. Todos lloramos ante el cadáver de aquel niño que fue el primero que vimos de cerca…”
La situación no era más alentadora afuera. En aquel vestuario se confirmó el fallecimiento de aquel niño, pero afuera más de 300 corrieron la misma suerte. Las puertas inexplicablemente se abrían para dentro, los gases lacrimógenos en la tribuna, la estampida de gente, la histeria colectiva. Todo se juntó para desencadenar la tragedia. Por un gol anulado. Que acá se sigue reclamando como injusto aunque en ese vestuario, Alfredo Mesones Navarro, entonces jefe de deportes del diario La Prensa, aseguró que “el planchazo existió y Pazos cobró lo que correspondía”. ¿Tanta locura por un gol anulado? ¿Por uno que encima estuvo bien cobrado? ¿Tanto dolor puede crear el fútbol? ¿Tantos huérfanos, viudos y horror puede ocasionar?
“Sí fuimos a ver un partido, pero el partido poco cuenta. Fuimos a ver la consagración argentina, pero también se nos antoja relegada, pequeña, aunque el esfuerzo haya sido grande. Pensamos en el doctor Bueno, en la puerta hecha camilla, en el niño de tres años, en el llanto de Bulla… Un partido puede perderse, siempre puede perderse”
49 años en vano
Si hasta este momento no ha visto todavía el paralelo con una realidad que se vivió el año pasado, entonces, estimado lector, es momento de hacerlo. ¿Acaso aquel desadaptado que quiso agredir a Patricio Lostau luego del Perú - Uruguay no pudo haber tenido el mismo efecto que el ‘Negro Bomba’? La tribuna, igual que en 1964, hervía y los hinchas pedían la cabeza de los culpables. El estadio se olvidó de su propia tragedia y cualquier chispa podía detonar una barbarie parecida. Por suerte la situación no explotó y la única consecuencia fue una merecida sanción que obligó a Perú jugar a puertas cerradas ante Bolivia.
Tampoco se condenó mucho la acción de aquellos inconscientes que quisieron arreglar todo con la violencia. Poco se hace también con las barras bravas que, incluso, ya comenzaron a tener miembros que se matan entre ellos mismo. Los clubes otorgan la impunidad sin sonrojarse y delincuentes que van al estadio creen que un resultado vale más que la vida de los que los acompañan en ese recinto deportivo. Es hora de cambiar, de ser más estrictos. De mirar al pasado y entender que lo que una vez ocurrió está cerca de suceder de nuevo si no hay cambios. El fútbol es la vida de todos los que hacemos esta página, pero no vale más que la vida de nadie.
“Un partido puede perderse, siempre puede perderse”
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Recortes: revista El Gráfico
