Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

La final de la Copa Libertadores ha dejado al fútbol argentino por un lado al desnudo, en el estado más extremo de histeria colectiva, con sus distintos actores dispuestos a perder de cualquier manera los papeles si eso es necesario para asegurar un triunfo deportivo. Por otro, a partir de su incuestionable influencia cultural sobre el resto de la región, lo ha puesto en el radar del resto de América Latina, que suele importar o sin tapujos copiar los modelos que allí se desarrollan.

Uno de estos esquemas es la prohibición de asistencia de hinchas del equipo visitante a los partidos de fútbol. En Argentina se creó por primera vez para el fútbol de ascenso (categorías de la Primera B Nacional a inferiores) en 2007, luego de la muerte de Marcelo Cejas, aficionado de Tigre, tras un partido ante Nueva Chicago. Y se extendió a Primera División en 2013, cuando Martín Jerez, aficionado de Lanús, acabó muerto en medio de la represión policial en incidentes a la salida de un encuentro ante Estudiantes en el estadio Único de La Plata.

Este sistema ha sido adaptado en algunos otros países de la región, pero el Perú es el que más avances determinantes ha desarrollado al respecto. Desde 2016 se instaló la prohibición de que los encuentros clásicos entre Alianza Lima, Sporting Cristal y Universitario se disputen sin hinchas del equipo rival, con mayores o menores exigencias según lo álgida que estuviera la polémica sobre los efectos de la violencia en el fútbol -la reciente declaratoria, en varios casos absurda, de algunos partidos la metrópoli de equipos locales contra clubes del interior que no convocan hinchada como "de alto riesgo" es un capítulo más al respecto-.

Un Alianza Lima - Cristal, solo con hinchas blanquiazules. (Foto: Pedro Monteverde / DeChalaca.com) 

Los resultados de la medida en Argentina tienen adeptos y detractores. Por un lado se asume como una bajada de cabeza del fútbol ante los violentos: una salida facilista que acepta a las barras bravas como una realidad dada y no erradicable, por lo cual se corta el problema mediante el alejamiento forzado del estadio de una de las facciones. Para otros, ha sido un acierto que ha permitido recuperar la familiaridad en torno de la asistencia a los escenarios deportivos, a los que ahora los padres van con su esposa e hijos con la misma naturalidad con la que asisten a las instalaciones de sus clubes.

Esto último representa la central, decisiva diferencia respecto del caso peruano para la aplicación del modelo. En Argentina, la inmensa mayoría de aficionados de un club es también socia de él. Es más: el grueso de la asistencia al estadio no se define a partir de entradas puestas libremente a la venta, sino por el inmenso colchón que está preasignado a los socios de los clubes. Cuando los visitantes estaban permitidos, una dirigencia asignaba a otra un bloque de entradas que el club que iba de visita también distribuía entre sus socios por el mecanismo que mejor se creyera conveniente. Es muy baja o en algunos casos nula, como en el caso peruano, la libre venta por ventanilla o Internet, al punto de que averiguar los precios para un partido para, por ejemplo, un turista extranjero es bastante complejo y por lo general imposible hasta la misma hora del encuentro en el propio estadio.

En el Perú, en cambio, la mayoría de hinchas que asiste a los partidos de alta convocatoria no es socia de sus clubes. Se han intentado diversos mecanismos de registro, como sistemas de empadronamiento o abonos, pero en general la asistencia corresponde a un universo bastante volátil, cambiante. No es masiva la cultura de asistencia regular al estadio, sino que responde a impulsos esporádicos, al interés de ver a determinado rival o jugador. Por esto, se ha podido ver desde 2016 diversos infiltramentos de hinchas del club visitante a clásicos sin que exista capacidad real de las autoridades para impedirlo: porque cualquiera puede comprar con facilidad una entrada.

Rosario Central y Newell's Old Boys se fueron a jugar a Sarandí, a puertas cerradas. (Foto: Télam) 

Sin embargo, ninguno de los esquemas ha solucionado el problema de fondo: erradicar una violencia que es urbana, que responde a intereses ajenos al fútbol y que utiliza a este como una máscara para delinquir con facilidad. La última semana, Rosario Central y Newell's Old Boys debieron jugar el Clásico Rosarino por la Copa Argentina en Sarandí, a más de 300 kilómetros de su ciudad de origen, pero lo hicieron a puerta cerrada para evitar que las parcialidades cometieran actos delictivos o de fechorías en el trayecto. Fue una postal penosa, triste de subdesarrollo futbolístico.

Pese a eso, ante la clasificación de Boca Juniors y River Plate a la final de la Copa Libertadores, el presidente argentino Mauricio Macri propuso abiertamente que, como dicta el reglamento de la Conmebol, para ese cotejo sí se permitiera el acceso de hinchas visitantes tanto a 'La Bombonera' en la ida como al 'Monumental' en la vuelta. El pedido de inmediato causó fuertes reacciones y negativas de sus propios partidarios tanto deportivos -como el presidente de Boca Juniors, Daniel Angelici- como políticos -la Secretaría de Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires-.

Lo interesante es que a partir de eso, apuntes periodísticos como el brillantemente formulado por el reconocido cronista Alejandro Wall han permitido hurgar en la naturaleza de la prohibición del público visitante. Y en cómo personajes como Macri, en su rol dirigencial, promovieron decididamente que así se aplicara. El trasfondo, como suele ocurrir en estos casos, respondía a una lógica enteramente económica: con la obligación de reservar entradas para aficionados visitantes, los clubes locales con alta convocatoria de socios se veían obligados i) a tener menos capacidad de satisfacer la demanda de sus propios socios; ii) a dejar espacios vacíos en las tribunas como bolsones de seguridad para evitar la cercanía entre barras; iii) a costear los operativos de protección policial a los traslados de hinchas visitantes a los estadios -en Argentina, el fútbol financia por ley la seguridad provista por la Policía-.

¿Se hará sostenible un clásico entre Boca y River con ambos públicos? (Foto: Télam) 

Lo anterior, en casos específicos como el de Boca Juniors, es determinante pues el número de socios ya es incluso mayor al de asientos disponibles en 'La Bombonera'. El estadio está sobrevendido, se llena contra el equipo que se juegue y es prácticamente imposible que alguien que no esté asociado al club pueda conseguir una entrada para asistir. Pero es una situación singular, casi única, y a partir de cuya cadena de influencias -Boca sobre el fútbol argentino por su peso, el fútbol argentino sobre el resto de la región por su peso- ha generado un esquema que se viene pretendiendo universalizar.

En el Perú se jugaron este año cuatro clásicos, en los cuales los aforos de los estadios no podían ser completados por otras restricciones -Alianza Lima no pudo emplear la tribuna Sur en el último por prohibición policial, por ejemplo-. Por angas o por mangas, el modelo ni siquiera satisface la lógica económica de asegurar el aprovechamiento pleno de la capacidad del escenario deportivo para que eso beneficie económicamente al club.

¿Deben volver entonces los hinchas visitantes a los estadios? Por lo pronto, la final de la Copa Libertadores se jugará definitivamente sin ellos; revertir la medida de un día para otro era sin duda populista, oportunista y riesgoso. Pero en el Perú, dadas las diferencias estructurales con el caso argentino, bien podría valer la pena evaluar nuevos sistemas -como aprovechar que el nuevo director general de Inteligencia del Ministerio del Interior tiene un exitoso pasado como integrante del grupo de trabajo que desbarató al terrorismo en el país- que permitan diseñar una estrategia que ataque directamente a la violencia y, ojalá, haga que el Alianza Lima - Universitario del sábado 3 haya sido el último clásico jugado en el país con una sola parcialidad.

Fotos: Pedro Monteverde / DeChalaca.com, Télam


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