Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comEl fútbol, acá y afuera, fortalece su vínculo con la violencia. La convivencia entre ambos es insana, pero se ha hecho cotidiana y, lo que es peor, se denuncia poco pues muchos -entre ellos diversos protagonistas del juego- sucumben al miedo que los azuzadores propagan.

Era la noche del 9 de septiembre de 1997. El padre llega a la casa, luego del trabajo, e interrumpe el sueño de su hijo de seis años para decirle, en voz baja, “despierta un rato y mira lo que traje”. Pasan unos segundos para fijar la mirada y el niño estira una sonrisa inevitable. La noche de aquel día fue larga. Iba a ser su primer partido de fútbol. Uno de la selección en el estadio Nacional. Ansiedad, emoción, incertidumbre, felicidad… ¿Cómo se vivirá un partido de fútbol en el estadio? La mañana llegó y, como es lógico, a medida que la espera es más inquietante, el tiempo pasa más lento.

Hasta que llegó la hora de entrar al Estadio Nacional. El padre sube cauteloso y el niño se suelta de su mano para subir en carrera las escaleras e ingresar a la tribuna Oriente. Tras el último escalón, alza la mirada y se encuentra con la cancha, los arcos, el círculo del mediocampo, las tribunas, la arquitectura, las voces, todo un conjunto que lo deja quieto por varios segundos. Aquel 10 de setiembre de 1997, quien escribe recibió una primera impresión inolvidable y la demostración de que el amor a primera vista sí existe. La mirada no supo refugiarse en un solo lugar y mi emoción fue incontenible. Observé y grité el sorprendente gol de Roberto ‘Chorrillano’ Palacios, pero no pude ver el de Germán Carty (2-1). La acción hizo parar a todos y el tiempo no fue suficiente para pisar y empinarme sobre la banca de madera del Estadio Nacional. Aun así, salté y grité el gol junto a un abrazo a mi viejo. Era imposible no hacerlo.

Ese 10 de septiembre de 1997, pues, me di cuenta que ir a la cancha es mucho más que ver de cerca a los jugadores, exigir un resultado, descargar tus frustraciones o tomarte una foto. Ir a la cancha es vivir y disfrutar del fútbol. He ido, desde entonces, a repetir el mismo ritual y disfrutarlo en distintas canchas. Sin embargo, casi diez años después de la primera impresión, me llevé otra terrible para confirmar que el fútbol había sido secuestrado, como bien argumenta -con recuerdos inteligentemente emotivos que inspiran lo aquí planteados- Gonzalo Bonadeo en un estupendo artículo publicado la semana pasada en el diario Perfil de Buenos Aires.

Perú - Uruguay por las Eliminatorias a Francia 1998. Un encuentro que, de ganarlo el cuadro peruano, le permitiría seguir con chances de clasificación (Foto: AFP)

El 19 de enero de 2007, en el estadio Monumental en pleno amistoso Universitario - Sport Boys, vi cómo era arrastrado y ninguneado este deporte. Cómo un grupo de delincuentes, admitidos bajo el seudónimo de barristas en esta sociedad futbolera, humillaron el juego que algunos amamos en este país. La vida vale poco para esta gente; dentro del fútbol, no vale nada. Porque hay elementos que mueven a estos tipos sin criterio que confirman que en el planeta no hay animal que pueda ser más salvaje que el hombre. Estos grupos inservibles y dañinos para el fútbol aparecieron, crecieron y tomaron poder gracias a la inacción y motivación directa o indirecta del sistema.

Animales del folclor

El fútbol se ha dividido en dos especies: ganadores y perdedores. Conoce solo la victoria o la derrota, el  éxito o el fracaso. Los resultados son la excusa para la carnicería de los dirigentes, periodistas, técnicos, empresarios y jugadores, que se llenan la boca con la promesa de un estilo ganador. El futbolista, cada vez con menos voz y voto por decisión propia, acepta. El técnico, siempre fiel al dirigente porque, al fin y al cabo, es quien decide su estancia en el cargo, también admite el régimen de victoria o vergüenza, porque se tiene que vender un discurso digerible para el hincha. Este último, pues, nunca pierde. Cuando la victoria le sonríe, se identifica; cuando no, los jugadores, técnicos y dirigentes son los traidores a la causa. ¡Que se vayan todos!

Finalmente, toda esta cadena es santificada por el periodismo que dramatiza el fútbol con toneladas de fijaciones irrelevantes en lo anecdótico para, luego, generar sensacionalismo. El jugador, por ejemplo, está prohibido de:

1. Celebrar un gol ante su exequipo porque “le dio de comer”.
2. Decir que es hincha de otro equipo porque “no se identifica con la camiseta”.
3. Abrazarse para tomarse una foto con un jugador del rival porque “debe respetar al hincha”.

El hincha, a su vez, se gana el derecho a lo siguiente:

1. Reclamar en el tono que le da la gana a quien sea en el tono que sea porque “paga su entrada”.
2. Reaccionar con ferocidad ante un arbitraje porque “el árbitro lo motivó con sus errores”.
3. Burlarse sin límite del rival con gestos, cánticos o cualquier acto discriminatorio (xenofóbico, homofóbico, racista, etc.) porque “es parte del folclor”.

Manuel Burga y Julio Grondona, en su momento, nunca supieron hacerle frente a un problema real: la violencia en el fútbol (Foto: AP)

¿Quién hizo del insulto fácil y rastrero parte del fútbol? La responsabilidad no es de quien promueve estas formas, sino de quien las normaliza dentro del deporte. En ese sentido, en Sudamérica a la autoridades les faltó siempre un rol activo en el combate a las formas violentas: Julio Humberto Grondona en la AFA o Manuel Burga en la FPF, si por algo fueron especialmente criticables antes que por todo lo que se dijo de ellos, fue por lavarse las manos en problemas que "eran de los clubes". Léanse los derivados de las barras bravas y otros vicios cotidianos del fútbol que no se extirpan y solo se ponen bajo la alfombra con una que otra campaña pasajera, pero sin impactos concretos de inteligencia y fondo.

El primer acto vandálico de barras bravas en el Perú se dio en 1988 cuando el estadio Lolo Fernández fue saqueado y destrozado por un grupo de delincuentes “identificados” con Alianza Lima. Desde entonces se ha visto un bus quemado, delincuentes y personas inocentes muertas dentro y fuera del estadio y dirigentes que se coluden con los violentos en busca de aceptación. El fútbol peruano ha visto todo tipo de violencia durante 25 años, casi la misma edad de Luis Trujillo y Christian Cueva, por ejemplo. Dos jugadores que el último domingo reflejaron la forma en que estas generaciones han concebido el fútbol. Un deporte en el cual la victoria vale más que la vida, donde una barra brava es patrimonio del club y el fútbol es menos importante que una camiseta cualquiera.

Esta, pues, -no solo la que acude al fútbol, sino la que lo juega- es la generación de los hinchas de las barras, deformada por quienes viven de sacarle las tripas al fútbol y apañan día a día la violencia. Los “ajustes” ya no llevan comillas: hace unos días, cuando delincuentes irrumpieron en la propiedad privada e ingresaron al estadio de Universitario a "dialogar" con el plantel, una conductora de noticiero de un canal de cable reportó la noticia muy suelta de huesos con esta frase: "Los hinchas de la 'U' entraron al estadio Monumental a ajustar al plantel crema". Palabra que tiene, sintomáticamente, una definición nueva en la sociedad de las barras bravas; en la que además, “conocer de barras” llega a ser una mención periodística importante para algunos, porque son códigos que solo entienden los escogidos.

Esclavos de la violencia

A esto se le denomina folclor (Foto: EFE)

Lo ocurrido en Argentina la semana pasada en el Boca Juniors - River Plate demuestra, en otra magnitud, lo que pasa en casi toda Sudamérica y en el Perú. Hinchas apañados por dirigentes para hacer y deshacer en la tribuna; por jugadores con aplausos de vergüenza; por periodistas con un silencio cómplice. La violencia ha calado tan hondo que todos razonamos con ella como concepto básico para entender el juego. La ideología de estos grupos vandálicos se ha trasladado a todos los sectores del deporte y no se puede, ni se quiere hacer nada para desaparecerla del fútbol.

Así, Agustín Orión o Miguel Araujo, con matices, encajan en el mismo perfil de gente que creció en medio de este espiral de violencia. Cuyos efectos, en el colmo del absurdo, llevan a extremos como que el zaguero aliancista incite la violencia de las tribunas luego de haber sido a inicios de año él mismo víctima de esos actos después del cotejo que los íntimos perdieron por goleada ante Huracán sin público por Libertadores.

Las campañas pasajeras solo son un acto de sensibilidad social. Pacifican el momento y sin duda aportan: en Uruguay, el último fin de semana, la Asociación Uruguaya de Fútbol lideró en redes sociales la creación del hashtag #DisfrutáElClásico para prevenir violencia en el Peñarol -Nacional. Fue agradable ver desde un ente rector del fútbol diversas imágenes de hinchas de ambos equipos abrazados y compartiendo momentos de alegría. Sin duda, un esfuerzo replicable, aunque no sea perfecto: Antonio Pacheco, figura de Peñarol, se rehusó a participar de la campaña pues -según su argumento- la consideró un mero paliativo que no soluciona el problema de fondo.

Peñarol - Nacional, el clásico del fútbol uruguayo, se desarrolló en el marco natural de un encuentro futbolístico (Foto: prensa CA Peñarol)

Con asidero o no el razonamiento del 'Tony', es indudable que el combate efectivo a la violencia en el fútbol solo se dará con planes sostenidos y de inteligencia. En el Perú, la respuesta concreta del Ministerio del Interior siempre ha sido clausurar o prohibir. Poner una anestesia. Mientras que las mismas caras responsables de estos grupos violentos se ven semana a semana, y los actos se repiten. Los clubes, ha quedado demostrado, con la administración de quien sea, son incapaces de eliminar estas larvas del deporte. El plan de inteligencia, hasta ahora, no incluye acciones para neutralizar la relación barra-dirigentes; tampoco para identificar, denunciar y castigar a quienes lideran estas alianzas, ni mucho menos para proteger al deporte como espectáculo y competencia.

Mientras todos quieran sacar su tajada del fútbol, pues, mereceremos y conseguiremos muy poco. Con una nueva administración en la FPF, la oportunidad de que se note un liderazgo de parte de Edwin Oviedo y compañía en contra de la violencia en el juego -que debería empezar por sanciones duras a los protagonistas que la promueven, como los jugadores aliancistas el último domingo- es importante: es una buena forma de distinguirse de lo que hubo antes, si eso es lo que tanto se procura.

Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
Fotos: AFP, AP, EFE, prensa CA Peñarol


Comentarios ( 0)add
Escribir comentario
quote
bold
italicize
underline
strike
url
image
quote
quote

busy