Eternamente abrazado al Perú

Pensé mucho si colocar o no la foto superior, por todo el bagaje emocional que encierra. Por un lado, para el hincha común, significa el estremecimiento de ver juntos a dos hombres que hicieron historia en la prensa deportiva peruana; acaso los dos hombres que, en distintos momentos, la transformaron. Por otro, en esta aciaga hora de dolor, en la que abundan los elogios y palabras hermosas para el inmenso Veco que se fue, me remite a los escasos comentarios negativos que he leído, que giran en torno de su relación con Pocho Rospigliosi, el gran referente peruano de la pluma y el micrófono que en 1982 trajo a don Emilio a esta tierra de la que no se movería más.
He decidido, pues, poner esta foto encabezando este artículo de adiós a mi gran ídolo, ante todo, porque los años de haberlo escuchado a diario me dan la seguridad de que a El Veco así le gustaría. Porque siempre, sin falta, y aun en los momentos en que más lo fustigaban respecto del tema, recordó con palabras de aprecio y cariño a Pocho, con el agradecimiento de haberle dado la oportunidad de hacer carrera en este país. Y porque creo -opinión de parte- que incluso por encima de su prosa invalorable y de su mágico hablar, ese que envolvía a la hora del Show, la gran lección que deja El Veco a los que hacemos periodismo es cómo convertirse en el número uno de un medio: simplemente siendo el mejor, dejando que así lo juzgue el público y -cómo me provoca tomar prestado a estas alturas del párrafo un oído a la música-, sobre todo, guardando la prestancia de ser tal, enorme virtud de la que tanto carece este medio y por la cual él respondió a cualquier crítica cizañosa con la misma sonrisa con que culminaba el chiste de gallegos de rigor.
Porque hoy que el Perú, que América entera lloran a El Veco y más de una lagrimón baña este teclado, quisiera preguntarme por qué en el periodismo deportivo peruano estamos aceptando que la criolladita, el raje, la cacha, el adjetivo fácil, el improntus grotesco estén comenzando a ser vistos como estilo referente. Y por qué, como decía el viernes, don Emilio se tiene que ir ahora cuando el medio más lo necesitaba para combatir la noticia fácil y el copy paste; pero principalmente, cuando lo requería como referente no solo de cómo hablar o escribir, sino de línea, de conducta periodística.
Con parangones
A diferencia de don Emilio, Pocho no es mi ídolo, básicamente porque no lo llegué a gozar en vivo y en directo. Aunque, siendo absolutamente sincero, no sé si lo habría sido tampoco, al menos periodísticamente hablando. Sí creo, en cambio, y después de haber estudiado muchísimo no solo sus textos, sino los que él hizo producir en los grandes proyectos periodísticos que acometió, que fue alguien admirable para el fútbol como un todo. Un adelantado total a los tiempos al descubrir, casi de modo empírico y sin necesidad de tecnicismos, la importancia del marketing como complemento del juego del hombre. Un tipo que revolucionó el periodismo deportivo peruano porque convirtió el bodoque de información en una sábana combinada de títulos y fotos agradables a la vista. Alguien que, antes que cualquiera, entendió a cabalidad lo que significaba el concepto producto fútbol.
El Veco, en cambio, fue un periodista nato, de vocación. Un dentista de profesión que se sentó en la máquina de escribir por pasión pura y cumplió ese oficio de contar historias magníficas sobre lo que ocurría en un terreno de juego mejor que nadie. Por eso, a su llegada al país, emprendió la segunda revolución del periodismo deportivo peruano: la de dejar de solo reportar para pasar a narrar. La de no solo decir lo imprescindible, sino también lo importante, lo cautivador. Y no por necesidad de vender un mensaje -eso caía por su propio peso gracias a lo articulado de su discurso-, sino por compromiso con la búsqueda de la perfección.
Por eso, si hoy Pocho viviera, no solo creo que haría callar con fraseo inteligente a todos los que se regodean diciendo que los partidos del torneo local son malos y aburridos, haciéndole daño al producto fútbol; también creo que volvería a traer a El Veco para que lo ayudara en su cruzada de defender el valor de ese mercado. Entiéndase: no mentirle al público, no decir que es genial un partido cuando su nivel es bajo; simplemente tener claro que aun cuando pueda haberse visto noventa minutos pésimos, hay un arte que permite hacer una nota lo suficientemente inteligente como para divertir al público con el peor de los ceros a cero. Ese arte propio de los grandes que exige imaginación, inventiva, inteligencia, laburo, chamba; y que por eso mismo escasea en los medios que nos quedan hoy a la vera del maestro.
No soy quién -apenas había nacido entonces- para comentar por qué se generaron los intríngulis que hicieron que la única foto que tengamos de Pocho abrazado de El Veco sea la de arriba. Sí caigo en la cuenta, en cambio, de que a partir de los ochenta el fútbol se encarriló decididamente en todo el mundo a ya no ser solo un deporte ni un espectáculo, sino también un negocio en la misma dimensión -y no solo como una consecuencia secundaria-. Eso, como en cualquier industria, hace que las funciones y oficios se redefinan y se amplíen. Y que, por ejemplo, aparezca desde la ética la noción de conflicto de intereses para hacer incompatible la labor del periodista analítico con la del promotor entusiasmado.
Estoy seguro de que, en estos tiempos, la cátedra que Pocho elegiría estudiar o dictar en una carrera de periodismo deportivo sería la de marketing, algo que no existía en sus tiempos. Estoy seguro, además, de que sería el gran referente en la materia, el más capaz, el más audaz e ingenioso. Y estoy también seguro de que El Veco sería, como lo fue hasta el sábado, como lo será siempre en el espíritu de los que fuimos sus alumnos a la distancia, el número uno de los periodistas deportivos.
Sin parangones
Como ya dije, no soy el indicado para explicar la relación de dos coetáneos que revolucionaron, en sus respectivos momentos, la manera de vivir el fútbol y el deporte en general en el Perú. Sí puedo, en cambio, contar que cada vez que pregunté a respetables periodistas de la generación que fue amiga en común de ambos acerca del tema, la respuesta fue que se magnificaron demasiadas sensaciones más allá de lo que había realmente ocurrido. Y leyendo comentarios muy atendibles como los de los lectores del muy enterado blog de Arkiv Perú al respecto, puedo concluir que hasta los programas cómicos hicieron su parte para -al mejor estilo del gracioso y a la vez odioso Paolín-lín-lín- crear mitos donde no existen verdades. En parte por esa quisquillosa y peruanísima costumbre de andar viendo "quién es más que quién".
Como fuere, siempre me pareció admirabilísimo cómo, en desventaja ante un medio que te puede decir "extranjero" como insulto, llevó siempre El Veco el tema. Cómo con paciencia y buen humor se rió de sus detractores y dejó que las leyes del mercado lo juzgaran como el mejor. Cuando lo conocí, a los diez años de edad, él me regaló una frase que entonces me impactó pero que me ha marcado de por vida: "Se puede hacer esto todos los días por pasión, porque te encanta, pero ten bien abiertos los ojos siempre. Allá afuera (de la cabina de radio) hay mucha mierda, mucha mierda que te va a querer hacer daño. Pero no les hagas caso y sigue hacia adelante, siendo tú". Y en los años sucesivos, cada vez que escuchaba en otras partes del dial pachotadas sobre su relación con Pocho o sobre él mismo, iba entendiendo cómo podía sobrellevar las críticas malintencionadas con tanta altura.
Todo eso me lo dijo después de lo que podría considerar, hoy más que nunca, 17 de los minutos más inolvidables de mi vida en una conversación al aire en Antena Uno. No sé a cuántos niños de esa edad, solo por el hecho de dizque saber sobre fútbol, un monstruo de la talla de don Emilio habría tenido la generosidad de regalarles tanto como una charla con su ídolo y sus oyentes sobre cuál era el panorama para la Sub-23 de Fernando Cuéllar en el Preolímpico, cómo les iría a Cristal y a Boys en la Libertadores, el posible destino de Pedro Dellacha en Alianza y hasta un análisis de la realidad del vóley junto a Pepe Troncón, alguien de los que más sabe de eso en el país. Después me acompañó a la puerta de la radio y se subió a su Amazon blanco tras darme un cálido abrazo y decirme que si quería dedicarme a esto, lo hiciera primero escribiendo y luego hablando o pensando en las cámaras, porque solo el escribir formaba al periodista.
Creo que si DeChalaca.com existe, es, al menos en lo que a mi rol en ella compete, en muy buena medida por lo que don Emilio me dejó esa tarde de martes en febrero de 1992 en la puerta de Antena Uno. Y por eso, cuando lo vi hace pocos días en su cama de la clínica San Borja haciendo un conmovedor zapping entre el fútbol y el vóley mientras dos enfermeras lo atendían, no me sorprendí: él estaba viviendo su pasión hasta el final. Como conté el viernes, no me animé a entrar, y aunque hoy todas esas imágenes agolpadas juntas me forman un nudo en la garganta y me cortan el hilo para seguirle dando a las teclas, tampoco me arrepiento de no haber entrado al cuarto. Porque El Veco jamás habría hecho una nota en un momento impertinente, sin por ello someterse tampoco a la dictadura de las conferencias de prensa, "lo peor que se ha inventado", como siempre decía.
Me quedo hoy con eso, con los cinco viejos cassettes de 60 minutos -de colores distintos, uno para cada día de lunes a viernes- que dejaba en mi casa para que me grabaran su programa en Antena Uno porque comenzaba a las 14:00 y yo volvía del colegio a las 15:45. Con la tarde en que me peleé con mi adorado abuelo por haberme escondido la radio para que "ya no escuches tanto a El Veco". Con el recuerdo de esos viajes de una hora del centro de Lima al hogar en los que el malestar que produce el tráfico no existía porque el Show del Veco lo neutralizaba robándose mi concentración. Con la mirada a su foto abrazado a Pocho para reivindicar que gracias a él se fue de este mundo abrazado al Perú. Con la nostalgia de saber que no lo voy a poder escuchar más, pero con el privilegio de haber comenzado a ver fútbol interpretado por él. Con la satisfacción de haberlo disfrutado estos 28 años que hoy tengo, un año más que los 27 que él dedicó en el oficio al Río de la Plata que lo vio nacer. Con la pena de haber visto partir al más grande.
Foto: revista Ovación

Se podran escribir miles de articulos,sobre El Veco,sobre tu profesion de periodista deportivo,sobreel rol del periodista.Tu lo has hecho en una forma admirable y sabes por que?Porque tanto tu admirado Veco como mi admirado Pocho,estan con Lolo alla arriba,diciendo,valio la pena dedicar mi vida al futbol,al Peru,si hay alguien que siente lo que tu tan bien describes en tu columna.
Un saludo afectuoso
Javier L
Los que descubrimos la pasión por el fútbol guiados por Pocho en los 70s lo consideramos como el maestro dedicado y apasionado de la escuela. El Veco, en cambio, fue para nosotros una suerte de catedrático de educación superior y postgrado en el fútbol.
Ambos distintos en todos los extremos pero similares en su profunda entregada a su pasión por el periodismo deportivo.
Dos maestros sin igual.
En mi Blog : http://www.fotosfutbolperuano.blogspot.com cierro la entrada dedicada a El Veco con la siguiente frase: "Tantas veces habló de él en sus 28 años en el Perú que terminamos reconociendo a su mentor. El Veco nos dejó sin saber tal vez que él fue el Borocotó de muchas generaciones en el Perú".
Roberto muy buen artÃculo. Te felicito.
QEPD.