Foto: AFPMichael Owen, recientemente retirado, quedó en la retina del fútbol mundial como una gran promesa llamada a ser el mejor de todos que nunca se consagró como tal. Acaso su estampa se congeló en su golazo a Argentina en 1998.

 

Todo el mundo recuerda la carrera de Michael Owen en Saint Ettiene en el Mundial de 1998, pero yo tengo incluso presente la escena en la cabina de prensa. Estaba sentado entre los periodistas británicos, personas que ven una Copa del Mundo, principalmente, como una oportunidad para consumir 14 pintas diarias gracias a las dietas que les paga su medio de comunicación. Justo después de que David Beckham le lanzara el balón a Owen y el niño pequeño de cabeza grande echara a correr, los hombres que me rodeaban retorcieron sus barrigas cerveceras y comenzaron a golpear las mesas mientras gritaban "Vamos, ¡hijo mío!". Funcionó, porque Owen siguió su camino tan rápido que los defensores argentinos no parecían estar en movimiento. Y luego puso el balón en toda la escuadra. Una carrera idéntica del propio Owen, 6 minutos antes, había propiciado el penalti que el capitán Alan Shearer había transformado en el empate, neutralizando el gol inicial de Batistuta, también de pena máxima. En 16 minutos, y tras darle la vuelta al marcador, Owen se había convertido en una leyenda.

- Simon Kuper en Un recuerdo imborrable, publicado en la revista Panenka #18

Uno de los intelectuales más reconocidos que escribe sobre fútbol en el mundo no ha podido describir mejor lo que ocurrió la noche francesa del 30 de junio de 1998 en el estadio Geoffrey-Guichard de Saint Ettiene. Si la de Maradona en el Azteca rumbo a batir a Peter Shilton fue, según ese coloso de la narración llamado Víctor Hugo Morales, la jugada de todos los tiempos, pues la de Michael James Owen en carrera hacia el arco de Carlos Roa fue, sin duda, la jugada de aquel tiempo.

 

 

Como bien dice Kuper en el mismo artículo referido, lo que nadie sospechaba es que aquel punto sería la cúspide de la carrera de Owen. Que ese día el prodigio en ciernes del fútbol inglés, el Golden Boy, el que parecía más heredero de Charlton que de Gascoigne, tocaría su techo. Que no fue bajo, pero que tampoco fue todo lo alto que se necesitaba para hablar de un nuevo barrilete cósmico.

Por eso, Owen siempre fue promesa. Por eso hoy, incluso después de su prematuro retiro, su cara de niño, a veces bueno y otras malcriado, no deja de ser la de eso: la de un menor en ciernes, la de un futbolista en proyecto. Porque Owen, forever and ever, será solo aquel muchacho que prorrumpió en carrera para llevarse el balón de un campo a otro y decirle al mundo que Inglaterra también podía anotarle un golazo a Argentina.

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Foto: AFP

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