Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

El Perú ha ganado el premio a la mejor Afición de la FIFA 2018 un lunes que no fue cualquiera, sino el posterior al primer fin de semana en la historia en que su liga local se ha jugado sin público en las tribunas populares de los estadios de Lima y Callao, como medida antiviolencia. Y lo ha ganado no en una efeméride cualquiera, sino un 24 de setiembre, en el sétimo aniversario de la última muerte registrada de un aficionado dentro de un estadio del país -el tristemente recordado caso de Walter Oyarce en el Monumental de Ate-.

Perú se escribe con P de paradoja, y la única razón por la que lo anterior es explicable es porque el Perú. El país de Machu Picchu y el primer país productor de cocaína en el mundo; el país que crece a dos dígitos en plena crisis financiera internacional pero que ha visto a casi todos sus presidentes en este siglo afrontar procesos judiciales.

El fútbol peruano es, inevitablemente, parte del Perú, y por eso es solo una expresión más de sus paradojas. No es su culpa que los violentos hayan invadido sus tribunas en una escalada que lleva ya tres décadas; sí es su responsabilidad, directa y sin tapujos, no haber hecho todo lo que ha estado a su alcance para alejarlos de allí.

El clásico de 2011 marcado por la tragedia. (Foto: archivo DeChalaca.com) 

En las últimas semanas, del entorno del fútbol -jugadores, entrenadores, periodistas, hinchas- se ha escuchado todo tipo de descalificaciones a las últimas medidas antiviolencia en los estadios. Que sin duda son bastante criticables y a lo mejor serán hasta poco efectivas; pero al menos constituyen intentos por hacer algo contra un problema que existe y que, está dicho, no es culpa del fútbol pero sí es su problema, y de nadie más.

¿Por qué esa fiereza con la que mediáticamente se usa para tildar de incompetente a la Comisión Antiviolencia no se emplea para etiquetar de imbéciles a quienes van a los estadios o a sus exteriores a pelearse tras amenazarse orondamente en redes sociales? ¿Por qué se acepta como un hecho dado que el policía, que sin duda no pertenece a la institución más creíble del país pero no por eso deja de merecer respeto, tenga que ir al estadio a escuchar que una tira de impresentables le cante en la oreja lo que supuestamente hace su mujer mientras él está haciendo su trabajo? ¿Por qué cuando al minuto 5 del último Cristal - Municipal le cayó un escupitajo desde Oriente al árbitro asistente Pedro Espinoza ninguna cámara apuntó de inmediato al rostro del culpable para que lo retiraran del estadio como lo que es -un ser humano inapto para convivir en sociedad y, por tanto, alguien que debe estar lejos de un escenario deportivo?-.

Es verdad que, como se apuntó la semana pasada en una mesa redonda de muy buen nivel en Fútbol Como Cancha de RPP con representantes de los principales clubes del país, el fútbol no puede ni encarcelar a nadie ni deshacerse de los violentos sin el respaldo de una política de Estado en la materia. Es también cierto que prohibir banderolas, instrumentos, hinchas visitantes o el uso de Populares no conduce a soluciones de fondo; apenas son paliativos que se agotarán mientras alguien tenga la voluntad de sacarle la vuelta a la norma.

Unos son los hinchas, otros los violentos. (Foto: Andina) 

Por eso, está claro que el único remedio posible contra la violencia en el fútbol es la supresión de la presencia del violento en las canchas. Y en ese sentido, la estrategia más efectiva conocida en el mundo fue la desarrollada por los ingleses contra el hooliganismo. “Es que el Perú no es Inglaterra”, repetirán como cotorras los adalides del “es que nuestra realidad es muy distinta”. Pues bueno, que se callen la boca si no van a colaborar y dejen intentarlo a quienes sí quieren hacer algo.

Sí: quizá nuestra Policía no es Scotland Yard y no podría retener por dos horas en sus comisarías a los recusados por violencia. Pero entonces al menos que se trabaje en ruta parecida a la que siguió la selección peruana para volver una fiesta sus partidos: fomentar una experiencia completa que permita sincerar precios de entradas, generar mejor negocio a los participantes y así filtrar la asistencia -la Premier League multiplicó por seis los precios de sus boletos para salir de su problema-. Y si la realidad social de nuestro país exige tropicalizar medidas, pues un objetivo debería ser licitar auspicios que como parte de su aporte destinen lotes de entradas a jóvenes y niños de bajos recursos como parte de programas de inclusión. Eso democratizará la asistencia y fomentará la cultura futbolística.

Todo lo expuesto pasa a ser un reto para la agenda de la nueva Liga de Fútbol Profesional. Sabido es que en el Perú los grandes cambios se gestan de arriba hacia abajo de la pirámide, por lo que el ejemplo de la selección puede diseminarse en cascada hacia la última Liga Distrital. Necesitamos más Blanquirrojas, Franjas y Sentimientos; no para ganar más premios de FIFA, sino para permitir que en las tribunas haya más gente con acceso a mejor educación, y así se muestre más fácilmente a los demás cuál debe ser la auténtica cultura del aliento.

Fotos: archivo DeChalaca.com, Andina


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