Juan Diego Gilardi | @jd_gr90
Columinsta editorial

Cuando Didier Drogba llegó al Chelsea en junio de 2004 fueron muchos los murmullos y pocas las esperanzas en Stamford Bridge con su llegada. A sus 26 años, el marfileño había tenido una carrera poco ilustre de mucha irregularidad y tan solo una temporada estelar en el Marsella. Los blues daban sus primeros pasos como los nuevos millonarios de la Premier League y todavía no poseían el pedigrí de hoy para atraer a jugadores top a nivel mundial.

Once años después, Didier jugó su último partido con la camiseta azul y se despidió como una absoluta leyenda del Chelsea. Comparte podio con John Terry y Frank Lampard, íconos principales de la época dorada de los blues. ¿Cómo se gestó el romance entre el poco laureado marfileño que llegó en 2004 y el cuadro impulsado por los millones de Roman Abramovich? .

Muchos podrán decir que haber ganado más de diez títulos y haber anotado más de cien goles pueden contribuir al estatus legendario de su figura. Pero es más que eso. En un club que tuvo que acostumbrarse a ser grande tanto en Inglaterra como en Europa, la mentalidad del marfileño siempre fue la de un jugador trascendente. Sus números puede que palidezcan un poco si se los compara con los de los killers de hoy, pero la figura de Drogba se hizo grande cuando importaba. Era un jugador que disfrutaba las finales, y aquellos partidos que hacían temblar rodillas y flaquear valentías a él lo agigantaban.

 

El momento que lo encumbró en el Olimpo llegó en 2012. Con los fantasmas del resbalón de Terry en la definición por penales ante el Manchester United en la final de 2008, un Chelsea sin figuras llegó a una nueva final de la Champions League. El escenario era el Allianz Arena y el local absoluto era el Bayern Münich. Por eso, cuando Thomas Müller cabeceó ese balón al fondo de la portería de Petr Cech, muchos pensaron que la 'Orejona' ya tenia firma bávara. Menos él, quen apenas minutos después rompió el momento mágico con un furibundo cabezazo que entró por el único lugar en el que no se encontraban el cuerpo de Manuel Neuer o los palos de la portería.

Y llegó el momento definitivo. En la tanda de penales, le tocó el último turno. Si esa pelota cruzaba la línea de gol, el Chelsea -su Chelsea- sería rey europeo por primera vez. La colocó con convicción. Con la calma de los predestinados y sabiendo que su imagen sería inmortal a partir de ese momento. Esa era la grandeza de Didier Drogba. Que hoy, a sus 40 años, decide decirle adiós al fútbol. Sabiendo que lo dejó todo cuando más importaba, que escribió historia, que elevó la categoría de un club, ¿qué más se le puede pedir?


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