El descanso de Perú antes de los cuartos de final de la Copa América: Reflexiones entresemana

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Roberto Castro | @rcastrolizarbe Director General |
Una de las pocas verdades universales que hay en el fútbol es que las goleadas, por lo general, golpean. Incluso en la previsiblidad de una, cuando el equipo que la sufre es muy inferior al oponente, ese desenlace suele verse como el producto de que algo se pudo hacer mejor.
Por eso, es imposible pensar que Perú podría salir inmune de lo sucedido en el Arena Corinthians el sábado 22. No es solo estadísticamente el peor resultado de la era Ricardo Gareca: es también la primera goleada encajada en Copa América en una década en la que el fútbol peruano recuperó, principalmente a través de ese torneo, el respeto continental. Sí amerita sentirse tocado.
No es necesario perder tiempo en la comidilla posterior a este tipo de encuentros que siempre abundará en una sociedad de tercer mundo que necesita espacios para desfogar sus frustraciones cotidianas. Sin duda sí valdrá la pena que jugadores y cuerpo técnico revisen lo que se pudo hacer mejor y lo que se hizo mal para permitir que un equipo al que le había costado bastante llegar al gol como este Brasil sin Neymar le hiciera tanto daño a la zaga blanquirroja. Pero hay algo tanto o más importante para estos días de descanso.
Eso pasa por entender, como sociedad futbolística, que competir en un nivel más alto como el que Perú ha alcanzado con su retorno a los Mundiales exige atemperancia. Cabeza fría ante el golpe con fortísima autocrítica y masticado de bronca, pero jamás depresión colectiva. En la élite como en el llano, solo existe opción de un triunfador; y son auténticamente grandes o importantes los equipos que en la derrota desfogan su rabia el día en que pierden, pero al siguiente están de pie.
Ni siquiera hay que pensar en Brasil, que sigue jugando al fútbol como equipo mejor que todos los demás después de haber recibido siete goles en su casa en un Mundial. Más cercano resulta el caso de Colombia, eliminada de una Copa América en primera fase -por Perú- al año de haber hecho un Mundial magnífico. O de Chile, bicampeón de América y actual aspirante a un tercer título consecutivo a pesar de, en el medio, haber quedado fuera de una Copa del Mundo. Es cuestión de levantarse y entender que una derrota puede ser dura, pero no es el fin del mundo.
El fútbol peruano no está acostumbrado a eso, quizá, porque su larga ausencia de los Mundiales lo acostumbró a la frustración perenne, al sempiterno cuestionamiento de todo y a la reminsencia a las antípodas cada vez que se sufría una -nueva- derrota. Pero ningún equipo es invencible, y aun cuando por pasajes de la derrota ante Brasil el rendimiento de la selección hizo recordar a equipos de otras décadas, un partido no marca por sí solo un retroceso aun cuando sugiera qué caminos no deben tomarse.
Perú dispone, entre Brasil y Uruguay, de una semana entera para darse un duchazo en agua fría, mutear los audios, repensar su sistema ante la ausencia forzada de uno de sus mejores jugadores, desmentir declaraciones mal citadas periodísticamente, comerse una feijoada si se quiere y volver a jugar por Copa América. Ningún otro participante de cuartos de final cuenta con tantos días para el autoestudio y la recuperación de fuerzas de cara a la recta final del certamen. Esa es una ventaja comparativa.
Perú tiene una historia que cuenta de goleadas aun más abultadas ante Brasil. En 1949, con el equipo en buen nivel en el Sudamericano, se encajó un doloroso 7-1 en cancha de Vasco da Gama, en un encuentro en que -como ahora Pedro Gallese- fue altamente cuestionado el desempeño de Walter Ormeño en el pórtico peruano, al culpárselo de los tantos de Augusto y Orlando; pero en el encuentro siguiente, la blanquirroja goleó 3-0 a Chile y siguió su camino adelante para cerrar el torneo en tercer lugar, mientras que Ormeño -entonces de 22 años de edad- maduró, llegó a Boca Juniors y acabó volviéndose leyenda en el fútbol mexicano. Años después, en 1997, Perú cayó 7-0 contra Brasil en Sucre; eso no menoscabó la carrera de Freddy Ternero, quien después de esa primera experiencia como seleccionador acabó siendo el primer y único DT peruano campeón de un torneo internacional de clubes.
A Perú y al Perú, pues, les tiene que importar menos cuánta gente preparó parrilladas para ver el partido ante Brasil y acabó amarga, y cuántas volverán a comprar los mismos kilos de carne para ver el partido contra Uruguay. Lo que tiene que interesarle es salir a la cancha y hacer el mejor partido posible, como equipo futbolísticamente maduro que tiene que desenvolverse en una sociedad no muy futbolera que se diga y que vive buscando culpables.
Es difícil culturizar a un hincha más anecdótico, poco conocedor y que en promedio cree que un penal fallado te puede sacar de un Mundial. Es más fácil convencerse de que cuando se quiere jugar en la élite, el primer requisito es aprender a perder, sobre todo a perder feo. Este equipo de Gareca tiene herramientas para lo segundo, y concentrarse en eso es lo más recomendable para la tensa espera a las orillas de la praia de Salvador de Bahía.
Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
Fotos: AFP, Andina
