Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comDeChalaca expresa su visión integral sobre los debates desatados a partir de la aprobación de los nuevos estatutos de la Federación Peruana de Fútbol.

El fútbol peruano no vive en paz en el aspecto dirigencial buen tiempo, y en buena medida es natural. Porque toda Sudamérica atraviesa por procesos similares: el FIFAgate tuvo como principal consecuencia terminar con largos periodos de predominio dirigencial en la mayoría de las federaciones de la región, y aunque en el caso del país Manuel Burga acabó siendo el único dirigente absuelto por la justicia estadounidense, fue también en ese contexto que dejó el cargo.

Sucede, pues, que a los largos reinados los suceden por lo general periodos de caos: etapas en las que las cuotas de poder de un sistema se reasignan y reacomodan, en las que muchos aspiran a quedarse con más peso decisor que el que tenían y otros, por supuesto, buscan beneficios que dejaron de ser de alguien más. El fútbol, con todo el peso económico que incorpora, es un terreno perfecto para procesos del tipo descrito.

En esa línea, lo vivido en la Videna en la última semana -y meses, y ya años- es solo un capítulo más del proceso de reequilibrio de poderes de un sistema. En el que influyen fuerzas diversas pero, y esto vale la pena ponerlo por delante y encima de todo, existe una única voz definitiva y cantante: la que exprese la voluntad política e institucional de la FIFA y, por ende, de la Conmebol. Todo lo demás puede ser discutible, pero mientras los entes tengan visiones definidas sobre algún aspecto que gobierne el fútbol, eso será lo que termine pasando pues sin ellos de por medio, este juego no existe en su forma organizada.

La FIFA instauró nuevas normas de gobernanza global para alejar de sí las sombras del FIFAgate. (Foto: cartaabierta.cl) 

El cambio de estatutos de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) es, por lo mismo, parte de un proceso de reajuste a las normas de gobernanza del fútbol mundial exigido por FIFA y Conmebol. Que, a partir del fomento de mejores prácticas dirigenciales, tiene por trasfondo evitar que una situación como el FIFAgate vuelva a repetirse. Por eso, principalmente, promueve que las composiciones de los órganos de gobierno de las federaciones (la asamblea general, en el caso peruano) tengan un corte más plural, así como que exista un mejor control de las fuentes principales de ingresos (los derechos de televisión).

DeChalaca ya ha expresado su posición sobre el contenido de los nuevos estatutos, básicamente resumible en tres puntos. i) Que la nueva composición de la asamblea general, que sube de 41 a 67 miembros, expresa una mejor representatividad del sistema que la que antes existía, pues da tanto mayoría relativa al fútbol profesional (30 votos entre Liga 1 y Liga 2) como resuelve el absolutismo que estaba concentrado en las Ligas Departamentales (que pasan de significar el 61% de la asamblea a solo constituir el 41%). ii) Que es necesario para el desarrollo sensato de cualquier torneo de liga local que sea la Federación, como ente regulador, el que negocie centralizadamente los derechos de televisión y marketing, algo que DeChalaca puso en agenda desde 2012 y que en realidad siempre estuvo contemplado por los estatutos de FIFA y Conmebol, pero en el Perú nunca se hizo efectivo. iii) Que en un caso como el peruano, no es sensato que se restrinja a miembros de las juntas directivas de las instituciones deportivas la posibilidad de postular a cargos directivos federativos, pues las mejores competencias profesionales, sobre todo en los casos de los clubes, están en las gerencias contratadas.

En nuestra opinión, toda la batahola desatada durante estos días debería restringir su argumentación a estos tres puntos. Sin embargo, lo que más se ha ensayado es una serie de cuestionamientos -algunos más sólidos que otros- a las personas que actualmente ocupan cargos en la FPF, y no al debate normativo. Es cierto que resulta muy relevante quién protagoniza la ejecución de las normas; tanto como que ese es otro debate que debe ser sostenido de manera independiente y acaso de modo igualmente prioritario.

Cinco clubes terminaron oponiéndose a la aprobación de estatutos por parte de la asamblea general de la FPF. (Foto: diario Gestión) 

Nos resulta, igual, comprensible que los actores del sistema reaccionen en función de lo que consideran afecte sus intereses. Los principales clubes del sistema, por ejemplo, pueden sentir que existe riesgo de que su recaudación por derechos de televisión será menor que antes según el sistema de reparto que se establezca; ¿pero no es ese un llamado a que se involucren de modo directo con la gestión de un sistema que históricamente han preferido gobierne casi por encargo un tercero? ¿Por qué no asumir el rol de ser ellos los gestores de cuadros dirigenciales que sean capaces de dialogar con el resto y lideren, como ocurre en otros países, el funcionamiento de lo demás? ¿Por qué un club como FBC Melgar no puede, por ejemplo, proponerse el reto de liderar la transformación del fútbol de Arequipa y ver las vías para tomar un rol protagónico en su Liga Departamental? ¿Por qué los clubes, en suma, tienen que hablar del resto del país futbolístico siempre en tercera persona y no asumir que son parte de él?

La televisión también tiene una reacción natural, pues sin duda un sistema en el que la venta de derechos sea individualizada le permite mantener una posición de negociación más cómoda que si está obligada a asumir un paquete integral, por simple lógica económica. Pero lo cierto es que el grueso del mundo del fútbol, empezando por las ligas más avanzadas y casi todas en América, operan hace mucho con negociación centralizada, y eso no ha hecho que la televisión deje de transmitirlos ni pierda importancia en el sistema, sino todo lo contrario. Como en todo mercado, simplemente ocurre un proceso de adaptación a la nueva dinámica de competencia y se sigue hacia delante.

Todo lo anterior no exime a la FPF de una necesaria autocrítica, sobre todo en un contexto en que sus cabezas están sujetas a públicos cuestionamientos graves -sobre todo el conocido caso de supuesta reventa de entradas, en curso de investigación por parte de la Conmebol-. En ese sentido, es necesario que desde la Videna se transmita más vocación de diálogo que de desafío o intemperancia. Que sea muy cierto que el sistema es mucho más que los intereses de solo tres clubes no quiere decir que sea adecuado para una mejor armonía que se los invite con ironía a jugar en una liga aparte, o que se permita a la Conar seguir programando arbitrajes con un criterio -en el mejor de los supuestos- de rotación indiscriminado antes que por desempeño, como también ha explicado DeChalaca.

Cualquier rumbo del fútbol peruano necesitará del aval de la FIFA y la Conmebol: ocurrirá lo que ambas entidades tengan voluntad política de que suceda. (Foto: diario El Tiempo) 

En resumen, creemos que es importante que la afición, quizá hoy más interesada en este tema sobre todo por lo que entiende es su efecto colateral en la definición de la temporada de la Liga 1, comprenda que detrás de todo este debate existe, sobre todo, una dinámica natural de reacomodo de poderes que continuará por un buen tiempo. La misión general es que a cada actor del sistema (FPF, ligas, clubes, televisión) le acabe tocando la cuota de dominio que mejor garantice la sostenibilidad del sistema en el largo plazo, y la realidad dictará que todo lo que ocurra tendrá que ajustarse al marco establecido por la FIFA y la Conmebol, fuera de las cuales puede existir cualquier utopía excepto fútbol.

Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com


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