Caminos incompletos

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Eduardo Tirado | @EduardoTL Redactor |
Uno de los enfrentamientos más vibrantes que nos dejó el torneo americano fue el de Brasil contra Paraguay. El anfitrión era claro favorito y venía de golear a la selección peruana en una de sus mejores performances, por lo que se esperaba que el encuentro ante los guaraníes resultara de puro trámite. No obstante, como resonando del más allá, un eco de las anteriores copas recordaba las anteriores eliminaciones de los dueños de casa frente al rival, ambas en tandas de penales.
Como si la historia estuviera condenada a repetirse, el duelo fue más parejo de lo esperado, al menos en el resultado. En el desarrollo, por su puesto, fue el elenco brasileño quien atosigó por todos los medios a un cuadro paraguayo que aguantó como pudo el epate, incluso con 10 hombres por poco más de media hora, y forzó los penales ante la expectativa y asombro de muchos. Luego, la ruleta rusa que suele ser este tipo de definiciones destinó que Derlis González fallara el penal clave y Gabriel Jesús no, lo que propició la celebración de los locales.
Dejando de lado el tema de la clasificación, es claro que los de Berizzo supieron ceñirse al guion que ya conocen y que, históricamente, los ha respaldado en distintas competiciones. Esto es, priorizar el orden defensivo y el marcaje intenso, siempre imponiéndose en el juego aéreo y aguantando en el ataque con un delantero que sepa generar peligro solo, mientras que el resto del equipo se solidariza en cubrir los espacios y se repliega totalmente cuando es necesario tomar al rival en el uno contra uno. No en vano ha conseguido avanzar, tanto en un Mundial como en Copas Américas, hasta instancias definitorias y ha logrado convertirse en un rival rocoso para más de un contendiente de talla mundial.
Existe, pues, una identidad de juego marcada que no genera reproche alguno. Se podría decir que ya se sabe a qué juega este equipo: a “la paraguaya”; sin embargo, pese a ello, no es de fácil lectura y suele ser difícil de superar. Sabe a lo que juega y es fiel a ello de principio a fin, por lo que, sea eliminado o no, casi siempre suele tener participaciones decentes y concluye competiciones con resultados más que dignos. Esto mismo sucedió contra Brasil y, por tal motivo, dejó la sensación de que, de tener mejor fortuna, pudo haber dejado fuera al anfitrión a un rival totalmente superior en cuanto a individualidades.
Una expectativa similar, de no favorito, acompañó a Venezuela a lo largo de esta copa. El conjunto de Dudamel terminó la fase de grupos invicto, consiguiendo un empate ante la favorita Brasil y ante un Perú que también tuvo dificultades para llevar su ligera superioridad al resultado. No obstante, se impuso sobre Bolivia cómodamente y pasó segundo en su grupo. Aún así, los flashes se quedaron sobre aquel partido sumamente anecdótico frente al cuadro de Tité, donde los llaneros defendieron con uñas y dientes el cero, que era el resultado que más les convenía.
La propuesta defensiva venezolana ensalzó al colectivo y, en algún sentido, se le sobredimensionó. Claro que esto podría ser analizar con el resultado puesto, pero los de Dudamel no habían ofrecido, más allá de chispazos interesantes, argumentos suficientes como para seguir avanzando de fases. De hecho, quedó desnudado ante Argentina, elenco al que debía salir a jugarle al todo por el todo, pues una derrota significaba la eliminación directa. La intención y la forma de cómo resolver cambió, y concluyó con la consabida vuelta a casa del elenco vinotinto.
Se podría debatir sobre propuestas, merecimientos, identidad de juego y resultados. Sin embargo, lo cierto es que, quien todavía no encuentra un guion y lo aprende de memoria es Venezuela, selección que viene mostrando cierta evolución desde la llegada de Dudamel, pero que no ha terminado de cuajar del todo. De este modo, vive condenada, al parecer, a siempre quedarse en el “casi” y levantar expectativas por aquí y por allá, mas sin dejar de tener el mismo papel secundario de siempre.
Al frente un elenco paraguayo, de la mano de Berizzo, murió en su ley y respetando su identidad de juego hasta el final con una exhibición de juego defensivo -no agradable para algunos- que la hizo merecedora de más de un aplauso. Mientras que unos lo despreciaban por pasar a cuartos con apenas dos puntos y hablaban de merecimientos y demás, sucede que el fútbol no conoce de estas condecoraciones y, al final de cuentas, gana quien saca superioridad en el resultado. Lo demás son conceptos etéreos, pero ¿qué sería del fútbol sin estas expectativas que generan un tobogán de emociones, sobre todo cuando hay generaciones que están cansadas de siempre ver ganar a los mismos? Este deporte, de vez en cuando, todavía permite soñar con historias y resultados adversos; y, para más de uno, puede que esto sea más que suficiente para seguir creyendo en una disciplina donde las jerarquías suelen suponer jerarquías insalvables de antemano.
Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
