Reflejos antirracistas

La reciente denuncia (no formalizada) de Édgar Villamarín por insultos racistas en Cajamarca no solo ha permitido un debate más frontal sobre el tema en los medios deportivos; también ha permitido que, contra su costumbre, la FPF actúe con reflejos veloces y apruebe una serie de medidas para combatir a esta lacra, ante el vacío en las Bases del Descentralizado.
Las nuevas normas
Las nuevas medidas implantadas por la FPF establecen castigos severos, pero extienden el ámbito de sanción: serán penados los actos de discriminación por raza y color, pero también aquellos que ofendan a la religión y la opción sexual de las personas. Estas dos últimas inclusiones convierten (sin temor a equivocarnos) a esta normativa futbolística en una normativa de vanguardia para la región.
El procedimiento será el siguiente: cuando el árbitro escuche (o sea informado por el comisario) de insultos racistas, suspenderá el partido de manera temporal; se realizará, acto seguido, una advertencia al público para que cese con los agravios; si estos continúan, el partido será suspendido de forma definitiva. Es, en suma, el mismo procedimiento que se emplea cuando, desde la tribuna, se arrojan objetos a la cancha.
Los castigos planteados son diversos, de acuerdo con la gravedad de la falta: incluyen la suspensión temporal del estadio, la programación de encuentros a puerta cerrada, la prohibición de ingreso a los agresores (en caso sean identificados), y la resta de puntos o sanciones económicas al club. Estos últimos castigos (resta de unidades y sanciones económicas al club) deben evaluarse con mucho cuidado; recordemos que en el fútbol peruano es habitual que se infiltren personas del equipo rival en una tribuna con el fin de perjudicarlo (recuérdese al ‘Coyote’, tristemente célebre hincha de Estudiantes de Medicina, vestido con camiseta de Cienciano, en la final del Clausura 2001); no es descabellado suponer que estas dos últimas sanciones podrían incentivar este tipo de infiltraciones, más aún cuando la violencia verbal es mucho más fácil de cometer.
El castigo sobre el hincha es, en cambio, más efectivo: muestra ejemplar de ellos es la reciente sanción de la Conmebol a Corinthians, que tendrá que jugar sus choques de Libertadores, como local, a puerta cerrada.
Presión vs. agravio
Presionar es una cosa; atacar la dignidad de una persona es otra, que no solo es reprobable, sino que está penada por la ley. No tenemos por qué trasladar conductas que ya son sancionadas en nuestra sociedad a un estadio, pensando que el fútbol es una isla, un mundo aparte donde la ley es flexible. Que “siempre ha sido así” no es un argumento válido: las sociedades y el mundo progresan, y comportamientos que ayer eran considerados como normales (por ejemplo, la esclavitud) hoy son reprobados en consenso absoluto.
Nadie propone que el fútbol sea un ‘té de tías’; desde luego, el fútbol se mueve en un contexto competitivo más intenso que otros espectáculos deportivos y culturales. Pero ello no implica promover que sea un escenario de conductas primitivas. La presión debe existir y va a existir siempre; esta, en todo caso, debe enfocarse en la rivalidad futbolística; acaso en la ironía, pero no en el insulto fácil o en el agravio individual. El hincha peruano ha dado muestras de que puede ser original: recordemos a los hinchas de Alianza que, mientras su equipo salía al campo, colocaron a una gallina viva en el círculo central antes de un clásico en 1986; o a los hinchas de la ‘U’ que se disfrazaron de quinceañeras cuando Alianza cumplió quince años sin títulos, en 1993.
Es imprescindible desterrar la idea de que el hincha, al pagar su entrada, tiene derecho a insultar, ofender o desfogar contra quien le dé la gana. Y también es necesario desterrar, en el futbolista, la idea de que ser agraviado es una presión normal que tiene que tolerar; si bien su profesión le exige estar psicológicamente preparado para no desmoronarse por un ataque de esta naturaleza (caso contrario, se vuelve presa fácil, como en el Chile 4 - Perú 0 de 1997), también debe exigir respeto; el camino es actuar y formalizar sus denuncias, para que estas no terminen en un simple arrebato de Twitter.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: Jorge Cabanillas, AFP
