Pequeñas sociedades no, mypes sí
Alguna vez, César Luis Menotti acuñó el término "pequeñas sociedades" para referirse a la manera en que según él nacía el fútbol sobre un campo de juego. Y más allá de antagonismos conceptuales con el ex técnico de la selección argentina, la verdad es que a la selección peruana esa filosofía le calzó en su tiempo: aquella era de la "mejor volante del mundo" entre finales de los setenta e inicios de los ochenta.
Los nostálgicos que evocan esa maravillosa época con cierta rabia en perspectiva con los tiempos corrientes suelen señalar que el abandono de ese espíritu cultor del toque y la gambeta explica parte de la caída del fútbol peruano (menottismo). Quienes creen, más bien, que el fútbol evolucionó y el toque y la gambeta, más que quedarse en el tiempo (bilardismo), pasaron a estar subyugados a la inteligencia y la velocidad (bielsismo), sindican a esa nostalgia como muy culpable del rezago del fútbol peruano.
Sergio Markarián, propiamente, no es menottista, ni bilardista, ni bielsista. Y es muy probable que eso sea excepcionalmente bueno para el fútbol peruano: contar con un librito propio basado en las capacidades individuales, que no son muchas pero sí pueden hacer la diferencia según las circunstancias. Entonces, por ejemplo, pese a que está clarísimo que a este Perú le conviene el 4-2-3-1 luego de la exitosa Copa América y los no tan afortunados pasos por Santiago y Quito, que al menos en partidos como el que se viene en junio ante Colombia la selección no está para desaprovechar el poder colocar dos puntas de talla mundial como Paolo Guerrero y Claudio Pizarro. Por tanto, el reto actual para Perú es cómo disponer un esquema inteligente en mediocampo que haga jugar al equipo y explote al máximo las condiciones de sus dos goleadores. Y en esa línea, las pequeñas sociedades no necesariamente contribuyen, sino que acaban estorbando.
Contra Canadá, cuando la era Markarián comenzó, la selección dejó una imagen que en el tiempo se fue afianzando: se procuraría el pase largo sobre la tradicional búsqueda de la raya de fondo para echar el centro. Eso y el carácter obrero, chambeador del equipo fueron las características que predominaron en el ciclo. Ante Túnez, sin embargo, asomó otra vez el Perú tocador, el del chichecito; aquel en el que ‘Toñito’ Gonzales es capaz de tirar un taco que acaba siendo improductivo y Vargas, acaso tomándose muy a pecho sus kilos de menos, prefiere gambetear que cambiar de frente.
Claro está, el hincha celebra esos arrebatos tanto como extraña a Chiroque. Pero a la vez cabe preguntarse si lo que Guerrero y Pizarro necesitan, cuando juegan juntos arriba, es tanta pequeña sociedad como las que en Túnez intentaron construir en el medio o más bien pases largos y limpios para limitarse a definir. Queda la impresión de que, por el contrario, cuando ambos están arriba, bien les haría un esquema más obrero en el medio que sea capaz de reunir a gente de buen pie como Guevara, Cruzado y Vargas -el Vargas que cambia de frente- para que recuperen pelota y les pongan balonazos de gol.
Las pequeñas sociedades, pues, no están caducas per se. Pero hoy al Perú de Markarián no le vienen bien. Si la economía peruana se levantó de la lona en la que estuvo gracias, principalmente, al instinto del pequeño empresario y la Copa América confirmó que el carácter trabajador del equipo era lo mejor para un contexto en el que la blanquirroja tiene que asumir su rol de equipo chico en Sudamérica, ¿no será conveniente dedicarse puramente a chambear en el campo, como hace una mype emergente que quiere ser una empresa grande?
Fotos: AFP, Reuters
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