Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comLa Sub-20, Gareca, Alianza: semanas duras para el fútbol peruano que han dejado al desnudo, una vez más, una tara estructural e histórica: la inclinación de un sector del periodismo por la crítica fácil y destructiva, casi como un mal del que se nos hace imposible librarnos.

Hace algunas décadas Mario Vargas Llosa se planteó en Conversación en la catedral una pregunta que hoy supone un emblema por su cruda verdad y casi imposible respuesta. Hasta el día de hoy la replicamos cual muletilla: ¿en qué momento se jodió el Perú? Seguir planteándonos esta pregunta es sinónimo de que no hemos mejorado; tal vez hemos empeorado. Si la dimensionamos solo en el ámbito futbolístico vamos a encontrar muchas fuentes: causas de un problema que todos conocemos pero que parece nadie querer arreglar.

Los problemas más grandes del fútbol están dentro de su esfera. Quienes lo juegan y quienes lo dirigen. Los desastres estructurales y la informalidad son temas diagnosticados hasta el cansancio. Pero otra fuente, de similar importancia y de profundo y constante error, proviene de quienes estamos fuera de esa esfera pero apoyándonos en ella vivimos pendientes de lo que sucede. Los fanáticos y los periodistas somos de esas fuentes que contribuyen a que el nivel del fútbol peruano siga por el subsuelo en comparación con el resto del continente y gran parte del mundo. Las últimas constituyeron la prueba más reciente de que en el fútbol peruano puede cambiar cualquier cosa menos las maneras de un sector del periodismo que lo cubre.

La selección y su historia de siempre

De dónde sacar mejor evidencia que de las participaciones de la selección. No hay circunstancias frente a las cuales se experimenta de la manera más clara la volatilidad de las posiciones y opiniones y la profundidad del problema de la prensa.

La críticas hacia la selección peruana sub-20 fueron generalmente destructivas (Foto: AUF)

La Sub-20 de Víctor Rivera estuvo plagada de ataques sin fundamento que se caracterizaron por la poca información con la que se construían. Tanto por periodistas como por hinchas, pero no olvidemos que la desinformación proyectada por el primero se percibe en el segundo. Los periodistas somos responsables de proveer información acertada y sin sesgos al público en general. Desde el momento en que rompemos con este imperativo y pasamos a considerarnos meros informadores o cajas de resonancia del eco popular, la caída se da en picada.

Fueron muchas las voces que, ante los malos resultados de la selección, empezaron con las odiosas comparaciones, las listas de jugadores dejados de lado, titulares rimbomantes sobre supuestas actuaciones grandiosas de (desconocidos) jugadores no tomados en cuenta y hasta onces ideales de los olvidados. Se torna muy fácil lanzar ideas e información sin antes procesarlas. Mucho se supo de los jugadores que faltaron, pero poco de los motivos que lo justificaron. Algunos no recibieron permiso de sus clubes -por su importancia en sus planteles- y otros no fueron considerados por razones tácticas. El ‘Chino’ Rivera juzgó cada situación por separado y, bien o mal, decidió porque esa era su atribución. Quien supo el porqué de las cosas, como corresponde a la labor periodística, criticó lo criticable: el sistema de juego, las variantes y demás temas futbolísticos. Quien no supo o no le interesó saber, prendió fuego. Pero Rivera es solo una más de las tantas víctimas de la escasa agudeza de algunos de sus detractores.

La relación amor-odio

El que más debe haber vivido esta relación en los últimos 20 años es Juan Carlos Oblitas. El ‘Ciego’ fue vapuleado por el mismo sector de prensa inmisericordemente en los noventa, con recursos infames como portadas en las que un dirigente (Nicolás Delfino) le mordía el calzoncillo y otra en la que lucía traje a rayas cual si fuera un terrorista. Desprotegido por la FPF ante ese nauseabundo ambiente, no le fue posible continuar a pesar de ser de los pocos lúcidos y entendidos del fútbol que había en ese momento.

Juan Carlos Oblitas vivió en carne propia lo cruel y ridículo que puede ser el periodismo malintencionado (Foto: Andina)

Tuvo que llegar Oblitas a la televisión para mostrarnos ese nivel diferencial suyo por encima de la mediocridad campante, imperceptible para la mayoría a finales del siglo pasado, cuando no había redes sociales pero claro para todos hoy; hoy que la opinión general –salvo la del sector que lo sigue detestando- lo toma como la pieza más importante de un nuevo proceso a nivel de selección. Bastaron unos cuantos comentarios por partido para que Oblitas demostrara que su capacidad está muy por encima de la mayoría de personas relacionadas al medio y al deporte.

Hoy, desde otra posición, Oblitas cumple el mismo rol. Es el guía que ya no goza de los comentarios, pero sí de las decisiones, lo cual lo vuelve mucho más influyente. Ese hombre que era ridiculizado en portadas sensacionalistas es hoy reputado por no pocos como una especie de salvador. Parece que la mayoría sufre de amnesia selectiva, aun cuando queda claro que lo seguirán hostigando cuando puedan: ya le inventaron de manera burda declaraciones sobre su supuesto deseo de que Claudio Pizarro y Juan Vargas dejaran la selección, que una audición o lectura rápida desmentían por sí solas  y las desnudaban como antojadizas y malintencionadas.

¿Casos similares? Tenemos al por mayor. Sergio Markarián fue llamado ‘Mago’ al tuétano y hasta publicado en un billete de 100 soles luego de la mejor Copa América para Perú en 28 años. No le duró mucho. La crítica tenaz y abusiva que lo llamó ladrón, fracasado y numerosas idioteces más se instaló y no ha parado hasta el día de hoy, fecha en la que ya es oficialmente técnico de Grecia, selección de excesivamente mejor nivel que la peruana, que ha estado en los últimos dos mundiales y que probablemente esté en el siguiente. Sin embargo para muchos la noticia es cuánto ganará Markarián en Grecia, sueldo mensual, por cierto, equivalente a lo que el promedio de un periodista deportivo de diario gana en tres años y nueve meses de trabajo en el Perú.

Paulo Autuori, uno de los directores técnicos que fue destruido mediáticamente. Uno que otro político también se subió al coche (Foto: Andina)

Otro caso es Paulo Autuori. Ganó una Copa Libertadores. Gano un campeonato Descentralizado. Llegó a la selección y lo hicieron pedazos. Se fue cuando el Congreso, apoyado y empujado por la prensa, que hasta descaradamente se daba el lujo de anunciar “treguas” para el DT cuando había que enfrentar a Chile, quiso investigarlo. No estaba para aguantar tonterías. Regresó a Brasil y se llevó otra Libertadores y después un Mundial de Clubes. Podemos seguir retrocediendo hasta encontrarnos con Lajos Baroti; para qué seguir cuando el punto está claro. Y no se circunscribe solo a la selección: hay un sector del periodismo que vapulea a Miguel Araujo o Christian Cueva por su injustificable agresión a hinchas, pero justifica a su vez que estos los insulten descaradamente porque “ese es su derecho al pagar una entrada”. Distorsión de derechos económicos, quién sabe, creada por un nuevo cálculo de diferencia salarial respecto del de los citados futbolistas.

Mea culpa

Eventualmente llega un momento en el que debemos dejar de echar la culpa a cualquiera y lavarnos las manos. Es absurdo promulgar la idea de que los factores son otros; el entrenador extranjero, el que no tiene experiencia en selecciones, el que la tiene pero no conoce el medio, el himno nacional. Basta ya de tonterías.

El año pasado será recordado por la salida de Manuel Burga después de 22 años de estar en la FPF: diez como miembro del directorio y doce como presidente. Son dos décadas de las que se habla mucho, pero nadie parece recordar que son también los veinte años de los diarios deportivos de cincuenta centavos. Las dos décadas que hicieron de este el país con más diarios deportivos de América Latina, y el país en el que más quejas existen de lo malo que es nuestro fútbol.

Mucho pudo hacer la prensa deportiva desde ese nuevo aire. Pudo ayudar a que el fútbol mejorara, pudo centrar su atención en lo que realmente importaba, pero no quiso; o tal vez no pudo o no estaba a la altura ni tenía la inteligencia suficiente para hacerlo, porque a lo mejor las líneas presupuestales que los principales grupos mediáticos dedican a sus áreas deportivas son las menores de todas. Y porque a lo mejor, dado eso, el principal esfuerzo de ese sector destructivo del periodismo deportivo peruano ha sido cuidar su asiento y asegurar su día 30; por eso la gran mayoría de los críticos acérrimos ocupa hoy el mismo puesto que en los noventa, sin la evolución profesional que los profesionales tan criticados por ellos sí han, por el contrario, demostrado.

Manuel Burga y los diarios deportivos de cincuenta centavos convivieron en paralelo (Foto: Andina)

Esta verdad persiste hasta el día de hoy y se ha instalado en los lugares más insospechados. Quienes afirman que el periodista no juega, piensen de nuevo: no juega en la cancha, pero fuera de ella tiene un rol gigantesco. Un rol que contribuyó a que hoy seamos lo que somos y estemos en el nivel que estamos. La ausencia de capacidad llevó a corromper el deporte, a farandulizarlo para encontrar noticia fácil y transformarlo en un centro de morbo e informalidad que hoy es una piedra en el zapato, la garrapata en la cabeza, el obstáculo más grande hacia la formalización. Qué mayor evidencia que la que encontramos en el kiosko de la esquina de lunes a domingo.

¿Y este tema de conversación por qué se esconde? ¿Por qué no centramos nuestra atención en nuestras deficiencias –sí, nuestras, porque no se trata de si tenemos un técnico A-1 o no– y no en meras excusas que nos facilitan la vida y liberan de la carga de ser responsables de nuestros propios males? ¿Por qué para un periodismo cada día más abierto a decir cualquier cosa el famoso "periodismo de periodistas", que muchas veces sirve de hipócrita código protector sigue siendo esgrimido como escudo de una solidaridad gremial que además muchas veces es falsa, porque sus principales adalides son los primeros en tirarse puyazos entre sí por lo bajo? Valentía sobra para calumniar a entrenadores y tildarlos de ladrones, para golpear y amenazar a jugadores por no estar a la altura del nivel internacional, para soltar cualquier mentira en busca de ventas y likes. Falta valentía para reconocer que si el fútbol está mal es en muy buena medida porque nosotros –en DeChalaca, al decidir dedicarnos al periodismo deportivo, no podemos sustraernos del todo del colectivo aun cuando a diario hagamos esfuerzos en la dirección contraria- estamos mal.

El fútbol no es solo lo que se juega en la cancha. También importa lo que se hace fuera de ella, desde la grada y desde el sector que informa. Todos somos parte del globo que nos va a hundir más o que nos va a sacar de la zanja. Depende de nosotros elegir de qué lado queremos estar. ¿Y si mejor nos preguntamos cuándo el mismo sector del periodismo deportivo va a dejar de joder al fútbol peruano?

Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
Fotos: AUF, Andina


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