El sueño de Don Torcuato
13 de junio de 2001, estadio Palestra Italia (Parque Antártica)
Minuto 17, Palmeiras vs. Boca Juniors
Se escapó frente a uno, sigue el nene, a ver qué hace el nene
Encara como en el parque, nene
Encara como en Don Torcuato, tiro… Gooooool, Goool del nene
Como en San Jorge, como en el barrio, nene
Pero si me dijo tu viejo que lo ibas a ganar vos
pero si me dijo ‘Cacho’ que lo ibas a ganar vos
Como cuando ganabas los torneos
Pero si me lo dijo tu viejo que te veía jugar de pendejo, nene
Me lo dijo tu papi, me lo dijo que gambeteabas así cuando jugabas por plata
Y apareció el nene con sus nueve años, aquellas tardes, diez y once
Jugando contra los más grandes que intentaban partirlo
Gambeteó a uno, a otro y otro, y llegando al área la clavó contra un palo.
Lo gana Boca 2-0 con una genialidad maradoniana de Riquelme
Para que lo expliquen los científicos
Para que lo estudie un biólogo
Para que lo entienda uno que estudia
Para que alguien me diga cómo hace este muchacho con la diez en la espalda
Para lograr lo que hace, para lograr lo que intenta
El nene Riquelme para Boca 2 – Palmeiras 0
“Yo soy de Don Torcuato. Somos nueve hermanos, cinco varones y cuatro mujeres, y mi papá y mi mamá”
Eran once en casa de los Riquelme. Número entero en la matemática del fútbol. Para los supersticiosos pudo ser una señal. Para los escépticos, no. Pero nadie dudaba que lo visto en La Bombonera la tarde del 10 de noviembre de 1996 no fue una casualidad. Boca Juniors enfrentó a Unión de Santa Fe, con el tiempo el resultado quedó en anécdota (2-0, tome nota, estadístico). Con dieciocho años, Juan Román Riquelme debutó en la Primera División del fútbol argentino. Fue titular y protagonista. Aquella tarde Boca salió con un 4-4-2, Latorre y Riquelme como “doble enganche”, para que ‘Gambeta’ cuide a Román, pero ocurrió lo contrario.
El ‘nene’, descarado y generoso de talento, tomó protagonismo e hizo jugar a Pompei, Latorre, Guerra y Rambert. El ‘nene’ tímido, de perfil bajo y voz aguda, amasaba la pelota en sus botines para hacerse dueño de ella, para darle oxígeno, alimentarla al ras y dejarla frente al arco. El ‘nene’ de Don Torcuato, figura y ovacionado tras la victoria, dejó varios pases de gol, pero como en la estadística frívola cuentan solo los que anotan sus compañeros, dejó uno para las fichas: el pase a Fernando Cáceres a los 19’ del segundo tiempo. Dos a cero.
La pelota siempre al ‘10’ que ocurrirá otro milagro
Precisión, visión y velocidad de juego. Pases en corto y en largo. Pases filtrados. Tiros libres. Caños o huachas. Masajes al balón con la planta del botín, de un lado a otro, para que Makelele y Yepes lo persigan por la eternidad. De Buenos Aires a Tokio, los brazos por encima del hombro y las palmas estiradas en cada oreja. Riquelme, a paso lento para el que entiende el fútbol como una carrera y a paso veloz para quien lo entiende como un juego de inteligencia. Una estética natural, movimientos elásticos para controlar su físico espigado. Control de la cadera para proteger al balón y engañar al rival. ¿Cómo un tipo ‘lento’ pudo ser tan sorprendente? Contradicciones del fútbol moderno.
16 de julio de 2002, Barcelona
Tras la conferencia de prensa de su presentación en Barcelona, Louis van Gaal llama a su oficina en el Camp Nou a Juan Román Riquelme. En una mesa grande y con una estantería llena de videos, el holandés sentencia una frase: “usted es el mejor jugador del mundo con la pelota, pero sin ella jugamos con uno menos”.
Dos tipos que no se entendieron se encontraron en Barcelona. Uno instintivo y de talento indiscutible. Otro de libretas y estructuras. Uno empírico, otro teórico. El agua y el aceite no iban a convivir en un club. Pero el fútbol es más que un club, más que un técnico y suele llevarlo el jugador, pues es quien lo resuelve y toma decisiones. El juego gira en función a él. Román, entonces, tomaba decisiones para el juego y no para su técnico. Jugaba como un enlace más, contribuía con su habilidad, pero no obedecía a un técnico que no lo pidió y solo lo quiso pegado a una banda. Van Gaal, desde su perspectiva, tenía razones para dejarlo cada vez con menos oportunidades. Riquelme también para hacer lo que pedía el juego en función a su talento.
Viene de La Bombonera, Bom-bom-bonera-nera
Bombonera, bom-bom-bonera-nera
Viene de La Bombonera, sacó un pase de la chichera
Bombonera, no le pidas una carrera
Bombonera, no estoy hablando de cualquiera
Estoy hablando de Riquelme, Riquelme…
“Jugando acá y viviendo acá, soy feliz. Me tratan con mucho cariño”
Román se abrió paso por la vida a golpe de puro talento. Por su calidad lo han querido hacer líder. Pero él es el antilíder porque nunca asume posturas demagógicas. Nunca perdió la sencillez de su juego. Esa sencillez que hace que sufra lo que hay de artificioso y extravagante en el fútbol mediático. Da la impresión de ser un hombre hosco, una estrella. Pero es un niño. Tiene fama y dinero, pero solo quiere ser un niño que juega al fútbol. Porque muere con su idea, es un antisistema en el fútbol moderno. En una industria que se alimenta de la imagen, no es capaz de sentirse cómodo. Tiene la rebeldía que antes tenían tantos jugadores y que hoy se ha perdido. No es que sea indisciplinado. Es que define a ultranza su identidad. (José Nestor Pekerman, “el antilíder”, 27 de enero de 2007, El País)
Riquelme no entró en los códigos del fútbol moderno. No solo fue un tipo simple en una época en que el futbolista es estrella, más que ídolo. En una época en que hasta a la persona más sencilla la tienen que volver extravagante, Román, citamos a Diego Latorre, “se salió con la suya”. Es por ello que su personalidad encajó en Villarreal, equipo sin lujos y con obligaciones solo dentro del campo. Sin giras mediáticas y con prioridad sobre el deporte.
Una Copa Intertoto y una semifinal de Champions League no dicen todo lo que hizo Riquelme, mejor jugador extranjero en la Liga y líder de asistencias en épocas de Ronaldinho y Zidane. En el 4-4-1-1 de Pellegrini, ‘Topo Gigio’ fue diez con la ocho en la espalda, en un nivel que se supone no permite a futbolistas de su “velocidad” en esa zona del campo. Román se rebeló a ser el último diez en un equipo de presupuesto bajo en una liga de estrellas. El juego no se mide por kilómetros, ni porcentajes, sino por el beneficio que obtiene un colectivo gracias a las decisiones de sus jugadores. Cada decisión de Riquelme era un segundo más de juego para el resto. Román con pausas ganaba tiempo: velocidad.
Minuto 70, Gremio vs. Boca Juniors (final de la Copa Libertadores 2007)
Es el genio del fútbol argentino
Que no le parezca exagerado
Esto es Riquelme
Es el mejor jugador de la Copa Libertadores
Es Riquelme
Lo tiene Boca
Es Riquelme
Volvió al patio de su casa en 2007 y entregó el mejor semestre que se le recuerde. En un nivel superlativo, Román llevó a Boca su mejor juego con más velocidad y experiencia para ganar a los 28 años su tercera Copa Libertadores. El señor fútbol, el señor de la Copa Libertadores, el dueño de América en los 2000 se llamó Juan Román Riquelme.
Gracias, Román
Perseguí por televisión la campaña de Boca desde el Apertura 1997 por la llegada de Nolberto Solano, el mejor futbolista peruano que he visto. No me hice hincha del equipo xeneize, pero sufrí aquel subcampeonato por solidaridad con el ‘Maestrito’ en Argentina. Tenía seis años y meses, veía el fútbol más allá de la victoria y la derrota, lo veía como algo estético. Esperaba un tiro libre de Ñol, algo de Maradona, una gambeta de Latorre, un pase de Gallardo, algo mágico de la zurda de Capria, un pase a la red del ‘Matador’ Salas. Hasta que encontré a un tal Juan Román Riquelme, en Argentina le dicen ‘pibe’, acá ‘chibolo’. Las pisadas de pelota que hacía, los amagues de remate para dejar libre al resto, lo bonito y bien que jugaba. La manera en que se divertía en la cancha no solo me daba ganas de verlo durante esos primeros años en Boca, también contagiaba a llamar a los amigos del barrio, tocarles la puerta –primero siempre al que tenía la pelota- y salir a jugar a la cancha del frente. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo no bastaban, pues para divertirse como lo hacía Riquelme en noventa minutos cada fin de semana, siempre iba a faltar tiempo.
Gracias, Román, por mantener al fútbol como un juego y aun así hacerlo arte.
Composición fotográfica: José Salcedo / DeChalaca.com
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