Avenida Canadá
La sorpresa
Son casi las 4 am, domingo 5 de setiembre. Ayer sábado 4 fue cumpleaños de Jorge (mi esposo), quien es director de sistemas de DeChalaca.com pero al que, por alguna jugada del destino, no le gusta el fútbol. Vivimos en Toronto hace poco menos de un año y cuando me enteré que venía la blanquirroja a esta ciudad ni miré la fecha y solo le mandé el link y le dije: ¡compra por favor dos entradas! Resultó que para mi mala suerte, la fecha, 4 de setiembre, coincidía con su santo número 29 y él me dijo que no compraría nada porque no quería “aburrirse” en su cumpleaños.
No pude ni reclamar, como comprenderán; me tendría que conformar con ver a mi selección por la tele y quizás verla perdiendo para variar un poco. No teníamos ni entrenador cuando ya se había decidido el amistoso entre Perú y Canadá, no teníamos ni equipo y no podíamos esperar mucho y menos apostar por ir al estadio a ver un partido entretenido y gritar con orgullo “el que no salta…”.
Ayer teníamos -según yo- un almuerzo con nuestros amigos e íbamos a comer chifa (sí hay chifa peruano en Toronto, con wantán, pollo chijaukay y chicharrón de gallina). Sin embargo, Jorge ya tenía todo planeado: había comprado dos entradas hace meses, en la zona asignada para la barra peruana y me dio la sorpresa una hora antes del partido. Estábamos por la zona del estadio y yo veía a compatriotas listos para entrar, con sus camisetas y sus banderas, y cuando vi las entradas en las manos de Jorge me emocioné y las agarré lo más fuerte que pude (no pensaba devolvérselas, solo quería entrar al estadio para asegurarme mi sitio).
La experiencia
Entramos. El estadio es pequeño, nada como el Monumental. Jorge tomaba mil fotos a los hinchas y veía los souvenires canadienses; yo me apresuraba para encontrar nuestros asientos asignados para no dejar pasar ni un minuto de “la previa”. Llegamos a los asientos asignados (sí, en Canadá, hasta los peruanos respetamos los asientos asignados). Allí estaba la selección, en la cancha, de polo y short negro aún, calentando. Nerviosa, me preguntaba: ¿quiénes son? ¡Son nuevos casi todos! ¡No conozco a nadie! ¿Haremos “roche” una vez más?
Llegado el momento se fueron los jugadores y comenzó todo. Entraron primero cuatro chicas llevando la bandera de Perú. Allí cerquita a mi asiento, mi corazón de peruana en el extranjero se emocionó, y luego regresó la selección, ahora sí de rojo y blanco como corresponde. Entonaron mi himno nacional y lo canté más fuerte de lo que creía que podía cantar; estaban todos cantándolo como yo, fuerte y claro para que se escuche hasta Lima, pensábamos. Luego escuché el himno canadiense (el cual ya me sé, al menos el coro) y junto con los otros peruanos, lo tarareé bajito, respetando al rival y anfitrión, como debe ser.
Empezó el partido, Perú jugaba para el lado contrario de donde yo estaba, y debo admitir que el primer tiempo estuvo “tela”. Pero no importaba: veíamos pocas jugadas en nuestra zona y eso era bueno, no queríamos ver la pelota rondando por donde estábamos: que jueguen al otro lado, pensaba yo… La barra estaba a 10 metros de mí, nunca dejó de gritar y alentar. Y así terminó el primer tiempo sin mucho que decir. Yo seguía feliz de estar allí, pero necesitaba el gol. “Ya llega el gol, ya llega el gol” gritaba la barra, y yo se lo pedía en mi cabeza al Señor de Los Milagros como favorcito adelantado.
Mejor que planeado, en el intermedio la lluvia aprovechó para caer fuerte, llovió durante los 15 minutos del intermedio y luego, ¡zas! Despejó para que pudiéramos seguir con el partido. El “hincha bamba” se fue antes de que despejara porque no se quería mojar. El resto nos quedamos: aún no llegaba el gol que queríamos ver.
Comenzó el segundo tiempo. Ahora si queríamos todos la pelota cerquita y en todo momento por nuestra zona. La gente gritaba: “Farfán, Farfán”, escuchaba a muchos, y varias veces oí a la barra gritar “Tragodara, Tragodara”… Pero yo ni sabía quién era Tragodara, no es de los que estábamos acostumbrados a ver. El hecho es que cada vez veíamos más a la pelota en nuestro lado; la barra seguía con el “ya llega el gol, ya llega el gol”, dos oportunidades claras pero nada, y en eso empieza la jugada, desde atrás. Tres cuartos de cancha, Canadá despeja a medias, Perú vuelve a insistir, centra alguien, cabecea a medias Canadá, taquito del peruano 2 metros hacia atrás, centro, cabeza de Fernández y gooooooool. Lo gritamos a morir, un gol peruano que no veíamos hace tanto tiempo y encima en cancha rival. Empezamos a celebrar, bailar, cantar, todo; no terminábamos de acomodarnos y se escapa Farfán, no sé cómo, la recoge el amigo Tragodara, enfrenta y a celebrar otra vez, gooooooool… Nos olvidamos del partido: la tribuna solo gritaba “Perú, Perú”, y los canadienses gritaban con nosotros (son lo máximo). Hasta se aprendieron el “y donde están, y donde están los canadienses que nos iban a ganar”.
Las conclusiones
Se ganó bien. Fue un segundo tiempo entretenido, con propuestas interesantes que ojalá sean serias. Sé que hay muchos que pueden decir “a quién le hemos ganado” y “contra quien vamos a jugar en Miami”, o hasta un cruel “esos no son equipos”. Bueno, pues, a ellos les digo que en la cancha son once contra once. Nuestros once lo hicieron bien ayer y los partidos hay que jugarlos y ganarlos uno por uno. No pretendamos jugar ahora mismo contra Brasil o Chile; seamos realistas y pisemos tierra. Roma no se hizo en un día y el equipo peruano no se hace de la noche a la mañana…
El hincha debe apoyar y un triunfo es un triunfo, y sobre todo cuando se juega con ganas y amor a la camiseta como ayer. Los “lesionados” que se queden por Europa; no queremos gente a la que no le interesa jugar por su país. Para los que sí están dispuestos a sudarla incluso con pifias y maltratos de todos nosotros los “hinchas”, es obvio que nos falta mucho por avanzar si pretendemos ser “serios” en el fútbol, pero ayer vi un lindo partido con un final feliz gracias a dos buenas definiciones. Y eso a mí me permite soñar; el que no sueña no tiene metas. Yo soy de la generación que “no conoce mundiales” y quiero que eso cambie; falta muchísimo, pero bueno, dicen por allí que la esperanza es lo último que se pierde. Yo no pierdo la esperanza de que se vaya Burga y menos pierdo la esperanza de ir a Brasil con la camiseta de Perú y comprar mi entrada para la primera fase. Por algo hay que empezar, y el que no quiere alentar, está en su derecho, pero a todos los que sí queremos celebrar un triunfo luego de tanto tiempo y en tierras extrañas, ¡arriba Perú carajo!
A mi esposito solo me queda decirle: ¡gracias, te amo! Sé que se aburre en los partidos, sé que solo compró las entradas del partido en el día de su cumpleaños para que yo pueda alentar a mi blanquirroja y sé que le dolía la cabeza durante el partido, pero también sé que se paró y saltó con el primer gol. En el segundo gol empezó a aplaudir y bailar con los hinchas y no volvió a sobarse la cabeza por dolor. Al hincha me queda decirle que siga alentando como ayer, y no solo cuando ganemos: en las buenas y en las malas hay que querer la camiseta.
Fotos: Jorge Barnaby / DeChalaca.com

LFS
KD
Los “lesionados†que se queden por Europa; no queremos gente a la que no le interesa jugar por su paÃs
Es como si en Perú digan: "Los que no creen en Perú que se vayan a trabajar a otro paÃs, no queremos en territorio nacional a peruanos que no crean en los peruanos" ... no se puede generalizar, su narración se deja leer pero no inicie su carrera copiando frases.
Éxitos
excelente nota ..
hace tiempo ke no gozaba con una columna asi
chiara roggero...kreo ke te vas a la banca de suplentes jaja