El corazón volverá a latir
La muerte de Constantino Carvallo ha dejado un dilema existencial en todos los ámbitos, incluido el futbolístico: ¿por qué la gente más valiosa es la que se termina yendo primero? Hoy que el fútbol peruano atraviesa una crisis fundamentalmente moral, no solo debe lamentarse su partida. También deben construirse las salidas por las que trabajó desde Alianza Lima: el equipo que él soñó convertir en escuela y que en estos tiempos viene dando las peores lecciones.
Composición fotográfica: Gian Saldarriaga / DeChalaca.com
Las notas necrológicas llevan consigo un cliché, en el que se afirma que quien se va deja un vacío irremplazable. En el caso de Constantino Carvallo, sin embargo, el vacío sí es literal. Basta repasar mentalmente la lista de dirigentes con los que hoy cuenta el fútbol peruano para darse cuenta que no hay un personaje que pueda acercarse a sus cualidades intelectuales y morales.
Desde todas las tiendas políticas y deportivas, además del universo educativo del que formó parte, sin dejar de lado a los medios de comunicación más serios, han salido palabras de sincera congoja (faltando la voz del gobierno, que aún no ha dado las condolencias públicas que se ameritan). Basta dar una rápida mirada a un foro web para observar cómo hinchas de Universitario, Cristal y Sport Boys se han sumado respetuosamente al dolor de Alianza Lima por esta pérdida. En estas afiebradas discusiones, pocos personajes hubieran despertado este pesar sin promover alguna alusión o broma de mal gusto.
Basta recordar las críticas que le cayeron a la directiva de Alberto Masías cuando decidió priorizar el aspecto pedagógico como motor de acción de sus divisiones menores. Carvallo fue abanderado de la causa: para las canteras victorianas, impulsó la creación de la Casa Hogar de Barranco (donde vivieron jugadores que antes coexistían en entornos absolutamente perniciosos) y ofreció educación gratuita en su colegio Los Reyes Rojos. Su objetivo, como él mismo decía, era que el fútbol dejara de ser “el lugar natural de los pobres”.
Alrededor de esta misión surgieron las voces disonantes. La más común: que qué hacían los juveniles estudiando matemática o trabajando en cerámica si lo que debían hacer era jugar al ‘fubol’ (sic). Algunos llegaban a más, indignándose porque tales beneficios incluyeran a niños y adolescentes que no mostraban mayores cualidades con el balón. Como él mismo dijo:
“Lo que tenemos es una élite que desprecia al deportista. Ha costado trabajo lograr que todos vayan al colegio. Pero los colegios públicos no hacen su parte, se llega a quinto de media siendo apenas alfabeto, las notas se conquistan jugando por la escuela. ¿Cuánto dinero están los clubes peruanos dispuestos a gastar en educar a sus deportistas? ¿Y qué decir de las burlas? Ocupar el tiempo libre en artesanías es cosa de maricones. Aprender computación o aritmética básica es llamado, por el propio J.C. Uribe, aprender a tejer, cosas de mujeres. El hombre domina su pelota. Se oculta allí el mismo racismo. Su revés. Porque el desprecio histórico se ha encarnado en el despreciado” .
De ese siembra surgieron jugadores como Jefferson Farfán y Paolo Guerrero, quienes consolidaron carreras exitosas en Europa. Cualquiera hubiera pensado que Carvallo se sumaría al típico apapacho dirigencial frente al jugador, ese que es tan común por estos días en La Victoria. Pero, al contrario, no cedió a la sobreprotección ni dudó en recriminarlos públicamente cuando cometían barbaridades (con Farfán fue particularmente duro respecto a la hija que tardó en reconocer).
Lo hizo porque era la única forma de cuidar lo que había sembrado. Por eso mismo renunció a la Comisión de Menores aliancista en 2005. Fue luego de un "ampay" en el que se veía a los experimentados jugadores Juan Jayo y Miguel Rebosio, bebiendo licor al lado de Alexander Sánchez; este último fue, posiblemente, el futbolista de su hechura del que más orgulloso llegó a sentirse, al ser su caso uno de los más sensibles y complicados de sacar adelante. Carvallo no dudó en calificar lo hecho por Jayo y Rebosio como un crimen, considerando que dos futbolistas "con una carrera hecha y un futuro ya asegurado" influenciaran de tal forma a una promesa. El técnico Wilmar Valencia decidió separarlos del plantel, pero la complaciente dirigencia blanquiazul no lo respaldó arguyendo la crisis futbolística que atravesaba el club. A la renuncia de Valencia la siguió inmediatamente otra firma: la de Carvallo.
Es muy extraño que intelectuales se animen a participar en un universo tan sinuoso como el del fútbol peruano, tan alejado de la cultura, de las metodologías y de las buenas intenciones. Escribir sobre Constantino Carvallo no es solo una obligación por lo que él fue como persona ni por las condiciones, tempranas y sorpresivas, de su desaparición.
Es un deber, fundamentalmente, porque si Alianza y el fútbol peruano quieren encontrar un verdadero 'referente' para salir adelante no deben buscarlo en los que vienen calzando chimpunes desde hace varios años. Tendrán que buscarlo en el ejemplo que deja gente como Constantino Carvallo.
Fotos: revistas Don Balón Perú y El Gráfico Perú
