Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com 

¿Por qué la tragedia un ídolo de ascenso de un fútbol lejano, por mediático que sea, puede causar repercusión grande? La historia legendaria y el triste destino de Tomás Felipe Carlovich (Rosario, Argentina, 19 de abril de 1946 - Rosario, Argentina, 8 de mayo de 2020) han superado todo canon establecido para el concepto de "lo que importa": es sentir como propia la pena por la partida de un hombre que encarnaba al fútbol puro, a la esencia del juego. A eso que en el Perú es la pichanga de barrio o en Argentina el picado con los amigos; al lenguaje universal al que el balón somete sin necesidad de aplicaciones traductoras. 

Sí, es cierto: la historia de Carlovich era ajena para el mass media hasta que uno de los informes del también recién fallecido Michael Robinson se la reveló a la generación de YouTube y Netflix. De allí surgieron portadas de revistas, fotos virales, hasta el encuentro con un Diego Maradona con el que jamás se había cruzado -y que terminó firmándole inferioridad futbolística, como a nadie, en una camiseta-. Es también verdad que el 'Trinche' era producto futbolístico -y mediático- de esa caja de resonancia magnífica llamada Rosario, que por alguna razón inexplicable exporta sus circunloquios a todo el planeta: por algo dicen que el Central - Newell's es el clásico más enardecido del mundo, solo comparable con el Celtic - Rangers escocés. Pero también es cierto que los viejos coleccionistas de Solo Fútbol, los ratones bibliotequeros y estadígrafos de la marcianidad de acumular esas revistas que eran capaces de volver un cuadrito numérico hasta el último partido de la última categoría del abecedario, veían encarnado en Carlovich al héroe de ese submundo; algo así como el emblema oficial de una Copa Perú mejor registrada en papeles.

Por todo eso, y por cómo el absurdo final de una vida amada por casi todo el resto pero tan humana como para ser víctima de la rapiña común de la delincuencia urbana de nuestra Latinoamérica, es que hoy el 'Trinche' acaba siendo un mayor mito. Sucede que Rosario es también, como canta Fito, esa puta ciudad que mata pobres corazones. Así sea a cambio de una bicicleta. Con la que Carlovich gambeteaba diariamente el tráfico a los 74 años, lejos de la pretensión del retiro de los famosos. Por que su fama era distinta: de la que se nutría a diario con cada saludo en la esquina, en el maxikiosco del barrio, en la rambla del Paraná. Ha partido, producto de las ineficiencias de la sociedad que nos rodea, un tipo al que siempre le reclamaron ingresar a esa categoría de futbolistas que no lograron todo lo que habían podido dar. Aunque el mundo le haya respondido a cambio que, ni siquiera, fue capaz de darle la protección mínima que a cualquiera habría de dar.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com


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