Red red nine

Días gloriosos que quién sabe cuándo volverán. En el -golpeado- espíritu de los hinchas del Liverpool, esos que en la temporada anterior de la Premier League sufrieron hasta el final, en vano, en espera de un título que reivindicara los capítulos más exitosos de su historia, los calendarios remiten a finales de los ochenta. Cuando de la mano del escocés Kenny Dalglish como técnico-jugador, los reds ganaron tres títulos de la Primera División inglesa y dos Copas FA.
Pero de todos esos días, pocos son tan especiales como el 12 de setiembre de 1989. Una jornada inscrita en los anales de Anfield Road como aquella en que su equipo fue, más que una máquina, una auténtica trituradora de cristal: del Crystal Palace, club por entonces recién ascendido -junto a otros dos equipitos modestos de entonces llamados Chelsea y Manchester City- que encajó nueve goles de ocho jugadores reds distintos, y además sirvió de comparsa para despedir del club a un goleador de raza, natural de Irlanda y que respondía al nombre de John William Aldridge.
Suckling it
Sexta fecha de la temporada 1989/90, que Liverpool empezaba como subcampeón tras haber perdido la campaña anterior en un duro mano a mano ante el Arsenal. Exactamente 35,779 personas en las tribunas de Anfield en una jornada muy especial: era el día en que había que decirle adiós al goleador de las últimas dos temporadas. El irlandés John Aldridge, un centrodelantro de esos que iban allí, en el área, de '9', se marchaba vendido a la Real Sociedad española.
Pese a eso, el escocés Dalglish envió a Aldridge al banco. Liverpool saltó al campo con el exótico zimbabuense Bruce Grobbelaar en el arco; los escoceses Gary Gillespie y Alan Hansen, el sueco Glenn Hysen y David Burrows en defensa; el irlandés Ronnie Whelan, Steve Mc Mahon, el escocés Steve Nicol y John Barnes en el mediocampo; y Peter Beardsley junto a otro monstruo del área, el galés Ian Rush, en el ataque. Por su parte, Crystal Palace, adiestrado por Steve Coppell, presentó a Perry Suckling en el pórtico; John Pemberton, Jeff Hopkings, Gary O'Reilly y David Burke en defensa; Andy Gray, Geoff Thomas, Alan Pardew y Eddie McGoldrick en el medio; Mark Bright e Ian Wright en ataque.
El trámite devino en azotaína desde temprano. A los 7', un desborde por la izquierda de Barnes permitió que Whelan ensayara un pase del desprecio hacia la entrada de Nicol, quien con tiro levantado de zurda la colocó a la derecha de Suckling. A los 15', McMahon prolongó el show: ensayó un sombrerito en primera, a la carrera, desde fuera del área que selló el 2-0. Y el primer tiempo terminó con otro lujo: pase de Barnes en cortada, anticipo y toque corto de Burrows para que Beardsley amagara disparar pero hiciera una finta hacia dentro y dejara solo a Rush, quien marcó un gol casi de fulbito. O de fútbol elegante que se iba a vestuarios tres tantos arriba.
El complemento consumó la masacre a punta de nuevos lujos. A los 56', Beardsley echó un córner de Winning Eleven, de esos cortitos al primer palo: peinó Barnes, como contra Argentina en México 1986, y apareció en segundo cabezazo Gillespie, de palomita, para poner el cuarto. Y 5 minutos luego, a los 61', Beardsley apareció otra vez para tirar una pared de fantasía con Rush e ingresar solo por el medio antes de fusilar al ya sacrificado Suckling para el 5-0 (ver foto superior).
En ese momento, en la tribuna de Anfield solo cabía espacio para el delirio ante tal fantasismo futbolístico. Pero el momento más emotivo de la tarde estaba por llegar. Pase en callejón de Barnes a Whelan y al zaguero Hopkins solo le quedó trabarlo. Penal cobrado el réferi Barratt y de la tribuna bajó una exigencia: que Dalglish enviara al campo a Aldridge para que lo dispare. El técnico, cual César en el Circo, accedió: el irlandés entró al campo, en tiempos en que no lucía mostacho, en reemplazo de Beardsley. Manos a la cintura y suave toque a la izquierda de Suckling para el sexto tanto (ver foto inferior).
Pero para que la jornada fuera perfecta faltaba algo más que anotar goles: salvar un penal. Eso ocurrió casi al instante, cuando Pardew fue trabado por el sueco Hysen en el área. Se paró Geoff Thomas ante el balón y le pegó tan fuerte que la mandó a la Anfield Road Stand (cabecera Norte si se toma como referencia al estadio Nacional). Distinta fue la suerte a balón parado del que mejor trataba la pelota en el Liverpool de entonces: a los 79', Barnes tuvo un tiro libre en el extremo derecho cercano al área grande y con zurdazo milimétrico anotó un golazo inatajable para Suckling.
Tome aire que usted, claramente, todavía no lo ha leído todo. Tres minutos después, a los 82', un córner llegó directo a la cabeza de Hysen, quien como manda el libro se elevó, se arqueó en diagonal y cabeceó contra el piso. Nuevo golazo y nueva explosión de Anfield. Grito rabioso del sueco, puño en alto, para celebrar el octavo. ¡Una locura! Pero había espacio para una más. A los 89', en el estribo, desbordó por la izquierda Burrows y le hizo el pase de la muerte al danés Jan Mølby -que había entrado por McMahon-, pero este llegó un segundo tarde y no la pudo empalmar. Sin embargo, por el segundo palo estaba Steve Nicol, quien con suave toque decretó el histórico y apoteósico 9-0. El escocés fue, además, el único que marcó un doblete en una jornada con ocho anotadores diferentes.
Otros tiempos, sin duda. De espectáculo más en el juego que en las celebraciones de los goles. De finales emotivos como el de Aldridge corriendo a The Kop, la cabecera donde se suele ubicar la barra del Liverpool, a arrojar su camiseta y sus chimpunes. Y de un Liverpool campeón, cosa que no se grita desde los 25 años que exactamente han corrido desde entonces.
Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
Fotos: liverpoolecho.co.uk
