Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.comDe Estados Unidos 94 a Brasil 2014. Veinte años viene siguiendo Manolo Núñez los mundiales y en este artículo nos cuenta más detalles de cómo se fue enamorando del deporte rey.


El primer recuerdo de los mundiales que tengo es la inauguración de Estados Unidos 94. El año anterior había viajado a Israel con mi familia, y habíamos conocido a personas de muchas partes del mundo. Ver el Mundial y a sus selecciones, me hacía recordarlos e instintivamente apoyarlos. Por eso, en aquella inauguración entre Alemania y Bolivia, me puse del lado de los teutones que ganaron 1-0 con gol de Jürgen Klinsmann. El apoyo tácito a los equipos sudamericanos es algo que nunca heredé.

Una curiosidad de mi familia era que la gran mayoría son mujeres. Desde ahí comprendí la diferencia que tiene el Mundial a cualquier otro tipo de competición: la expectativa y emoción de ver a dos países competir nunca va a poder ser superada y convoca a todos aquellos que no son consumidores habituales de este deporte. Mientras en mi casa sufrían por la performance de Colombia y se alegraban por la dupla Romário – Bebeto, yo me encariñaba con el juego de Holanda y del ‘10’ de Italia.

Manuel Núñez fue el primero de nuestros enviados especiales que llegó a Brasil (Foto: Manuel Núñez / DeChalaca.com)Clave, definitivamente, era el coleccionar el álbum del Mundial. Era de esos álbumes que aún necesitaba de goma y en que la más difícil de conseguir era la del rumano George Hagi, que para colmo era una de las figuras de la cita estadounidense. Con el álbum comencé a reconocer las caras de las personas que veía en la televisión detrás de una pelota. Así conocí a Hristo Stoichkov, Tomas Brolin y Lothar Matthäus.

La efervescencia que se veía en televisión y se vivía en el colegio me hizo pensar en algún momento que no habría clases durante el tiempo que durara la Copa del Mundo. Si bien estaba equivocado, luego  fui conociendo que cuando tu país clasifica, los días que juegue es libre. Acá en Sao Paulo, nadie trabajará el día de la inauguración.
La decepción de que no pudiera ver el Mundial se compensaba con que en mi colegio, el Inmaculado Corazón, pusieran la transmisión radial de RPP en los recreos para seguir los partidos. Recuerdo muy bien que el primero que pusieron fue el del debut de Argentina contra Grecia, aquel del hattrick de Batistuta y el último gol de Maradona en los mundiales.

Una vez más, no entendía porque todos se alegraban del triunfo argentino. Era ese apoyo sudamericano que nunca me cuadró. Apoyo sudamericano que se trasladó a Brasil en la final. Recuerdo haberla visto toda, pese a que el 0-0 me aburría al tener solo siete años. La tanda de penales puso nerviosos a todos en mi casa, que ya a esas alturas eran fans de Romário.

Luego de que Estados Unidos 94 me introdujera al fútbol, ver los demás mundiales era algo evidente. Pero ya no era solo el álbum o ver los partidos, era leer y releer todas las guías habidas y por haber que salieron antes y después del certamen francés. Mi papá era el principal promotor de mi afición futbolística, y con quien vi la mayoría de los partidos. Incluyendo ese inolvidable Nigeria – España y el error con el que condené en mi mente para toda la vida a Andoni Zubizarreta.

Junto a Denilson, campeón mundial en 2002, en una postal para el recuerdo (Foto: Manuel Núñez / DeChalaca.com)Francia 98 me regaló el mejor partido que he visto en mundiales: el Brasil – Holanda de semifinales. La revancha personal de Roberto Baggio al patear el penal ante Chile en fase de grupos. El gol de oro de Blanc contra Paraguay. El inútil 6-1 de España sobre Bulgaria. Los dos goles de Lilian Thuram contra Croacia en semifinales. La goleada de Croacia sobre Alemania. Y la final, en la que en mi casa era el único que no quería que ganara Brasil, ya que tener cinco mundiales me parecía algo abusivo.

El 2002, el 2006 y el 2010 fueron años referenciales en mi vida porque luego de Francia 98 comencé a ordenar (y recordar) mi vida a partir de los mundiales. Los partidos en la madrugada en 2002, el faltar a clases en 2006 y el ordenar mi horario en 2010 para ver la mayor cantidad de partidos que se jugaban en Sudáfrica.

Desde que Brasil fue elegido como sede del mundial de este año, sabía que tenía que venir. Ya sea cruzando los dedos porque la interoceánica estuviera terminada, o porque consiguiera algún amigo brasileño o porque de alguna manera hubiera ahorrado lo necesario para al menos venir tres días. Bueno, al final me vine por 45. No solo como espectador, sino como responsable de cubrir para DeChalaca el mundial más esperado de los últimos años. Y todo eso, gracias a aquel solitario gol de Jürgen Klinsmann el 17 de junio de 1994.

Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: Manuel Núñez / DeChalaca.com

 

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