Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.comReflexiones desde Chile sobre la relación histórica de ese país con el Perú a partir de los sentimientos suscitados por la semifinal del último lunes, que permiten comparar esa situación con la que vivieron Holanda y Alemania en la recordada semifinal de la Eurocopa 1988.

 

"Nunca viviremos un Holanda - Alemania tan cargado emocionalmente como aquel de 1988. De hecho, a no ser que Holanda vuelva a ser ocupada por otro país pronto, dudo que volvamos a vivir nunca un partido de fútbol tan eléctrico como aquel". La frase pertenece a un artículo publicado en 2013 en la revista española Panenka por Simon Kuper, connotado columinsta del Financial Times nacido en Uganda (África), pero criado en Holanda, formado en Inglaterra y actualmente residente en París: una de las plumas de mayor vuelo intelectual mejor puestas al servicio del fútbol en el planeta.

A despecho de sus credenciales, me atrevo irrespetuosamente a desafiar a Simon a revisitar su frase: quizá él debió estar presente la noche del último 29 de junio en el estadio Nacional Julio Martínez Prádanos de Santiago. Un escenario que estoy seguro sería de su especial interés -dada su afición por los temas que unen fútbol, política y sociedad- por motivos históricos conocidos, pero que en esta ocasión le habría permitido además espectar sentimientos diversos cargados de ansias de reivindicación similares a los que aquella Holanda de Rinus Michels puso sobre el césped la noche del 21 de junio de hace veintisiete años en Hamburgo, cuando eliminó en su propia cancha a Alemania en la semifinal de la Eurocopa al vencerla 1-2 con el "gol imposible" de Marco van Basten, sin ángulo, a dos minutos del final.

Holanda no es el Perú, pero...

... Ambos se parecen en algo: son países futbolísticamente frustrados. Si en el Perú se sufre con más de 33 años de ausencia en mundiales, el trauma nacional en la tierra de los tulipanes es también causado por la Copa del Mundo, pero por otro motivo: el no haber podido alzarla pese a haber tenido presencia en tres finales distintas. Pero se agudiza por recuerdos cuyo trasfondo trasciende a las canchas. En 1974, la 'Naranja Mecánica' de Cruyff y compañía asombró al planeta con un fútbol total que sucumbió ante Alemania en Münich en la gran final pese a haberse puesto en ventaja con un gol al minuto y medio convertido de penal por Johan Neeskens antes de que algún jugador local hubiera siquiera podido tocar el balón. Y esa no fue una derrota cualquiera.
La llave entre Alemania Federal y Holanda se definió luego de este remate de Marco van Basten (Foto: conti-online.com)
Antes de ese partido, Willem van Hanegem, volante central de aquel maravilloso equipo holandés, conminó a sus compañeros a aplastar a los alemanes. "No me gustan: cada vez que juego con ellos me siento en guerra". Tenía motivos muy personales para ser tan duro: "Ellos asesinaron a mi padre, a mi hermana y a mis dos hermanos. Estoy lleno de rencor. Los odio", dijo el hombre nacido en Breskens, ciudad que fue bombardeada por las fuerzas nazis el 11 de setiembre de 1944 y en uno de cuyos refugios perecieron los familiares de Van Hanegem, que habían retornado a buscar provisiones pese a las indicaciones de desalojar la zona.

Narra el mismo Simon Kuper en su maravilloso libro Fútbol contra el enemigo que en la gloriosa noche de Hamburgo, en 1988, solamente un futbolista alemán intercambió camiseta con un holandés: fue el pequeño Olaf Thon, quien se la entregó a Ronald Koeman. El zaguero, en su trayecto a vestuarios, hizo algo que las cámaras de TV no captaron: comenzó a saltar de un lado a otro mientras se pasaba la camiseta de Thon por entre las piernas, como limpiándose el trasero. Se cuenta que en el camarín holandés los jugadores fueron pasando uno a uno bailoteando y repitiendo el gesto.
Ruud Gullit levanta el trofeo de la Eurocopa y el 'colorado' Ronald Koeman celebra el título junto a toda Holanda (Foto: football-shirts.co.uk)
En paralelo, en Holanda la euforia nacional por el triunfo solo fue comparable con la salida a las calles de la población luego del fin de la ocupación germana en 1945. Durante varios años, la fecha del 21 de junio fue la que conmemoró la gesta en la Eurocopa -el único título a nivel de selecciones alcanzado por la Oranje hasta hoy-, y no la del 25 de junio, cuando el equipo de Michels alzó el trofeo luego de derrotar 2-0 a la URSS en la final del torneo. Pero cuando en 2013 Panenka entrevistó a Ruud Gullit y al irreverente Koeman en conmemoración del aniversario 25 del título, ambos respondieron que en Holanda ya no se festeja ese logro pues es una sociedad que prefiere mirar hacia adelante.

Le pasó a Holanda (y al Perú)

¿Qué sucedió para que en Holanda se olvidara una efeméride así? La respuesta urbana diría que mucha gente que vivió la II Guerra Mundial y sus secuelas fue muriendo y, con eso, los rencores quedaron de lado. La respuesta tribunera diría que como Holanda consiguió eliminar a Alemania reivindicó sus colores en el territorio que alguna vez fue antagonista y por tanto pudo seguir viviendo tranquila.
El momento de mayor tensión se vivió durante la ceremonia de los himnos que al final pasó sin mayor contratiempo para Chile o Perú (Foto: AFP)
Hay un poco de uno y de lo otro. Pero el lunes 29 en Santiago, durante la entonación del himno nacional peruano -que yo nunca canto en los estadios pues particularmente no comprendo qué tiene que hacer involucrado en un partido de fútbol-, comprendí que la integración europea era la respuesta a la interrogante planteada. Que la caída del Muro de Berlín en 1989 y la instauración del euro como moneda común en 1992, apenas después del título de Holanda en canchas alemanas, habían reivindicado mejor a los teutones con el pueblo holandés y con otros en Europa que ningún otro lazo. Y que por eso la figura de Alemania como "El Darth Vader europeo", como Kuper titula su magnífico artículo en Panenka citado al inicio de este texto, ha ido progresivamente desapareciendo.

¿Y por qué lo entendí durante el himno peruano? Pues porque la inmensa mayoría de asistentes al Nacional Julio Martínez Prádanos no solo no pifió sus notas, sino que obedeció al pie de la letra la indicación de los altoparlantes de alzar una tarjeta verde en saludo y muestra de respeto al pueblo peruano. Sensación muy distinta de la que se vivió el 12 de octubre de 1997, cuando Perú fue a Santiago con dos puntos de ventaja sobre Chile en el camino eliminatorio a Francia 1998 y no solo recibió una goleada catastrófica, sino sufrió la vejación de su himno con pifias, insultos y demás formas de tribuna -que, por cierto, se han repetido cuando la selección chilena ha ido a jugar a Lima un partido oficial-.
 El recuerdo del partido en 1997 por las Eliminatorias surgió apenas se definió que Chile y Perú se debían enfrentar (Recorte: revista Once)
Para el Perú, probablemente, el 4-0 de 1997 en Santiago fue lo que a los holandeses la derrota 2-1 de 1974 en Münich. Con la diferencia de que para entonces en la volante peruana no existía algún Van Hanegem que tuviera recuerdos bélicos tan de carne viva, porque los recuerdos de guerra se remontaban ya para entonces a más de un siglo atrás. Pero nuestra Sudamérica, atizada por dictaduras ora de derechas ora de izquierdas, repelía aún la integración económica y comercial.

El gran cambio, pues, pasa porque mientras en 1997 la queja común era que una aerolínea peruana -de posteriormente probada reputación delincuencial- no podía operar en Chile, en 2015 la principal empresa cementera chilena es de capitales peruanos. Y por ejemplos prácticos como el que en las semanas previas a la resolución en el Tribunal de La La Haya de la última controversia marítima entre Perú y Chile, el número diario de ciudadanos chilenos que cruzaron la frontera hacia el norte de Arica hacia Tacna fluctuó entre 5,000 a 7,000 de lunes a viernes, y se situó en cerca de 20,000 para sábados y domingos.

¿Le pasará al Perú lo que a Holanda?

Sí: hoy Perú y Chile son países mucho más integrados. En los últimos diez años (el Acuerdo de Libre Comercio entre ambos países fue suscrito en marzo de 2006), las exportaciones peruanas al mercado chileno han crecido 114% hasta agregar 1,538 millones de dólares para el ejercicio 2014. Una cifra que impacta en puestos de trabajo, relaciones interpersonales y demás aspectos de la vida cotidiana, como la invasión gastronómica peruana en las principales calles de Santiago. O como el fútbol mismo. Perú tuvo su mejor opción durante el partido cuando Luis Advíncula propició el gol en contra de Gary Medel (Foto: Reuters)
Sin duda, en Sudamérica existen masas para las que esos fríos números dicen poco al lado de cuántos goles le convierte una selección a otra. Y si para Holanda el triunfo en Hamburgo de 1988 fue un hito equivalente a sacarse una espina que ayudó a mejorar, a la larga, la relación de su pueblo con el alemán, pues sí puede creerse que el 29 de junio Perú perdió una oportunidad importante de marcar un punto en la historia de su relación con Chile. Piense solamente cómo en el feriado las calles de Lima estuvieron desiertas; en Santiago, en cambio, el flujo de pasajeros en el metro y las mismas pistas aledañas al estadio era muy normal; de gente que solo hablaba del partido, sí, pero no de ganarle a Perú. El taxista que llevó a los integrantes del equipo de DeChalaca y a mí al Nacional Julio Martínez Prádanos, al saber que éramos peruanos, nos cobró un 20% menos de la tarifa "para que nos lleváramos un buen recuerdo de Santiago".

Sucede que el pueblo chileno, amable y bondadoso como pocos con el turista, respetuoso a ultranza de las expresiones de cada uno -más allá de que un periodista chileno, entiendo que de un diario popular, me haya gritado el lunes el golazo de Eduardo Vargas en el oído-, no se considera el Darth Vader de Sudamérica. Así como los alemanes en 1988 tampoco se creían eso, como confesó Lothar Matthäus al ser inquerido años después sobre la derrota en Hamburgo a manos de Holanda. Como apunta Simon Kuper, Matthäus nació en 1961, cuando el nacional-socialismo era un recuerdo ya deleznable para la sociedad germana en general.
Eduardo Vargas selló el triunfo de Chile sobre Perú con un doblete en las semifinales (Foto: AFP)
Chile resuelve su Copa América este sábado ante Argentina en Santiago. El lunes último, periodistas argentinos, uruguayos, colombianos, venezolanos y demás hincharon abiertamente en Santiago por Perú, no solo por identificación con el más débil sino por lo que ellos consideran un torneo de flojos arbitrajes con tendencia localista. Puede que algo -o bastante- de razón tengan, aunque los peruanos, empezando por el propio Carlos Zambrano y su mea culpa en su cuenta de Instagram sepamos que nos hicimos solos una tarjeta roja muy bien mostrada.

Perú, a su vez, resuelve su ubicación en la Copa América este viernes ante Paraguay en Concepción. A 10 minutos en automóvil del centro de esta ciudad -desde donde escribo estas líneas- está ubicado el puerto de Talcahuano, donde está anclado el monitor Huáscar, reliquia histórica excluyente de la Guerra del Pacífico y que en estos días no es visitable pues está en jornadas de mantenimiento, que culminan justamente el viernes para reabrir sus puertas al turismo el sábado 3 de julio.

La historia de los pueblos está para contarse. Así como en Talcahuano, en Lima habrá siempre espacios públicos para rendir homenaje a los caídos en el conflicto contra Chile -la Plaza Butters de Barranco, contrariamente de lo que alguna gente supone, no es uno de ellos-, o libros inclusive novelados -como la magnífica obra 1879 del fallecido Guillermo Thorndike- que evoquen lo que sucedió. Ocultar la historia de los libros, como algunas corrientes educativas proponen sin más sustento que el modus operandi del tabú, es un craso error si quiere fomentarse la auténtica reconciliación entre peruanos y chilenos: el pasado debe servir para estudiarse y mirar a partir de él siempre hacia el futuro, como proponen los holandeses -y no para evocar chauvinista, desubicada e irresponsablemente resentimientos sin que medie siquiera alguna razón a lo Van Hanegem-.

El fútbol, en ese sentido, es una poderosísima herramienta que permite que, por noventa minutos, dos pueblos disímiles en términos políticos, económicos y sociales se vean igualados en términos de reglas y espacios de coexistencia. Once hombres de dos piernas, dos manos y una cabeza cada uno patean un balón bajo las mismas condiciones por noventa minutos. Solo eso puede explicar que en un torneo como esta Copa América una selección como Jamaica haya enfrentado a Uruguay, Paraguay y Argentina y en todos los partidos haya perdido 1-0. O que para efectos de estas líneas, el Perú se parezca a Holanda.

Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: conti-online.com, football-shirts.co.uk, AFP, Reuters; Recorte: revista Once


Comentarios ( 0)add
Escribir comentario
quote
bold
italicize
underline
strike
url
image
quote
quote

busy