Pizzi y Matosas: Trampolín a la fama

La lista de técnicos que trabajaron en el Perú luego triunfaron con gran suceso en otros lares es amplísima. Jorge Sampaoli, el técnico de moda en Sudamérica, es el ícono de esa prole supuestamente incomprendida, teóricamente menospreciada. Jorge Luis Pinto y Luis Fernando Suárez, otros entrenadores que serán mundialistas en 2014, pasaron por el Perú: pero no puede englobárselos a todos en el mismo saco.
Sampaoli llegó cuando no existía en el firmamento futbolístico: no había dirigido profesionalmente en su país en categoría alguna y tomó las riendas de Juan Aurich en medio de múltiples críticas de entrenadores peruanos que reclamaban por qué se le daba trabajo a "un técnico que en su país no es nadie". Pinto, en cambio, vino a Alianza más maduro: con 13 años de rodaje en la Dimayor colombiana, aunque sin grandes logros a cuestas. Suárez, en cambio, llegó a Aurich consolidado, con el enorme aval de haber dirigido a Ecuador en Alemania 2006.
¿Les fue mal en el Perú? En realidad, no: Sampaoli clasificó con un equipo chico a Sudamericana (Bolognesi) y en condiciones normales debió hacerlo con otro (Boys); Pinto logró un título con un grande que llevaba 19 años sin campeonar (Alianza) y Suárez logró que un club del interior que no ganaba desde 1969 en el extranjero (Aurich) eliminara a un rival mexicano. ¿Qué dificultad tuvieron en común los tres en el país, entonces? Pues choques con sus respectivos vestuarios por el tema disciplinario. ¿Algo más? Que los tres rescataron del Perú experiencias que, reconocen, los marcaron como técnicos.
El tema no es cómo les fue: es cómo les va
Los títulos logrados el fin de semana por Juan Antonio Pizzi y Gustavo Matosas en dos de los torneos más reputados del continente llevan a pensar que no puede ser casualidad tanto buen resultado en el exterior para técnicos con pasado en el Perú. Ellos podrían recaer en la categoría de Sampaoli, aunque con una gran diferencia: si bien no tenían mucha experiencia como técnicos cuando llegaron al país, sí contaban con cartel como jugadores. Algo parecido, acaso, a lo que vivió Diego Aguirre: multicampeón con Peñarol como futbolista, de estrepitoso paso por Matute y luego subcampeón de Libertadores en el banquillo carbonero. La lista hoy la engrosan Ángel Comizzo en Universitario y Guillermo Sanguinetti en Alianza. Pero si se observa, todos los resultados han sido disímiles: Comizzo ha tenido amplio éxito, Sampaoli uno relativo, Pizzi y Matosas pasaron desapercibidos y Aguirre fracasó ruidosamente.
El fin de semana también fue campeón Richard Páez con Mineros de Guayana en su natal Venezuela. Su caso es más parecido al de Suárez, o al del propio Sergio Markarián, o al del tantas veces vilipendiado Vladimir Popovic: entrenadores con cartel afuera que llegaron al país y no tuvieron, en todos los casos, resultados a la altura de sus pergaminos. A Markarián le fue bien en clubes y mal en la selección; a Popovic, campeón intercontinental, le fue pésimo con la blanquirroja; Suárez logró plasmar un buen juego afuera pero localmente no peleó el campeonato, y Páez enarboló la peor campaña de la historia de Alianza en torneos nacionales. También resultados disímiles.
Finalmente, estarían los técnicos de la prole de Pinto: llegados con cierto cartel de respaldo, consolidación local posterior y éxito afuera. Nombres como los de Edgardo Bauza, Rubén Darío Insúa o Ricardo Gareca podrían sumarse a esta lista. Pero nuevamente con resultados disímiles entre sí: Pinto logró localmente lo que parecía imposible, Bauza y Gareca lograron títulos menores que supieron a poco y a Insúa le fue muy mal.
Por ende, la conclusión vuelve a asomar: el principal rasgo común de estos técnicos no es que localmente no hayan sido muy exitosos y no se haya sabido apreciar sus cualidades, pues los resultados de todos fueron diferentes. Lo que los asemeja entre sí, más bien, es que todos construyeron su éxito a partir del paso por el Perú como trampolín, y eso tiene un gran porqué.
Great place to work?
Porque el Perú, ante todo, tiene una heterogeneidad geográfica inigualable a nivel mundial. Cuenta con 84 de los 114 microclimas que existen en el planeta y eso hace que una semana se juegue en la altura del Cusco, otra en el calor de Sullana, otra en el trópico a veces lluvioso de Iquitos, otra en el eventual granizo de Huancayo y otra en el extremo kilométrico opuesto de la árida Tacna. A nivel concentraciones, camarines y cuerpo para los viajes, eso impacta y sobre todo curte. Encima, desde 2004 se agregó la rareza de las canchas sintéticas en diversos campos de costa, sierra y selva, algo impensable y hasta inadmisible en otros lares. Todo eso, que perjudica a los jugadores en su normal desempeño, constituye un aprendizaje invalorable para cualquier técnico del que saca provecho cuando, por avatares de la vida, se encuentra con una sola de esas "anormalidades" -que acá son muy normales pues representan parte de nuestra geografía- en las grandes ligas.
A eso puede sumársele la principal tara del campeonato peruano: andar cambiando de sistema de un año a otro. Eso, que al aficionado le resulta perturbador y confuso, para cualquier entrenador es retador: no se acostumbra a encarar torneos de una sola manera, sino que debe rediseñar estrategias con frecuencia. Y no solo en el campo de juego o en términos tácticos, sino para programar pretemporadas, reacondicionamientos físicos y demás, ya que el calendario varía de un año a otro.
Finalmente, los elementos que forman parte del folclor del fútbol peruano, como partidos que se retrasan porque los equipos tienen camisetas del mismo color o, como sucedía antes y felizmente ya no pasa más, partidos que se cancelan por deudas -cosas que sí sucedían en el tiempo en que varios de los técnicos mencionados trabajaban en el Perú-, perjudican irremisiblemente al juego en su dimensión de negocio. Pero también preparan a los entrenadores ante la adversidad y la improvisación: aprenden a no desconcentrarse por ese tipo de detalles.
Todo eso convierte al fútbol peruano en una especie de safari por la supervivencia: una prueba de resistencia que acaba ganando el mejor de los Indiana Jones. Por eso, además, hay técnicos como Franco Navarro o Édgard Ospina que saben jugar el Descentralizado y que a nivel local obtienen mejores resultados que varios de los citados, pero que en torneos no han alcanzado mayor suceso.
Así, el fútbol peruano, antes que una industria promotora de despidos injustos o un great place to work, es un excelente trampolín a la fama para técnicos extranjeros: una práctica preprofesional incomparable.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: AFP, Imago 7, accdminerosdeguayana.com, Jorge Cabanillas, Emilio Ruiz
