Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comPaolo Guerrero ha sido el excluyente protagonista principal de la clasificación peruana a Rusia 2018. Genio y figura, ídolo y héroe: ser humano y blanquirrojo.

 

    Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

Agosto 2001, la comisión más aburrida que me podían asignar: cubrir menores. Estadio Unión de Barranco, sábado por la mañana para buscar a dos adolescentes categoría 84 que dizque tenían futuro en Alianza.

- Jefferson, Paolo: me han dicho que ustedes son los que la rompen.

- A él, entrevístalo a él. Él es el crack y el goleador -me respondían ambos jaloneando al que completaba el trío. Se llamaba Wilmer Aguirre y, en efecto, era el más famoso de las canteras, solo que un año mayor-.

Puedo debatir horas sobre las irrefutables cifras que hacen al Zorrito el máximo goleador de la última década en Alianza, pero ese no es el tema. Sí que esa media hora de conversación con esos tres chibolos a través del enrejado del Unión me dejó un mensaje: ¡qué distintos podían ser nuestros futbolistas cuando estaban respaldados por una buena educación! Hablando de proyectos, de metas, de sueños; gente con la valla alta a partir de un proyecto impulsado por Constantino Carvallo en conjunto con Alberto Masías para que los mejores jugadores de la cantera aliancista estudiaran en Los Reyes Rojos -por eso entrenaban en Barranco-.

La generación 84, el proyecto que impulsó Constantino, es la que mejor logró superar la tara histórica del futbolista peruano: mantenerse en el extranjero con la fortaleza mental suficiente para no extrañar al perro o al cebiche. Y es la que tiene como estandarte al más Guerrero del trío con el que conversé esa mañana de sábado, responsable directo de que el sueño más grande de muchos de nosotros se haya hecho realidad.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com 

Al día siguiente de verlo validar vía tiro libre la mitad de ese pasaje a Rusia en el Nacional ante Colombia, gracias a su apresuramiento y a que el arquero rival la tocó, la tocó, me invitaron a conducir una ceremonia en la que tuve el enorme gusto de presentar a ese chibolo que conocí en 2001 como lo que es ahora: nuestro capitán, nuestro goleador, nuestro eximio pateador de tiros libres. Lo vi tan maduro y consolidado para articular conversación y responder a la nube de cámaras y micrófonos como bien acompañado de su madre y su novia, en señal de una solidez personal que es otra de sus grandes fortalezas diferenciales respecto del futbolista peruano típico.

Por eso, no me sorprende que en las semanas posteriores haya tenido la entereza para afrontar con hombría el trance que le tocó vivir. La masa siempre abogará por la idealización del ídolo y no se la puede condenar por eso; él, un Guerrero muy por encima del promedio, sí está en capacidad de entender que como bien subrayó Pedro Ortiz Bisso en un magistral artículo en El Comercio, los héroes también son humanos y tanto ellos como quienes los rodean pueden eventualmente equivocarse. Y que, por supuesto, con la verdad por delante como gran arma, pueden lograr que el sistema también la manotee y haga que una fuerte sanción que parecía un anulable tiro directo se convierta en una más tenue que, indirectamente, le permite llegar a Rusia, el destino final de ese balón incrustado en el arco de David Ospina.

En estos días de un país lacerado por la falta de credibilidad, se vuelve especialmente inmenso el estandarte que porta José Paolo Guerrero Gonzales (Lima, 1 de enero de 1984). Alguien fruto directo de un proyecto formativo que, en el largo plazo, siempre paga. Y que, por tanto, no solo nos permite a 33 millones ser felices gracias a sus casi 34 años, sino sobre todo le faculta a él mismo comprehender lo que eso implica ser nuestro gran héroe nacional.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com


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