Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comJefferson Farfán ha sido el jugador icónico del fútbol peruano en este siglo XXI. Símbolo de Alianza Lima desde chico, se fue pronto a Europa con la esperanza de que podía superar a todos aquellos quienes lo precedieron. Su carrera fue poco pareja, pero terminó con su grito ante Nueva Zelanda.

Manolo Núñez | @Manolonf
Columnista Editorial

Habrá sido mayo del 2001 cuando por primera vez me topé con Jefferson Agustín Farfán Guadalupe (Lima, 26 de octubre de 1984). En aquellas vacaciones de colegio, buscando qué ver terminé en una transmisión de CMD sobre un torneo de menores en el que 'Jeffry' y Paolo Guerrero mostraban claras diferencias respecto del resto. No me sorprendió verlo aparecer luego en Alianza Lima y -luego de algún problema inicial para llegar a los goles- se alzó como la gran figura del equipo íntimo bicampeón del 2003-2004. Tantos importantes a Universitario y Cristal hicieron que rápidamente se colocara afuera en un equipo grande de Holanda como el PSV.

La Eredivisie era bastante más competitiva de lo que es ahora, y luego de una no muy larga adaptación, se vio que Farfán podía llegar lejos. En esa época sin redes sociales, para saber de los jugadores en el exterior había que ir a la misma fuente: las páginas web de los clubes. Costumbre que adopté y que se volvió habitual para mí en busca de información de él y Claudio Pizarro.

Su irrupción en la selección fue rápida. Fue parte de la goleada 4-1 sobre Paraguay en el inicio del proceso para Alemania 2006 y parecía que era el presente y futuro de una selección que debió pelear hasta el final. Pero su carrera comenzó a dar algunas malas vueltas. Mientras era parte de uno de los mejores PSV de la historia, su vida privada no parecía tan bien llevada y era presa de "prensa" chicha a la que le gustaba invadir la privacidad de los futbolistas.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com 

Su paso al Schalke -y no a una liga más competitiva como lo hicieron sus otros compañeros del PSV- fue un mal augurio que se coronó con su participación del escándalo del Golf Los Incas. Enfocado en su club, se volvió el mejor jugador de ese Schalke y logró títulos como en Holanda. Es muy difícil que no guste el juego de Farfán, tan veloz y técnico como manda la historia del fútbol peruano.

Volvió con Sergio Markarián a la selección y fue de los más regulares, aunque sus problemas fuera de la cancha se mantenían. Los años pasaban y la idea de la gente que él sería quien nos lleve al Mundial iba desapareciendo. Ricardo Gareca lo hizo parte de su plantel por su relevancia por su edad, pero su carrera en el nivel de clubes había caído casi en la intrascendencia. Las lesiones -y escándalos fuera de la cancha- lo alejaron de la selección.

Pero el destino ya estaba señalado. Su vuelta, su paciencia y compromiso, determinaron que tuviera que ser el reemplazo de su gran amigo Paolo Guerrero en el histórico partido ante Nueva Zelanda. Su gol abrió el camino de la clasificación a la Copa del Mundo del país donde reside con éxito en un grande como el Lokomotiv. El fútbol le da la última oportunidad a Farfán: alguien que luchó por ella, así como lo hizo desde sus lejanos inicios en los primeros años de este siglo. Pudo caer, pero todos sabemos en el fondo que él siempre fue el elegido para esto.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com


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