Donde se hace deporte... ya no está Pocho
Fue el viernes 14 de octubre de 1988, a las 7 y 45 de la noche, en la clínica Tezza de Monterrico. Dos días después de haber sufrido un derrame cerebral, murió la máxima figura del periodismo deportivo peruano: Alfonso ‘Pocho’ Rospigliosi.
Tenía apenas 57 años, aunque el repaso de su larga trayectoria, sumado a una obesidad que nunca cedió, lo hacían parecer mayor. No por algo podía aparecer ante las cámaras de Gigante Deportivo con una empanada al costado; no es menos célebre el mito que lo dispuso como recordman en diversas pollerías. A ese descuido, se habría sumado un espíritu infatigable para el trabajo. En junio, menos de cuatro meses antes de su muerte, ‘Pocho’ cubrió, en Alemania Federal, las incidencias de la Eurocopa.
En julio, el corazón le dio una advertencia: un pre-infarto lo obligó a viajar a Miami, donde fue operado del corazón; tres by passes a cambio de tres arterias obstruidas. Una trombosis, asimismo, le afectó la pierna izquierda. En ánimos, la cosa no anduvo mejor: en agosto murió su madre. Regresó a Lima y se internó en la clínica Tezza, donde debía cumplir un estricto régimen para su recuperación: un derrame cerebral lo sorprendió la madrugada del jueves 13 de octubre y, menos de 48 horas después, la mala nueva llegó a todas las redacciones.
El velorio fue en la Virgen del Pilar; el entierro, en los Jardines de la Paz de La Planicie. Teófilo Cubillas, Héctor Chumpitaz, Roberto Chale, ‘Vides’ Mosquera, ‘Cachito’ Ramírez, ‘Tito’ Drago, Arturo y José Fernández, Alfonso Grados Bertorini, Humberto Martínez Morosini, Augusto Ferrando, Juan Honores, el premier Armando Villanueva del Campo, entre otros, pasaron frente al ataúd para despedirse. Luis Izúsqui dio unas palabras en nombre de todos los periodistas de Ovación; Lorenzo Villanueva representó a los de El Nacional, diario donde ‘Pocho’ trabajó desde fines de 1986 hasta que enfermó. El cortejo estuvo formado por cinco carrozas, con casi doscientos arreglos florales, además de una extensa caravana de autos detrás.
“Donde se hace deporte… ya no está Pocho”, tituló el diario La Crónica, que incluso publicó un crucigrama dedicado íntegramente a su vida. La Tercera, el lunes 18, puso en primera plana su funeral, pese a que la ‘U’ acababa de consagrarse campeón del torneo Regional y era la noticia futbolística. Fue el homenaje de la casa editora con la que más se identificó.
Lolo Salazar, Litman Gallo, Carlos Moya y otros colegas se esmeraron por dedicarle unas líneas de gratitud. Pero la crónica más emotiva estuvo a cargo de Enrique Roel, que reproduce un día en la redacción y que queremos transcribir; incluyó un poema al final:
-Y gordo, ¿qué novedades?
-La edición está bien avanzada Pocho, solo faltan tres páginas para cerrar ¬¬-le respondía.
-¿Por qué? Si traigo cualquier cantidad de material.
-Está bien, Pocho, escribe lo que quieras y se hacen los cambios para la edición de Lima. Tú sabes que la dirección la ordenado cerrar la edición de provincias a las diez de la mañana.
-Uh, está bien... Gordo, mi caballo (se refería a Mundialista) está trabajando en forma sensacional y el domingo que corra es una fija. Juégate 100 intis y te llenarás de plata -me contaba mientras escribía y, como él decía, más rápido que el teletipo-. Sigo dándole a la máquina, Julito, arregla la cinta que está hasta su mano, pero manda a comprar gaseosa, porque he dejado mi billetera en el auto y el gerente mencionaba a su chofer, se lo ha llevado para hacer cobranzas -me decía.
-¿Y, zambito? ¿Qué novedades? -le preguntaba a Jorge Alcántara-. ¿Has venido con ganas de trabajar? Si es así, cerramos violento, porque no doy más. El gordo hace lo que le da la gana y ya avanzó con el material. Super, hiper mal, pero no se le puede decir nada, porque se calienta -comentaba Pocho.
Todo esto se terminó. Ya no está más Pocho con nosotros. ¿Con quién voy a dialogar cuando los redactores salgan a cubrir informaciones? ¿Por qué te llevaste a Pocho, Dios mío?
Veo su escritorio vacío y me parece mentira que se haya ido a la eternidad. Por momentos, me consuelo imaginando que está en el extranjero, pero cuando enfrento la realidad me invade una nostalgia tremenda. ¿Por qué, Dios mío?
Pienso en él no solo cuando estoy frente a su máquina, sino también en mi casa y mi esposa me consuela diciéndome que hay que aceptar la voluntad de la divina providencia.
Me convence a medias y sigo pensando en Pocho, en sus anécdotas, en sus sainetes, en sus preocupaciones por el personal de Ovación.
Yo le servía como una válvula de escape y, por cierto, le daba tranquilidad.
Se ha ido el gordo, el querido Pocho y ya nunca más lo volveré a ver, pero mantengo la seguridad de que lo recordaré toda mi existencia, esperando que algún día esté nuevamente a su lado, y que me cuente lo que pasa en el cielo.
Te fuiste con lo que le gusta a la gente....
Cualquier cosa estoy en la radio....
No fue un velorio, sino una peregrinación
Tenia un millón de amigos.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Recortes: diarios La Crónica y La Tercera
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