Argentina - Perú: El penúltimo bombón
Roberto Castro | @rcastrolizarbe Director General |
Enviado especial a Buenos Aires
¿Qué méritos hizo Perú para sacar de 'La Bombonera' el resultado que buscaba en un partido en el que fue dominado por Argentina?
Primerísimo, y antes y después que cualquier otro aspecto, contar con el arquero indicado para cuajar una actuación brillante. Pedro Gallese fue superlativo en este estadio y cumplió una de las mejores actuaciones de su carrera: atajó todo lo que pudo con manos, pies, el pecho y los nueve dedos que le quedaban. El portero del Veracruz fue, por más que varios momentos, el arquero que le faltó a Perú en México 1970. Sus intervenciones pueden rankearse y habrá órdenes para todos los gustos: lo valioso fue su rol incólume de muralla impenetrable.
Segundo, saber soportar los enviones argentinos hasta transformarlos en desesperación. Muy a lo Jorge Sampaoli, la albiceleste dispuso de 20 minutos iniciales de aluvión, de huayco con barro y piedras dirigido al arco peruano. En ese trance, Perú soportó lo mejor que pudo y fue corrigiéndose a sí mismo: canjeó hasta cuatro malos pases en salida por i) precisión en los quites, ii) un mejor segundo pase y iii) ya con más espacio y ambición, combinaciones eficientes para pasar de un campo a otro. Eso crispó los ánimos rivales y acabó derivando en una desconcentración reflejada en el tiro libre de Lionel Messi al pecho de la barrera a poco del final.
Tercero, suplir las carencias con picos de rendimiento. De Miguel Araujo y Alberto Rodríguez se decía, desde el etnocentrismo típico de esta ciudad, que se sabía que jugaban muy bien por alto y por tanto había que irles al ras. Eso hizo Argentina: elevarles poco la pelota -punto en contra para sus intereses, pues ese era el fuerte de Darío Benedetto- y más bien jugar todo lo que pudiera por el piso. Pero se topó con dos torres no de alta tensión, sino de esas con base de concreto. Tanto Araujo como Rodríguez cortaron el juego y, sobre todo, tuvieron la inmensa virtud de no apresurarse a hacer el primer quite: la de esperar siempre el segundo amague del rival para meter el pie. Y así neutralizaron nada menos que a uno de los mejores jugadores -y el mejor gambeteador- del mundo.
Cuarto, ser Perú mismo. No se trata de caer en los lugares comunes que hablan no traicionar una idea y etcétera discursos prefabricados típicos de libro de autoayuda. Acá lo importante es que el equipo de Ricardo Gareca tenía siempre algún plan concreto para conducir la pelota, con algunos automatismos ya desarrollados a partir del tiempo de trabajo, y que Argentina no era, no fue y por buen tiempo no será un equipo sencillamente porque su entrenador no ha tenido el suficiente tiempo para trabajar aún. Si lo tendrá o no es problema del rival y sus disfuncionales discusiones internas que impiden sacarle provecho a la gran materia prima con que cuentan. Para la blanquirroja, lo importante es que hoy sabe a qué va allí donde juega.
Quinto y final, que la primera ley para obtener el resultado que se busca es tener la convicción de lograrlo. A Perú el empate le servía. Y más allá de que el panorama podría haber sido mucho más auspicioso si Colombia no hubiera vivido la trastada que cometió ante Paraguay -o si ese tiro libre del final de Paolo Guerrero no hubiera sido despejado con las uñas por Sergio Romero-, la blanquirroja está a una fecha de volver a la Copa del Mundo, sin trámites, a cambio de un solo triunfo. En casa y con el equipo completo. Dependiente de sí misma. A un paso de volver sonrisa 36 años de ansiedad.
Fotos: Pedro Monteverde / DeChalaca.com, enviado especial a Buenos Aires
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