Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com

Pocas razones hay para que el Brasil de 1970 sea tan recordado a través de los tiempos como la expresión plena que hizo del jogo bonito y la colectividad en torno de una individualidad superlativa como la de Pelé. Pero eso no fue algo solamente producto de la conjunción de talentos.

El fútbol es indudable reflejo de las sociedades y, por eso el Brasil de hace cincuenta años logró plasmarse en una cancha. Un país al que la dictadura militar le indicaba varias cosas de las que tenía que hacer y en el que, como en toda Sudamérica, las rivalidades regionales influyen bastante. Como que por ejemplo habían sido, hasta antes del exitoso ciclo de Vicente Feola en los años cincuenta, explicativas de bastante del caos que imperaba en la gestión de la Confederación Brasileña de Fútbol, envuelta en constantes líos entre dirigentes de clubes de Río de Janeiro contra sus pares de los equipos de Sao Paulo. Taras que se empezaron a combatir con convocatorias más variadas hasta que el proceso rumbo al tricampeonato permitió cerrar el círculo de manera ideal: con representantes de los principales clubes del país sosteniendo, casi democráticamente, el peso de la Seleção.

La imagen lo muestra por sí solo. Brasil se las ingenió para colocar sobre la cancha a cinco futbolistas que en sus clubes cumplían la misma función: directores de ataque. Incluso Gérson, en Sao Paulo, era el piloto de una delantera que lo veía venir de metros más atrás pero ser el protagonista principal del juego ofensivo. Jairzinho en Botafogo, Tostão en Cruzeiro, Rivelino en Corinthians y por supuesto Pelé en Santos eran incuestionables cabezas de área: gente brillante que, con sus matices, cumplía las mismas funciones.

Por eso, la lección es inmensa: este Brasil de cinco jugadores que sabían hacer lo mismo le ganó a la Italia que dejó en el banco a Gianni Rivera porque no concebía hacerlo jugar en tándem con Sandro Mazzola. Un mensaje para todos esos técnicos que en mundiales se han resistido a combinar talentos -ha habido varios y por escándalo-: jamás se deja afuera al bueno, al superlativo. Y por eso DeChalaca, en el espacio que debería servir para reconocer al Capo de los Capos del Mundial 1970, prefiere rendir tributo a ese colectivo: sí, Jairzinho tuvo el mejor promedio con 17.00, pero todos los demás se situaron arriba del 15.00. Indicadores groseramente altos que dejan clara cuál es, dentro de la variedad de libretos que admite el fútbol, la apuesta correcta.

Ilustración: Lenin Auris / DeChalaca.com


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