Argentina logró lo que intentó sin éxito desde 1990: llegar a una final de Mundial. Como en Italia, los penales le dieron el pase: el espíritu de Sergio Goycochea se reencarnó en Sergio Romero, quien atajó dos disparos de Holanda para hacer que el carnaval en Brasil sea albiceleste tras 120 minutos de milimétrico duelo táctico entre Sabella y Van Gaal.

 

Ha llovido de rato en rato en Sao Paulo, como si no quisiera desatarse del todo la furia climática. Ha llovido como si le costara al cielo aceptar que está lamentando algo. Ha llovido lo suficiente para que que en ese instante final en que Cillesen manoteó el disparo de Maxi Rodríguez, ese volante que dice presente cada vez que Argentina debe anotar un gol importante, la pelota hiciera un chasco y el palmotazo del portero se escurriera hacia dentro del arco.

Ha llovido, en la ciudad más importante de Brasil, lo estrictamente suficiente para enmarcar la vuelta de Argentina a una final de Copa del Mundo tras 24 años. Así como durante 120 minutos, tanto Argentina como Holanda hicieron lo estrictamente necesario para forzar una definición por penales dramática después de hacer exacta y fielmente el partido que sus respectivos técnicos quisieron que se produjera. Uno apegado a los libros de texto y a los pizarrones: como un concurso de alumnos estudiosos y sabelotodos.
El trabajo en equipo de Argentina y Holanda acabó por limitar el trabajo individual de jugadores como Lionel Messi y Wesley Sneijder (Foto: Reuters)
Van Gaal revisitó su 3-4-1-2 original, ese que tiene a Sneijder flotando en segunda línea como enganche y conductor, y por tanto a De Jong y De Guzman principalmente ocupados de la destrucción en el medio. Sabella apeló al 4-trapecio-1-1, priorizando que Messi estuviera al centro y no, como podía suponerse, que pudiera tirarse a un costado para complicar la salida holandesa. El resultado fue un híbrido que neutralizó a los dos genios del partido: a Robben, que solo tuvo espacio para aquel desborde ulterior que Mascherano cerró con una barrida espléndida, y al propio Messi, que nunca tuvo espacio para inspirarse y ni siquiera para inspirar algo.

Por eso, las llegadas argentinas se redujeron a una pelota larga que le quedó a Higuaín para lanzar un estiletazo a la parte posterior de la red y a una cabecita corta de Palacio directa a las manos de Cillessen. ¿Reflejo de un partido malo? Pues no: ya se dijo, fue uno más bien apegado a los libros de texto y a los pizarrones. Que a quienes no entienden de táctica y sucumben al bacanal del gol fácil puede haberles parecido insípido, y que quizá a la gran mayoría, producto del "malacostumbramiento" a la vorágine de goles a la que este Mundial sometió al planeta entero, puede haberle parecido más aburrido que cualquiera. Pero si se busca apreciar eficiencia, capacidad de cumplimiento de un plan, aplicación de indicaciones, pues resultó una lección casi perfecta.
Sergio Romero pasó a ser figura de Argentina en los penales cuando desvió el remate de Ron Vlaar, uno de los mejores de Holanda durante 120 minutos (Foto: AFP)
Los riesgos que quisieron correrse fueron muy pocos. En Argentina, Pérez corrió mucho y trajinó lo necesario para justificar su titularidad. Luego entraron Agüero -visiblemente en pobres condiciones físicas- y Palacio, sin variar la cara ofensiva. En Holanda, Van Gaal optó por Janmaat -abrió mejor el campo y mostró la cara más dúctil de Kuyt al moverlo de banda-, Clasie y finalmente por Huntelaar, en su apuesta más arriesgada y que acabó por restringir la opción de que Tim Krul volviera a hacer su fantasmal salto al campo para atajar los penales.

Y en los penales, claro, se abrió el campo para la creación de nuevos héroes. Y no por las palabras de Mascherano a Romero, tan viralizadas a estas alturas. Ni siquiera por la costumbre tan argentina, latinoamericana, acaso mundial a individualizar a idealizar. Fue solo porque en esas circunstancias siempre habrá espacio para el acto legendario. Como Goycochea en 1990. Como Romero en 2014, en la decisiva ante Sneijder pero en la primera ante Vlaar, inmensa y enorme figura de la defensa holandesa en un partido en el que las líneas de fondo, precisamente, se lucieron demasiado más que los ataques. El botón más evidente de la muestra: el túnel de Rojo a Robben. Esto último basta para explicar por qué Argentina está de regreso en una final.

Fotos: Reuters, AFP

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