Foto: ConmebolEl partido que duró un mes vivió su capítulo final en el Bernabéu. Y la casa de Di Stéfano le devolvió a River parte de la gloria que sus canteras gestaron para el Real Madrid. Desde atrás, imubido del espíritu ganador de su DT, la 'Banda' expropió para sí el día más importante de la historia del Superclásico con un 3-1 que superó a un Boca muy hipotecado al guerrazo.

    Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

Al salir del Fisht Stadium de Sochi el último 26 de junio, el peruano que vivió in situ el primer gol de su selección en una Copa del Mundo después de 36 años pensaba cómo le contaría ese día alguna vez a sus nietos. Ese ejercicio, extrapolado al argentino de banda diagonal roja sobre blanco o de franja gruesa amarilla encima de azul, arroja algunos ángulos diversos.

EL DE LOS POCOS QUE PAGARON UN BILLETE AÉREO A MADRID. Gozaron de un partido único e irrepetible, edulcorado por las circunstancias y revestido de un glamour tan envidiable como artificial. La salida al estilo Champions, el himno de Playstation, la parafernalia esa que se ejecuta mejor en Europa pero parece importarle al sudamericano más que a nadie, todo eso volvió a la dizque final del mundo una final de tercer mundo con aspiración wannabe de primer mundo. Y sobre todo, ejecutó la prueba ácida de que un partido de fútbol sudamericano fuera de Sudamérica no es lo mismo porque, básicamente, en esta parte del mundo hay demasiada atención sobre todo lo que ocurre fuera del campo de juego.

Sin ese marco, el discreto nivel del juego queda expuesto como muy inferior al del primer nivel futbolístico. Puede suplirlo la emoción, siempre; porque esto es fútbol y siempre que un arquero se lanza al ataque a buscar la épica -como Esteban Andrada-, o que se produce una lesión que les duele a todos -como la de Fernando Gago-, o que se convierte un golazo -como el de Juan Fernando Quintero-, o que se define un partido en la última acción -como en la carrera de Gonzalo Martínez- hay postales; hay flashazos y flechazos. Pero es eso: imágenes emotivas, para el videíto de Whatsapp o el meme fácil. No 90 minutos de ritmo que permitan aspirar a ganar mundiales como los que se quedan con los europeos que todos los fines de semana pisan el Santiago Bernabéu.

Javier Pinola volvió a tener un duelo constante con Ramón Ábila, aunque esta vez el zaguero pudo evitar las arremetidas de 'Wanchope'. (Foto: Conmebol) 

EL DE LOS QUE NO TUVIERON QUE PAGAR UN BILLETE AÉREO A MADRID. Hay que mencionarlos y no por envidia. Sí por repudio al riesgo en que están poniendo un producto que sí, les pertenece, pero que están manoseando de manera peligrosa. Guste o no el fútbol tiene dueños, y ellos pueden hacer con él lo que les plazca. Lo condenable es que para eso se promueva la pantomima, el viral. Que un partido de dos miércoles por la noche se convierta en uno jugado a lo largo de un mes. Que se programe para un sábado en el que la meteorología hoy sabe que lloverá, y que eso lo pague la expectativa de todos y lo cobren por dos (sábado y domingo) quienes venden tandas comerciales de previa y post. Que se ejecute con negligencia un operativo un sábado y se diga que se llevará el partido a un domingo en el que -después de volver a vender por dos tandas comerciales- ya se sabía no se iba a jugar.

Si la Copa Libertadores de América y la final del Nuevo Mundo querían definirse en el Viejo Mundo, podía no gustar; pero si era lo que querían los dueños de la pelota así tenía que ser. Que para lograrlo ellos hayan elegido el camino de la cortina de humo, del show de marionetas, acabará repercutiendo en el valor de su ya devaluado producto. Y ese será el castigo tipo búmeran para tanto descaro.

EL DE LOS QUE PUDIERON CORRER SOLOS HACIA UNA PORTERÍA DEL BERNABÉU PARA MARCAR UN GOL. Dependerá del apellido que se porte. Si es Benedetto, podrá contársele al nieto del cénit de una campaña personal soñada, con apariciones fantásticas en semifinales y la final y una capacidad letal de mandarla adentro. Pero luego habría que ser muy inmaduro -que no es lo mismo que millennial- para mostrarle al nieto con orgullo una mueca con sacada de lengua al rival. Que son cosas del fútbol, que hay que haber pisado una cancha, que mientras allí quede no importa; pamplinas. Malcriadez es malcriadez, y falta de altura para ser delantero de un equipo al que miran centenares de millones de personas en el mundo es irresponsabilidad. Es no tener intención de poner el grano de arena necesario para combatir la violencia que rodea un partido. Es ser irresponsable.

Los caudillos de la mitad de cancha fueron Leonardo Ponzio y Pablo Pérez. (Foto: Conmebol) 

En cambio, el que se apellida Martínez podrá relatar un final feliz y, sobre todo, responsable. Porque en ese pique largo de minuto 122, en esos largos metros ganados al desesperado Andrada, había tentaciones. Quizá la ser robashow y ensayar alguna finta previa a la definición. Quizá la de darle más aserrín y polvorita a ese sector abyecto de la tribuna con algún amague humillante para el rival. Pero no: el 'Pity' eligió el camino simple que conduce a la gloria. El del remate sencillo, obrero, eficaz para sellar el triunfo. Para ser el más genuinamente modesto protagonista principal de una insulsa guerra de orgullos y copetes.

EL DEL QUE NO NECESITA CORRER PARA MARCAR UN GOL. Dirán que porque está subidito de kilos. Pero él sabe que es porque tiene olfato, y no para el morfi, como se diría en porteño. Es tan bueno el gordo Lucas Pratto que pese a haber nacido en La Plata fue adoptado como hijo pródigo de Liniers y Villa Luro; y en redes sociales, facciones de hinchas de Vélez Sarsfield le expresan a esta hora su reconocimiento por su logro en una final jugada por otros dos. Un goleador necesita, ante todo, estar allí. Él estuvo en 'La Bombonera'; y también se tomó el primera clase a Madrid, quizá con vino tinto y algún bife de menú aéreo, pero sobre todo apetito de gol para empatar un partido caliente en el momento justo. Ese trayecto que conduce a la recta final de los últimos 20 minutos, el 'Oso' lo cortó con un mordisco recto a las redes de Andrada.

EL DE LOS INVITADOS CON OTRO PASAPORTE. Nuevamente, dependerá del sello. Si se trata de uruguayos, hay de los que remaron mucho y tuvieron suficiente mérito sin necesidad de jugar, como Rodrigo Mora luego de vencer su batalla contra la salud y poder estar en el banco en este partido. O quizá oportuno como el joven Camilo Mayada, quien después de ser uno de los que pagó los platos rotos por un caso de dopaje masivo que en realidad lo excedía logró ingresar en un momento clave para cubrir la banda en la que la Banda tenía más problemas y ser determinante. Incluso Nahitán Nández, de lo poco lúcido que hubo en un Boca Juniors más hipotecado al camiseteo, al guerrazo empeñoso, y generoso asistente de Benedetto en la acción del gol xeneize con un pase de monumento.

Lucas Pratto estuvo intratable en la ofensiva del 'Millo'. River plasmó sus argumentos ofensivos en el atacante. (Foto: Conmebol) 

Pero también hubo colombianos, y sobre todo en sus casos, depende. Si el apellido en este caso es Barrios, convendrá ocultarle al nieto la historia del villano de la noche de Chamartín. Porque a Wilmar se le fueron las manos y los pies; porque en un momento clave del arbitraje de Andrés Cunha, en el que pitaba más en contra de los de blanco y rojo, tuvo un arrebato de rigurosidad -o espíritu compensador- y desequilibró el partido. En cambio, si el apellido es Quintero, no habrá demasiada narración que hacer: los niños del futuro serán seguramente aun más visuales y disfrutarán del compacto del abuelo pegándole de zurda a la eternidad del vértice superior izquierdo del arco de la Curva Sur del Bernabéu. Fue el otro instante que quebró para siempre la historia del Superclásico, y siempre con aroma a café.

EL DEL QUE TIENE UN MELLIZO QUE LO CONSUELE. Porque los Barros Schelotto tienen bastante que lamentar en una noche en la que lo que pudieron controlar no les salió y también hubo bastante que no pudieron controlar. ¿Que Gago se lesionó del pie bueno? Es infortunio, pero no sin aviso previo. ¿Que Benedetto no podía seguir y optar por Ábila era inevitable? Puede ser, pero no necesariamente otro jugador lesionado era la mejor carta. ¿Que no podían prever que Christian Pavón estaría tan escondido? Es cierto, pero sí podían optar por Carlos Tévez. ¿Que Tévez ya no está para estas lides? Si las respuestas anteriores fueron sí, sí y sí, esta última amerita un rotundo no. Estas son las lides que exigían al 'Apache'. A gritos y no al minuto 111. Porque la jerarquía en una final jamás se negocia.

EL DEL SEÑOR MARCELO DANIEL GALLARDO. Porque es único e irrepetible a estas alturas de la historia del club Atlético River Plate, cuatro veces campeón de América y tres de ellas con su 'Muñeco' más querido involucrado en el cuento. Un hombre que le contará a sus nietos que algún día estaba en Montevideo, a 213 kilómetros de río de distancia, disfrutando de retirarse del fútbol como campeón con camiseta de Nacional mientras en Buenos Aires, el club de toda su vida se iba al descenso. Se preparó allá, en el paisito, en las mieles de la dirección técnica. Y regresó para robarse la historia.

River celebró en el Santiago Bernabéu. El cuadro de Marcelo Gallardo es el campeón de la Libertadores 2018. (Foto: Conmebol) 

Porque River hablará de Angelito Labruna y sus récords. De 'Pipo' Rossi y su silenciosa construcción de la 'Máquina' desde primera línea. De Pedernera antes que de Di Stéfano, aunque a los dos se los robó uno más Millonarios que el 'Millonario' para catapultar al segundo a ese Bernabéu que con sus tribunas azulísimas contempla la alegría del club que debió ser local un océano lejos de casa. Del 'Beto' Alonso, más querido que mediático, y de Passarella, más mediático y culpable que querido en estos tiempos. Del Enzo, fundido en los festejos como un dirigente más. De Ramón, quien ya había hecho el paso del éxito en el campo a la gran gesta en el banco.

Pero junto a todos ellos y quizá ya encima, como emblema, como ícono, como héroe que funde el final de un siglo con el inicio de otro, está Napoleón. Una vez más está Napoleón. Guerrero y sobrio, estoico al punto de no poder -por correcto castigo- estar en el banco el día del partido más importante de su carrera. Pero allí está. Sonriente, satisfecho. No está tocado como la noche contra Tigres, cuando el hombro de 'Tití' Fernández compartió el dolor humano de dos hombres de fútbol que supieron perder seres queridos de manera repentina. Está sereno. Está gozoso. Está con una sonrisa que nadie puede quitarle del rostro. Una en forma de banda que cruza el Atlántico hasta anudar su otro extremo en un Obelisco. Una del más Gallardo campeón de todos los tiempos.

Los Goles

Fotos: Conmebol


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La ficha del River 3 - Boca 1

 

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