Argentina - Chile: Cien sonetos de rojo amor
El Capo: Charles Aránguiz
En una final absolutamente intensa y con muy poco buen juego, la fortaleza de Aránguiz como arquetipo de Chile sobresalió. Su rol, sobre todo, se hizo enorme cuando la expulsión de Marcelo Díaz hizo que todo el peso del juego chileno recayera sobre sus hombros. Con despliegue solvente y generoso, el hombre del Bayer Leverkusen manejó tiempos e hiló los pocos ataques claros de su equipo, generalmente con Vargas como destinatario de sus pases. Un volante moderno que, como dictan los cánones del fútbol actual, edificó a su equipo desde la primera línea.
La Pizarra
Argentina (4-2-3-1): Gerardo Martino propuso el sistema que habitualmente presentó en esta Copa América, esta vez con Di María corriendo libre por izquierda para ganar la raya, en el lugar que durante el torneo ocuparon también Gaitán y Lavezzi. Con el correr de los minutos, el sistema pasó a un 4-3-1-2, en el que Banega retrocedió metros y Messi fue casi como un segundo punta junto a Higuaín. Esta disposición se hizo mucho más clara con los ingresos de Kranevitter -a ordenar la primera línea- y Agüero -a ser comparsa de 'Lio' en ataque-. Pero en cualquier caso, careció de manera crónica de alguien que ofreciera ese puntillazo final
Chile (4-3-3): Juan Antonio Pizzi fue más precavido en este partido que en otros anteriores en los que había corrido más riesgos. Lo comprobó así la ubicación de Vidal, quien nunca se descolgó como cuarto punta tal como había acostumbrado hacer durante el torneo. De hecho Fuenzalida a ratos también se ubicó más como para arrancar desde atrás que en meterse como punta, función que quedó más que clara cuando ingresó Puch -de muy buen pie en esta ocasión- de cara al suplementario. El mayor mérito táctico chileno fue no sucumbir a la salida de Díaz; Aránguiz consiguió cerrar el medio y construir los relevos en marca para que Messi siempre tuviera por delante, cuanto menos, a cuatro rivales antes de cualquier arremetida.
Kazuki Ito: Héber Lopes
- Exceso de figuretismo del árbitro brasileño desde el primer minuto que, para salvaguarda de una final que parecía destinada a írsele del todo de las manos, se fue diluyendo con el correr del partido. Gesticuló todo lo que quiso y dialogó demasiado más de la cuenta con los futbolistas. Eso trastocó la imagen de ciertas decisiones que, en sí mismas, no fueron desapegadas del reglamento.
- La expulsión de Díaz por doble amonestación estuvo en línea con las normas. La primera amarilla fue por una mala entrada y la segunda por dejarle el cuerpo explícitamente a Messi. Es cierto que no fue un foul megaviolento como la entrada inicial de Mercado a Sánchez o la posterior de Isla sobre Di María, pero eso no invalida que las tarjetas hayan estado bien mostradas.
- La expulsión de Rojo, en cambio, pareció a priori más acertada; sin embargo, las imágenes demostraron que el lateral argentino no tocó a Vidal antes de hacer contacto con el esférico en su barrida. Nadie podría afirmar con certeza que la intención del carrilero fue jugar limpio, pero lo concreto es que lo hizo. La fuerza de la entrada podría haber ameritado una roja sin duda, pero con contacto inicial de por medio y no producto de la inercia del impacto con el balón.
Foto: AFP
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