La misión principal de la nueva Copa: A la espera del Bicentenario

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Roberto Castro | @rcastrolizarbe Director General |
El fútbol peruano ha vivido una etapa de caos dirigencial en su conducción como resaca post Mundial. No obstante, en medio de ese marasmo ha logrado contra viento y marea empezar a ejecutar la reforma quizá más importante en lo que va del siglo: que el fútbol profesional esté centralizado como producto bajo una esfera única de marca y logística, como la Liga de Fútbol Profesional.
Para el aficionado promedio -y hasta para el comunicador promedio-, este tema puede ser secundario al lado de otros que causan bulla mediática como el desempeño de la selección o el destino de los entrenadores de los equipos grandes. Pero lo cierto es que nada resulta tan importante para el desarrollo de una industria futbolística que el empoderamiento de su liga local. Un torneo interno fuerte es la base de una exportación sostenida, una selección nacional competitiva y sobre todo, de una demanda estable -y no solo esporádica o estacionaria- por el producto fútbol.
El heavy user del torneo doméstico -restringido espectro en el que a mucha honra se cuenta la mayoría de quienes hacemos DeChalaca- sabe en ese sentido que con todos los problemas subyacentes, este mucho redefinido de Liga 1 y Liga 2 es un mejor mundo que lo que antes existía. Las programaciones no son perfectas, pero ya no hay vorágine de partidos a mitad de semana; han existido solo dos postergaciones de partidos, algo impensable hace solo meses atrás; la Liga 2 se ve, a razón de un partido por semana, por la principal señal de fútbol en el cable, cuando antes no se veía un solo gol.
Claro, lo ideal es que no se aglomeren partidos en una misma hora, que las postergaciones sean cero y que la Liga 2 se vea completa en televisión. Pero ya se ha dado un paso que, en el tiempo, puede permitir que se den luego varios más. Y en un contexto plenamente adverso. Casi como lo que ocurre con organismos del Estado que, en medio de la fauna política que existe en el país, han permitido que la economía se mantenga estable y en constante crecimiento durante los últimos 30 años.
A eso que en algún momento se bautizó como islas de eficiencia es a lo que debe apuntar a convertirse el fútbol profesional: algo que pueda funcionar bien más allá de que los dirigentes vayan y vengan. Y en ese sentido, uno de los principales retos en el Perú es que esa élite que conforman la Liga 1 y la Liga 2 se consolide y genere una clara diferenciación respecto del fútbol amateur -que, valga aclararlo, es muy valioso e importante, como DeChalaca deja claro con la cobertura que hace de él, pero es distinto del fútbol profesional-.
Para ese propósito de integración entre categorías profesionales es que la Copa Bicentenario, que se jugará a partir del 21 de junio, tiene especial relevancia. Es un certamen que va a permitir, con su continuidad en el tiempo como copa de la liga, que las diferencias históricas entre las que fueron la Primera y la Segunda División se estrechen, se angosten. Que la idea de que existe una gran distancia insalvable entre clubes de categoría máxima y de ascenso se combata y se reduzca. Y que así, en el tiempo, el descenso eventual de categoría, hoy estigmatizado como el fin del mundo, se vuelva algo menos dramático y más natural.
Sin duda, es previsible que el naciente torneo recibirá algunos de los acostumbrados cuestionamientos que los certámenes disputados a manera de intermedios han sufrido. Por ejemplo, seguramente se dirá que algunos de los clubes no emplearán a sus equipos principales; una crítica absurda, pues justamente los torneos paralelos están hechos para que los jugadores que necesitan rodaje puedan alternar con los principales. También se espetará que algunos equipos sean locales más veces que otros; posiblemente lo sostengan los mismos que, si no existiera ese beneficio para los clubes de Liga 2, dirían que hay demasiada disparidad respecto de los de la Liga 1.
La idea es perfectible en el tiempo: lo ideal a futuro será que la Copa Bicentenario se dispute de manera paralela a las Ligas 1 y 2, para completar espacios en el calendario, tal como ocurre en la mayoría de ligas evolucionadas del mundo -y así despercurdirla de ese carácter de intermedio que, por la propia naturaleza del término, le confiere un segundo orden-. Pero es ya un buen paso que, además, premiará con claridad a los clubes de ascenso que en su momento optaron por sostenerse de manera seria en lo que era la Segunda División, pues contarán con el beneficio de tener roce directo con los equipos más importantes del país.
Por todo eso, la Copa Bicentenario es más que una buena idea: es un torneo necesario para que el sistema se optimice y la reforma emprendida termine de tener sentido. Que su rol principal esté claro desde el saque será piedra angular de su éxito.
Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
Foto: Álex Melgarejo / DeChalaca.com, Prensa Coopsol
