Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

La relación entre la política y el fútbol es tan controvertida como natural. Lo describe inmejorablemente Simon Kuper en su gran obra Football against the Enemy, publicada a inicios de siglo y que, recién traducida al español, mantiene plena vigencia sobre cómo una actividad no solo catapulta hacia la otra, sino acerca de cómo se retroalimentan.

He allí, precisamente, lo que a efectos del fútbol conviene distinguir. Esta es una actividad social, lúdica, que expresa una afición común de parte de un grupo de ciudadanos. Como tal, es natural que exija representatividad en la cosa pública. Es una industria más.

No es, por tanto, negativo ni antinatural que el fútbol promueva personajes o cuadros para la política. Que una actividad que como cualquier deporte debería ser sana sea un germen de ciudadanos capaces de acometer gestión, sobre todo por la capacidad que tiene este deporte de establecer contacto con las masas y entender mejor su problemática, es más bien un hecho positivo.

George Forsyth tendrá que asumir las riendas de un distrito de muchos contrastes como La Victoria. (Foto: Twitter) 

¿Cuántas actividades humanas en general existen tan democráticas como el fútbol? ¿En cuántos otros aspectos de la vida es posible encontrar, como se ve en un estadio, a personas de los credos, las etnias o los niveles socioeconómicos más distintos entre sí fundiéndose en un mismo proyecto común, como ese espontáneo abrazo de gol con el desconocido del costado?

Es, en realidad, una gran ventaja para la sociedad que una actividad masiva como el fútbol pueda formar a personas con aptitudes de dirección. Lo ha demostrado, por ejemplo, Alberto Tejada Noriega, uno de los mejores representantes de la historia del arbitraje peruano y quien ha sido ampliamente respaldado en su retorno a la alcaldía de San Borja. Ha sido una imagen muy positiva también la dejada por Alberto Beingolea en su carrera electoral hacia Lima Metropolitana: gente proba y preparada que, muy al margen de la afinidad que exista o no con sus ideas políticas, representa aportes de la industria del fútbol para adecentar la política.

No obstante, la relación entre ambas actividades sí tiene cómo enturbiarse, y por distintas vías. Una de ellas es la mera utilización del fútbol como plataforma de lanzamiento político. Es decir, incursionar en el deporte únicamente para utilizarlo y luego, como peluche viejo, desecharlo en el fondo de un cajón una vez que el propósito de hacer carrera y llegar al poder se consiguió.

Alberto Beingolea en diálogo con Jorge Muñoz -ganador de la elecciones en Lima- tras conocerse los resultados. (Foto: Twitter) 

Ejemplos respecto de lo último sobran en el Perú. No obstante, también hay de los otros: clubes creados para la promoción de la imagen pública de sus fundadores, pero que se han sostenido más allá de la consolidación política de dichos personajes. Esto no termina siendo negativo, sino todo lo contrario: se promueve una función social como la promoción del deporte, generalmente porque en torno de esos proyectos existe una masa social interesada y fiscalizadora. Termina siendo, pues, misión esencial del grupo humano que rodeó la plataforma deportiva exigir a sus líderes que ella se mantenga en el tiempo más allá de su devenir político.

La otra manera de enturbiar la relación entre fútbol y política es cuando desde esta se pretende intervenir para controlar el juego según los antojos o intereses de determinada filosofía. Emplear al juego solo para cosechar aplauso fácil o apoyo a causas que no consiguen respaldo popular de manera natural por sí mismas. Esto último es, por ejemplo, lo que la FIFA protege cuando impide el intervencionismo de los estados en las normas que rigen los asuntos internos de sus federaciones: que ellas sean empleadas como meras herramientas políticas.

No es, por el contrario, negativo que la política pueda ser empleada para desarrollar el fútbol como parte de alguna política de Estado. Que, desde alguna esfera de gobierno, se pueda dictar normas que promuevan o faciliten la práctica de un deporte que afecta positivamente al ser humano y a las comunidades. Nuevamente: es la política, como actividad de representación, al servicio de una industria más como es el fútbol. Y no al revés -el fútbol al servicio de la política-.

Eliseo Rori Mautino necesita responder sobre la situación de Sport Rosario. (Foto: Facebook) 

Posiblemente haya visiones estatistas anacrónicas que no comprendan -o acepten- lo último. Pero un Estado ha de estar al servicio de sus ciudadanos, y no al revés. Si hay una actividad o industria que requiere que el Estado legisle a favor de ella, está en todo su derecho de exigirlo. Más bien, no tiene el Estado derecho de intervenir o interferir en esa actividad o industria a fin de promover algún interés político determinado -más allá de que sí esté en pleno derecho de exigirle, como a cualquier otra industria o actividad, ajustes a legislaciones vigentes-.

En DeChalaca, aun cuando tenemos por norma hablar solo de fútbol -este artículo así lo hace-, no creemos que la sinergia entre nuestro deporte favorito y la política sea un tabú. Por eso vale saludar la llegada a gobernaciones regionales o alcaldías representativas en estas elecciones municipales y regionales 2018 de hasta seis personajes de la comunidad del fútbol: porque desde esas posiciones podrían afectar positivamente el desarrollo de la actividad y ratificar que esta es capaz de promover gente con capacidad de gestión.

Sería negativo, en cambio, que el desempeño público de estos personajes sugiera que en algún caso solamente emplearon el fútbol como mero trampolín y luego lo dejaron de lado. Acaso en ese sentido el principal reto lo tenga por delante Eliseo Mautino, presidente de Sport Rosario y virtual nuevo alcalde provincial de Huaraz, a quien exintegrantes de su plantel acusan de haberles girado cheques sin fondos como pago de sus haberes. De eso tiene que cuidarse la industria del fútbol: de que un caso no la desprestigie y extienda a regla general la que puede ser una situación particular.

Fotos: Twitter, Facebook


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