Cuidado con la bipolaridad

Endiosar a los jugadores de la Sub-20 por la muy buena e inesperada campaña en San Juan y Mendoza no es el único peligro que afrontamos. También están los tradicionales maniqueísmos que van a saltar si la selección de mayores (que este miércoles 6 de febrero reaparece ante Trinidad y Tobago en Couva) no comienza el año con buen pie: Ahmed/Markarián, Reyna/Pizarro o Campos/Fernández son las previsibles parejas que mucha prensa buscará oponer. Si, por el contrario, la selección de Markarián arranca bien y, sobre todo, si consigue vencer a Chile el 22 de marzo, se desbordará la ilusión de que al fútbol peruano no lo para nadie, actitud que, históricamente, ha sido tan nociva como el ataque gratuito. Es indispensable, ante cualquier escenario, conservar la mesura: en primer lugar, para no torpedear un proceso de mayores que merece continuidad, al margen de falencias muy concretas; en segundo lugar, para no recargar en estas nuevas figuras todo el peso de nuestras esperanzas y frustraciones.
Un episodio muy puntual en la historia del fútbol peruano ilustra el daño que genera el maniqueísmo: recordemos la tarde/noche del 11 de febrero de 1996, cuando un doblete hizo coincidir a la selección sub-23 y a la selección mayor, desatando las euforias en tribunas y periódicos.
Y ya lo ve…rita
20 mil personas regresaron temprano de la playa para asistir al Nacional. A las cuatro de la tarde, la Sub-23, dirigida por Freddy Ternero y ad portas de disputar el Preolímpico en Tandil, se enfrentaba a Rumanía. El equipo había jugado seis amistosos, con cuatro triunfos, un empate y una derrota 2-0 contra Chile, que costó la suspensión de Juan Jayo, Jair Vásquez y Jorge Lazo para las primeras fechas del Preolímpico.
El choque ante Rumanía sirvió como despedida ante la afición. Los muchachos habían sido la fiebre del verano, liderados por “la dupla (ofensiva) del futuro”: Jorge ‘Loverita’ Ramírez y Luis ‘Cuto’ Guadalupe, que incluso hicieron un comercial bailando al ritmo de El General. Después, lo clásico: conocimos por TV hasta a la abuelita de cada seleccionado.
Esa tarde, Ternero mandó el siguiente once: Frank Villanueva en el arco; Nolberto Solano, Manuel Marengo, José ‘Hilacha’ Espinoza y Giuliano Portilla en defensa; Jean Ferrari, Erick Torres, Martín Hidalgo y Alex Magallanes al medio; ‘Loverita’ y Guadalupe en ataque. La Sub-23 fue demoledora: apenas a los 12’, Guadalupe robó un balón y lo extendió hacia Magallanes, quien entró por derecha y sacó un remate cruzado para poner el 1-0.
A los 35’ llegó un gol espectacular: ‘Loverita’ (acaso una de las promesas perdidas que más hemos lamentado) gambeteó a un rumano, se abrió camino y mandó un misil bombeado desde 35 metros para vencer al arquero Robert Tufisi. Fue gol de genio. Dos minutos después, el propio Ramírez, tras un centro exacto de ‘Ñol’, conectó una ‘palomita’ para poner el 3-0.
Para el complemento, los rumanos cambiaron de arquero: entró Turcas por Tufisi. El remedio fue peor que la enfermedad. A los 65’, un córner cobrado por Paolo Maldonado (quien ingresó por Portilla) encontró a ‘Hilacha’ Espinoza, quien cabeceó débil frente a un Turcas que se enredó con el palo y terminó metiendo la pelota a su arco. No podía faltar un gol de jugada colectiva: sobre el final, jugaron en pared Hidalgo, José Pereda (entró por Magallanes) y Waldir Sáenz (entró por Guadalupe); Hidalgo la encontró, remató al palo y Maldonado cogió el rebote para fusilar y establecer el asombroso 5-0.
Aquella Sub-23 viajó a Tandil el viernes 16 de febrero; los jugadores fueron demagógicamente despedidos por el mismísimo Alberto Fujimori.
Oles con dolores
A las seis de la tarde de aquel domingo 11, la selección de mayores jugó el partido de fondo; el rival fue la mundialista Bolivia. El choque significaba el debut de Juan Carlos Oblitas como DT de Perú y la reaparición del seleccionado tras la nefasta campaña en la Copa América de Uruguay ’95, con Miguel Company y la crisis de la salmonella. Faltaban dos meses y medio para el debut en las Eliminatorias, contra Ecuador en Guayaquil.
Oblitas mandó un once literalmente de prueba: Héctor Martín Yupanqui fue el arquero; José Luis Reyna, Alfonso Dulanto, José Soto y Juan Alexis Ubillús estuvieron en defensa; Mario ‘Kanko’ Rodríguez, Jorge Soto, Germán Pinillos y Roberto Palacios en volante; arriba, arrancaron Darío Muchotrigo y Flavio Maestri. Para el complemento, entraron hombres que no volvieron a ser convocados por el ‘Ciego’: Alfredo Carmona, Ricardo Zegarra y Juan Carlos Ormeño.
El partido fue un completo desastre, sin duda. A los 26’, Roly Paniagua se sacó a José Soto con una maniobra y este lo trabó: Julio César Baldivieso, con remate fuerte al medio, venció a Yupanqui. A los 54’, en un contragolpe letal, Ramiro ‘Chocolatín Castillo’ cruzó un pase rasante para Paniagua, quien puso el 0-2. Perú descontó con un penal anotado por Pinillos a los 71’, pero de inmediato Castillo volvió a golpear.
Tras el 1-3, que fue definitivo, la gente se impacientó: no solo insultó a Oblitas, sino que, de forma malcriada, comenzó a celebrar “oles” con cada toque boliviano. “Creo que es el único país donde se aplaude a los rivales”, dijo Oblitas, mientras José Aramburú, presidente de la Comisión Francia ’98, amenazó con jugar en provincia.
Sub-reacciones
El doblete se montó de modo tal que todos los contrastes se hicieron visibles. Basta ojear alguna de las perlas que regaló el periodismo: “Palmas, señores. Hay que decirle a los cantantes que el día de la suerte -parece- nos ha llegado con estos muchachos de la Sub-23” o “La Sub-23 volvió a demostrar que es el equipo de todos y que la selección mayor es una de las más repudiadas de la historia”. El diario El Bocón tituló la derrota ante los bolivianos con ingenio y malicia: “Sub-selección”.
Lo peor es que fueron contrastes ilusorios, como advirtió el propio DT de Bolivia, Dussan Draskovic: “Estaría loco si dijera que esta es la selección de Perú. Seguro que van a mejorar mucho”. Repasando la formación en aquel 1-3 contra Bolivia, solo los hermanos Soto, Palacios y Maestri fueron convocados regulares en el proceso.
La semana siguiente el maniqueísmo fue peor. El miércoles 14 de febrero, la selección de Oblitas cayó 4-0 contra Chile en Coquimbo, con un equipo al que se sumaron Juan Reynoso, Pablo Zegarra y el arquero Rafael ‘Pañalón’ Quesada. Al volver a Lima, en el aeropuerto, los hinchas los recibieron con insultos y empezaron a gritar “¡Sub-23! ¡Sub-23!”.
El resto es historia más o menos conocida: la Sub-23 fue eliminada en Tandil con dolorosas derrotas (4-1 ante Brasil, 4-2 ante Paraguay, 4-2 ante Uruguay); los arqueros (Frank Villanueva y José Díaz) estuvieron fatales y recibieron todos los dardos de la culpa. Lo cierto es que, de aquel equipo supuestamente del futuro, si bien la mayoría llegó a destacar en el medio local, la única estrella internacional fue ‘Ñol’ Solano.
Por el contrario, la selección de Oblitas mejoró con el correr de los meses y, con gran esfuerzo, estuvo a punto de clasificar a Francia ’98.
Los maniqueísmos, como se ve, nunca nos llevaron por buen camino. Generaciones perdidas y procesos truncos han sido su consecuencia directa. El ejemplo del ’96 es inmejorable: en el fútbol peruano, dividir nunca suma.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Recortes: diario El Bocón
