Cinco Esquinas: Ilusión descafeinada

El que lo vio en el estadio: Decepcionado del entorno
Desde el sábado en la noche sentí impotencia de sentir que Lima no es una ciudad difícil para sus rivales. El domingo a las 8am estuve en la puerta del estadio Nacional ayudando a unos amigos a persuadir a la policia del ingreso de instrumentos para alentar a la selección. Vi cómo poco a poco fue llegando la gente, y además como iban llegando dispersos grupos de colombianos, quienes caminaban con total tranquilidad por las calles aledañas al recinto. Finalmente, mis amigos de La Franja me invitaron a su previa en Surquillo, de donde partimos en ocho buses tratando de contagiar las ganas de alentar por las calles limeñas.
Me tocó ver el partido desde un palco en Norte, del que se tiene una perspectiva distinta de la disposición táctica, pero donde uno no siente tanto el calor de las tribunas. Me fui triste del estadio, no tanto por la selección, sino porque siento que, desde la tribuna, somos pésimos locales. La selección no necesita gente que paga 300 soles y se deposita gélidamente en su asiento, y que además solo tiene facilidad para criticar las fallas de los suyos. El fútbol es un deporte pasional, y esta, en momentos como los del domingo, tiene que ser inyectada por la tribuna, pero nunca pasó. Ir a un partido no es ir a presenciar un espectáculo del circo ruso, es ir a apoyar con las garganta y las palmas a once hombres que representan, ya bien o mal, a tú país (Nicolás Rey).
El que lo vio en casa: Sufrimiento controlado
Tras dos años y medio, estoy de vuelta en DeChalaca.com y me tocó comentar el partido entre Perú y Colombia. Lo hice a través de Twitter. Suelo ser muy exigente cuando la selección nacional juega de local. Pero esta vez fue diferente. Con tantas bajas pensé de frente: "Colombia puede ganar sin esforzarse mucho o, si está afortunado de cara a la red, puede golear". Pero no fue así, felizmente, para nuestros intereses.
Reconozco que cuando estoy en el estadio sufro demasiado: mi corazón late a mil por hora. La tensión se expande dentro de mí. Pero en casa, estoy seguro, se sufre mucho más. No puedo estar quieto. Suelo moverme, me tomo la cabeza cada vez que hay un pase errado o una jugada de gol desperdiciada por falta de jerarquía y suelo pensar en voz alta: "Por qué tiene que ser así siempre?". Pero luego mis revoluciones bajan automáticamente y reflexiono: "Es solo un partido de fútbol".
Después de mucho tiemo, me gustó Perú. Aunque solo el primer tiempo. Me gustó porque salió decidido a ganar. Me gustó la línea de tres (sobre todo el debutante Jesús Álvarez, impecable, tuiteé) que planteó Markarián en el fondo; me gustó el mediocampo (sobre todo Carlos Lobatón, el más claro con la pelota, volví a tuitear), pese a que ninguno de los que jugó fue netamente de marca. Y me gustó el despliegue de André Carrillo, pese a que se falló un gol increíble y a que, por ratos, sin ser '9' apareció como amenaza en el corazón del área.
Así como sufro cuando el equipo peruano no muestra claridad en su juego, cuando noto que no todos los que están en la cancha tienen la misma jerarquía para decidir en los momentos complicados, también me sorprendo gratamente por el gran jugador que se pone la camiseta blanquirroja y nunca se achica: Paolo Guerrero. Felizmente para nosotros es peruano. Él no me obliga a moverme desesperado alrededor del televisor. Guerrero me garantiza seguridad de que en algún momento, aprovechando el error rival o con sus cualidades innatas, Perú puede hacer la diferencia.
Paolo es, de hecho, lo más peligroso que tiene Markarián del mediocampo hacia adelante. Pero, hay que ser claro, no puede hacerlo todo solo. A lo lejos, siento su impotencia. Tiene que pelear con todos adelante, porque los que lo acompañan (al menos nominalmente) no están (o no se muestran) en la misma sintonía. Pero en solitario, Guerrero se las arregla. Por eso es un crack.
Respiré tranquilo cuando acabó el primer tiempo. "Ya va a venir el gol", pensé. Pero después, luego del gol de James Rodríguez por una desconcentración, dije en voz alta: "¿Por qué siempre nos ocurre lo mismo?" Francamente, ya no quise renegar. Seguí viendo las incidencias; vi que Markarián, para buscar el triunfo, metió a Chiroque, Ruidiaz y Farfán. Pero ni con ellos en la cancha se pudo cambiar la historia. Perú mejoró, por ratos fue superior, pero Colombia tiene mayor jerarquía, y por eso ganó. Luego de esta derrota, se me hace complicado ver otro partido de Perú frente al televisor. Se sufre demasiado. Aunque ya sé que en la mismísima cancha es peor. (Víctor Zaferson).
El que lo vio en el extranjero: Cementerio Fútbol
El partido más importante de Perú en los últimos quince años (así lo consideré en la previa y hoy busco razones para arrepentirme de esa sentencia) coincidió con un viaje a Buenos Aires. Pocas veces un partido de la selección me ha sorprendido en el extranjero; como una especie de concentración, no quise distanciarme del partido, así que decidí no hacer demasiados recorridos turísticos. La tarde del domingo, después de unas medialunas y café en La Biela, opté por una conservadora excursión por el Cementerio de la Recoleta, para visitar algunas tumbas ilustres. No sé si fue un mal presagio.
Hacia las seis de la tarde (4pm, hora peruana), volví al apartamento y me enganché con Fox, que hizo amplia cobertura del partido, con comentarios de Diego Latorre y relatos de uno de sus narradores característicos, cuyo nombre en estos momentos no recuerdo. De corresponsables tuvieron a Bruno Ginocchio y a un colombiano ‘robacámaras’ que casi monopolizó el trabajo en planta baja; me sorprendió gratamente que, una hora antes del partido, el estadio ya estuviera lleno y con los ánimos a tope.
Prescindí de Facebook, Twitter y otras conexiones virtuales; no sé si era un mal presentimiento o la nostalgia de no ver el partido con la familia y los amigos de siempre, o si simplemente no quería enterarme que otro jugador más se nos había lesionado. Dicen que se sufre más viendo a Perú desde lejos, pero la verdad es que conmigo eso no ocurrió. Observé el partido con bastante tranquilidad y con esa misma tranquilidad asumí una derrota que, dado los avatares previos, durante la semana había comenzado a entrar en mis cálculos; tal vez la distancia nos da un poco de cabeza fría, no lo sé. Creo que se hizo el mejor partido posible con lo que se tenía, que el equipo respondió tácticamente, que Markarián no estuvo muy acertado en los cambios y que la derrota nos complica mucho el camino, pero tampoco debe hundirnos en la desesperanza. El domingo jugamos en Montevideo y yo estaré nuevamente en Lima; como ahora todos, volveré a alentar al equipo en la distancia (Raúl Behr).
El que lo vio en familia: Solo fue un espejismo
Como nunca almorcé tan tarde la tarde noche del domingo. Una vez que terminé de escribir -en tiempo record- la crónica del Unicachi - Los Caimanes de la Segunda División que me tocó cubrir, a la vez que terminaba de comer los ricos tallarines (con repetición incluida), el partido empezaba a animarse.
La emoción casi se apodera de la sala con la jugada y posterior error en la definición de Carrillo. Con mi madre (la que más se emociona cuando juega Perú), abuelo y tíos casi festejamos un gol que al final nunca llegó. Para el segundo tiempo dejé a la familia en la sala y vi el partido en mi cuarto; lástima que al poco tiempo Colombia marcó el gol. Trataba de animar a nuestra selección como si estuviera en pleno estadio Nacional pero de nada sirvió. Al final, terminé bastante fastidiado con una derrota que siempre duele, más aún si de local no se puede ceder puntos (David Sánchez).
El que lo vio en un casino: Qué cada partido sea una fiesta
Tras haber hecho cuatro horas de cola el jueves anterior y no conseguir entrada alguna, ante la rapidez con lo que se agotaron y el alto precio de la reventa, me resigné pues nuevamente no iba a poder a vivir un partido de Perú en el Estadio Nacional. Así, junto a unos cercanos amigos me junté en un casino miraflorino para presenciar el encuentro. Una pantalla gigante con resolución HD, asientos frontales, un Pisco Sour doble para brindar por la selección y unos ricos tequeños de ají de gallina acompañaron la tarde qué progresivamente se fue poniendo más fría.
Llegué hora y media antes al local y las calles ya empezaban a lucir vacías; hinchas de todas las edades con camisetas blanquirrojas denotaban la expectativa que vivía el país. Dentro del recinto, hinchas colombianos y por supuesto también peruanos animaban a ritmo de estadio; el ambiente fue de primera, y los pocos aficionados cafeteros con camiseta de Falcao incluida no se hacían notar.
La alineación fue tal cómo la mencionó Markarián en una transmisión radial salvo la última inclusión de Galliquio por Acasiete. Una defensa de tres que comparto pero qué no se había probado mucho. Me gustó el juego de Perú, con coraje en la defensa y con un Penny maduro sin dar rebote pero al que era imposible jugarle a centros. Pese a ello, nos ganaban todas las divididas; por abajo se pudo buscar el penal, o quizá con algún disparo de media distancia.
El hincha siempre va a estar presente. Cada derrota, a las cuales no deberíamos acostumbrarnos, es una inyección de sentirse más hincha de una selección a la que cada vez menos han visto en un Mundial. Ahora, a seguir animando contra Uruguay. No queda otra (Diego Rodríguez).
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: AFP, José Salcedo / DeChalaca.com

La derrota duele muchÃsimo más cuando es en casa y uno está tan lejos del paÃs. Nos quedamos resignados porque no se jugó mal y merecimos por lo menos un punto. Contra Uruguay el partido será a las 8:30pm asà que de seguro seremos más en el depa mirando a la selección del otro lado del Atlántico. No quiero hacerme ilusiones y, siendo realistas, hay que apuntar a 6 puntos en Setiembre. Cualquier cosa que saquemos de Montevideo será un bonus.
Desde Francia, ¡arriba Perú carajo!