Perú - Colombia: El café acelera el corazón
Inesperadamente, Perú obtuvo un empate ante Colombia en Lima que bien pudo ser victoria con mayor fortuna en algunas jugadas de ataque durante los minutos finales. La selección no cambió sobremanera su descoordinado funcionamiento conjunto, pero suplió sus carencias con un corazón enorme cuyo pálpito contagió a la -en definitiva- buena concurrencia al Monumental.
Fotos: ANDINA
De no haber estado Rubén Darío Bustos parado junto al poste izquierdo colombiano a los 82', cuando el golero Agustín Julio nada tenía que hacer ante un remate de volea desde el borde del área de Nolberto Solano, esta crónica bien podría llevar el poco convencional título "Jugamos como siempre, ganamos como nunca".
Porque Perú no mejoró en lo colectivo ante Colombia. El equipo como tal es un mito, ya que las inspiraciones individuales -las pocas que quedan luego del Golf, léase Solano o Vargas- pesan excesivamente más en el libreto de juego que el trabajo de conjunto. Lo denotaba el propio Del Solar cuando antes de la media hora tenía a Cruzado al borde del campo sin saber si debía entrar o dónde debía hacerlo. O si Neyra debía jugar de '6', de '10' o de Neyra. Un dibujo en la volante que trastabillaba consigo mismo y que, cual premonición infantil, sucumbía ante el consabidísimo rombo de Pinto al-que-no-se-le-po-dí-a-ju-gar-con-un-so-lo-hom-bre-de-con-ten-ción.
Los nubarrones que no abundan en Lima se cernían sobre el Monumental cuando la defensa, horrible como el domingo pasado en el Soldier Field, dejó un rebote para que Rodallega adelantara a la visita. Pero hubo un factor impensado que quiso escribir la historia peruana en la fecha 5 de las Eliminatorias de otra forma.
ALMA, CORAZÓN Y VIDA
Como el vals criollo, a Perú hoy en el Monumental lo salvó su gente. En la tribuna y en la cancha también. Lo salvó el corazón, el amor por la camiseta que se extrañó tanto en la goleada ante México y ese único factor que hace que un equipo claramente inferior a otro pueda ganarle un partido de fútbol.
Por ese empuje, Neyra le empezó a ganar algunas a Macnelly Torres. Prado comenzó a desbordar ante el irregular Estiven Véliz y hasta los más gélidos de espíritu, como Hidalgo y Vílchez, pusieron sus cuotas de esfuerzo aun sin jugar bien. Y pese a que desde el punto de vista táctico poco se estaba haciendo por neutralizar a una Colombia que no mostró un ápice de juego impredecible, se le empezó a comer la cancha. Porque para saber a qué jugaría este equipo cafetero, habría bastado con desempolvar algún video del Alianza campeón 1997 y tomar en cuenta que Fabián Vargas es un '10' con algo más de ida y vuelta que Marquinho. Punto.
En una de esas, una combinación por derecha le regaló a Mariño la posibilidad de barrerse y meter con mucho esfuerzo el balón en el arco de Julio. Casi sin saber cómo, el empate estaba en el tablero electrónico del Monumental, cual reflejo de lo único que era capaz de ofrecer Perú hasta el borde del final de la primera parte: entrega pura.
EL VERBO PUDO SER GANAR
A esas alturas de la noche, el estadio mutó. De prole con ánimos de velorio y temerosa de una goleada en contra, se convirtió en la caldera que las Eliminatorias acostumbran encender. Porque al final, pese a las absurdas campañas de boicot, el público asistió a ver a su selección y se jugó el partido con ella. Y esta casi le paga las entradas con la comentada volea de Solano, un cabezazo de Guerrero, un centro raso de Cominges y hasta un peinetazo de Walter Moreno que pudo acabar en su propio arco.
Y también fue posible el triunfo puesto que de Colombia en el segundo tiempo no hubo mucho más que nuevos toques cortos y, fundamentalmente, mucho orden en los relevos. El ingreso del 'Totono' Grisales, antes que generar explosiones renovadas en Rodallega y el apatiquísimo Edixon Perea, sirvió solo para que los norteños retuvieran más el balón y alargaran los cronómetros. Pues si bien Perú no llegó jamás a arrinconar al rival contra el arco de Julio, sí hizo que los de Pinto firmaran el empate con muchísima antelación al pitazo final del paraguayo Carlos Torres.
Decir que el punto recupera a Perú sería generoso, ya que ni siquiera matemáticamente lo hace. Pero sí reivindica algunas de las bases más viciadas de un tiempo a esta parte en el fútbol de este país de las maravillas. Empezando por la relación del equipo nacional con su gente: esa que invita a matarse por la camiseta a pesar de que a todos -jugadores, hinchas y periodistas- nos provoque regurgitaciones la dirigencia de la Federación Peruana de Fútbol. Porque la pelota está por encima de quienes se hayan adueñado de ella, y porque como en el fútbol sudamericano todos tienen altas y bajas luego de Brasil y Argentina, difícilmente un equipo esté muerto. Y menos si es de quienes pelean.
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