Teoría de la impredictibilidad

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Roberto Castro | @rcastrolizarbe Director General |
El cabezazo de Vecino y el amague de Firmino. Riman y encajan, como un poema que se hacía esperar. Y no unos meses, sino ya varios años.
¿Desde cuándo la primera fase de la Champions League es predecible? ¿O cabe decir prescindible? ¿Cinco años, como el predominio de los equipos españoles? ¿O acaso toda esta década, casi desde que el Inter de Mourinho desafió las teorías de superioridad y con un libreto antiestético pero eficaz alzó la 'Orejona' que tanto ansiaba Massimo Moratti?
Resulta curioso notar que un 18 de setiembre de hace cinco años, también en el arranque de una edición de Champions, el Barcelona comenzó ganándole 4-0 a uno de los grandes de Holanda con un hat trick de Lionel Messi. Esa vez fue el Ajax; en esta ocasión cayó el PSV. Antes 'Lio' era lampiño y hoy tiene barba; pero es lo mismo. Es hegemonía. Es predictibilidad. Esa que mata la expectativa que puede existir en torno de un partido de fútbol.
Por eso, es sano, saludable que partidos como los vistos en este inicio de temporada en el Giusseppe Meazza y en Anfield se produzcan con mayor frecuencia en esta instancia de la competición. Un par de ellos, de preferencia como este martes 18 uno en cada una de las dos nuevas franjas horarias, y la Champions seguirá siendo la Champions.
Y no necesariamente tiene que hablarse de partidazos, ojo. Porque el Tottenham no desplegó en su paso por Milán la propuesta típica de Mauricio Pocchettino, y está claro que el Inter de Luciano Spalletti es un equipo en formación, al menos en términos de competencia de élite. Igual lo ganaban los 'Spurs', con una patriada de Chrstian Eriksen, su omnipresente figura; y a eso los neroazzurri oponían ganas, buenos deseos, mucho aliento de una afición orgullosa por volver a pelear por la 'Orejona' luego de ocho temporadas.
En realidad el 2-1 fue el castigo para un equipo que pese a tener al goleador de la última Copa del Mundo, fue incapaz de resolver a su favor un partido que le sonreía. Acaso porque no entendió que, más allá de los palmarés y la localía, esta vez el favorito no era precisamente el Inter. Porque Mauro Icardi, crack de una camiseta definida y todo, no habría alcanzado para voltear la historia en la agonía -con un golazo y una asistencia en cabezazo- si hubiera tenido que revertir más que solamente un gol.
En ese sentido, la victoria del Liverpool tampoco fue el reflejo de una superioridad mayúscula ni mucho menos. Sí le había pasado factura a la propuesta de Jürgen Klopp un detalle ya repetido: desatenciones defensivas que con asesinos seriales futbolísticos como los del sistema ofensivo del PSG son muerte segura. Podrá ser que Neymar o Kylian Mbappé no conformen aún un equipo o al menos un esquema solidario; pero te van a facturar con el mínimo espacio disponible. Por eso el partido llegó a estar igualado a dos casi con el pitazo final de Cüneyt Çakır puesto.
Pero el fútbol siempre admitirá -y será, en esencia- esa jugada diferencial como la de Roberto Firmino. La que en un solo quiebre mandó a comprar pan a Marquinhos, Adrien Rabiot y Juan Bernat. La impredecible.
Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
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