Foto: AFPOlympiacos sacó cara por los locales en la Champions League: fue el primero en obtener un triunfo al superar con claridad y contundencia por 2-0 a un muy pobre Manchester United. El equipo de Moyes, sin reacción ni ánimos, la tiene muy difícil para la vuelta.

 

En el fútbol hay pocas cosas casuales, y varias de esas suelen ser algunos goles. Como el que Olympiacos encontró para comenzar a ganarle al Manchester United en El Pireo cuando su dominio no era del todo claro todavía: un disparo de Maniatis, fuerte pero inocuo, se desvió en el 'Chori' Alejandro Domínguez para confundir a De Gea e irse al fondo. Ambos jugadores fueron los más destacados de la noche en filas locales: puede someterse a discusión cuál fue más figura que el otro, pero lo indudable es que la perplejidad que causaron en el golero español del Manchester United en esa jugada se extendió a todos los hombres de los red devils y acabó haciéndolos cuajar una actuación más lamentable que solo olvidable.

Y si Maniatis, por despliegue e intención, mereció ser más protagonista del gol que Domínguez -que solo él sabe si quiso poner el pie para desviar la pelota-, pues algo parecido ocurrió en la volante de segunda línea del Olympiacos y en torno del segundo tanto. Los lanzadores laterales del equipo griego, el costarricense Joel Campbell y el paraguayo Hernán Pérez, habían tenido un destacado desempeño corriéndose la banda y generando avances, pero con el guaraní un escalón arriba pues le sumó a todo eso capacidad de recuperación y pressing. Sin embargo, el tico acabó siendo el protagonista excluyente al anotar un golazo, con decisión y furia, con disparo curvado bajo e imposible para De Gea. Corrían solo 54' y el partido ya estaba liquidado.
La habilidad de Joel Campbell se puso de manifiesto en el segiundo gol de Olympiakos (Foto: EFE)
Se juzgó temprano el partido porque el Manchester United, relajado luego de los embates iniciales e incluso después del primer gol de Domínguez, creyó que el empate iba a caer solo por defecto y propio peso. Porque nunca le metió acelerador a su ritmo de juego; porque su único frenesí fue el enfado de Rooney con medio mundo y con sí mismo cuando el marcador electrónico del Georgios Karaiskakis ya lucía el 2-0. Se aglutinan tweets y demás reclamos en torno de que haber dejado a Kagawa en el banco era un despropósito en esas circunstancias; y puede ser muy cierto, pero también es verdad que habrían sido necesarios tres o cuatro Kagawas en gran forma para darle algo de inventiva o fantasía a un equipo tan ralo. Van Persie desconectado y perdido en el área, a la espera de balones que nunca le llegaron -y en vez de buscarlos como él sabe hacer-; Valencia y Young inútilmente refundidos en los costados, cuando no había cómo penetrar por allí; Cleverley corriendo de modo desordenado hasta que se fue al vestuario. Al final Smalling y Evra se fueron con todo para ganar algún volumen, pero Moyes, al parecer, nunca entendió que el asunto no era seguir ganando los costados, sino tener alguna idea al medio.

Entre tanto desgano, sobraron aplausos para Maniatis y su actitud pulpesca de ir a todas las pelotas en todas las direcciones con todas las intenciones. O para el portugués Leandro Salino, un lateral de esos de despliegue generoso por toda su banda y más espacios de la cancha. Así, con modestia pero mucho esfuerzo, con el traje rojo y blanco a rayas de obrero puesto, Olympiacos se convirtió en el primer local en ganar en estos octavos de Champions hechos para visitar, salvo si vienes de Old Trafford y crees ilusamente que el anfitrión solo te pedirá que le traigas de Inglaterra una foto de Mitroglou y no se dedicará a jugar más que tú.

Fotos: AFP, EFE

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