Composición fotográfica: Alexander Macazana / DeChalaca.comBrasil ganó a perpetuidad la Copa Jules Rimet a partir del mejor espectáculo de todos los mundiales. Con una mitad de cancha hacia delante avasalladora, pasó por encima a Italia a punta de jogo bonito. El 4-1 consagró a Pelé como único tricampeón del mundo, a Jairzinho como mejor del Mundial y a Rivelino como mejor del campo: una orquesta.
    Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

Un mariachi con maracas en las manos irrumpe por el medio de la cancha y más de 100 mil personas saltan y bailan. En el palco oficial del Azteca, algunos rostros adustos no dan crédito a lo que miran: es, para buen sector de la dirigencia europea de la FIFA encabezada por Sir Stanley Rous, una arista incomprensible del espectáculo. Un tipo de chompa marrón se mete por detrás del arco de Félix mientras los fotógrafos pisan la cancha para tener las mejores tomas con el balón aún en juego.

En el medio, el alemán democrático Rudi Glöckner no parece darse por enterado de tanta parafernalia. Él está detrás de su propio muro: salta, se mueve, gesticula. Hace de todo -excepto, claro está, sancionar duramente las faltas fuertes- bajo el abrasador sol del mediodía mexicano y apenas cobijado por las sombras que algunas de las estructuras del coloso de Santa Úrsula dibujan sobre el césped. Hasta que se lleva el silbato a la boca y, tras un nuevo aspaviento para los cientos de miles de televidentes que ahora pueden verlo por la vía satélite, decreta el final. Desata la festa de Brasil. Que es la fiesta de América. La reivindicación de un continente.

Háganse a un lado si se quiere todos los argumentos históricos y sociales: nadie podrá negar que lo de 1966 había dejado bastante océano Atlántico atravesado en el ojo. Desde la eliminación a patadas de Brasil en primera fase, con los búlgaros moliendo desde el saque a Pelé y luego el cruento portugués Morais encargándose de darle la extremaunción. Luego las expulsiones en cuartos de final de los uruguayos Troche y Silva por cortesía del réferi inglés Finney, para decantar la goleada de Alemania Federal. Y casi en espejo, el diálogo gestual entre el alemán Kreitlein y el capitán argentino Rattin para que este terminara sentándose en la alfombra de la Reina Isabel, descortesía de las máximas del otro lado del charco.

El mariachi que se metió a la cancha al final del partido. América Latina en su más pura expresión. (Foto: Pinterest) 

Así como de este lado nadie, absolutamente nadie, puede meterse con el juego del hombre. Salvo aquel que se mete a la cancha para celebrar, como el mariachi una vez decretado que Brasil era dueño de la Copa Jules Rimet por siempre y para siempre.

Entonces, casi como contrapartida, los europeos la pasaron sin duda mal en México. A los ingleses les decomisaron 38 kilogramos de manteca al llegar, los acusaron de alcohólicos, no los dejaron dormir en su hotel y una cerveza mexicana de extraño sabor dejó fuera de combate nada menos que a Gordon Banks. Los alemanes dicen haber aprendido la gran lección de "todo lo que no hay que hacer organizativamente" para 1974. Y los italianos... padecieron a América en la cancha. A lo mejor de América expresado en el 'Scratch' de Mário Zagallo, con un incomparable bloque de mediocampo hacia delante que se lleva de largo todo lo que encara.

Pero sería impreciso argüir que Brasil superó de cabo a rabo a Italia porque sí. Es cierto que lo terminó pasando por encima; pero existió un proceso en el que en cierto momento hubo fuerzas contrapuestas, sujetas a libretos respetables, que guardaron cierto equilbrio. Las propuestas estuvieron dibujadas con claridad desde el arranque: el 4-2-4 todista, pródigo en lujos y de juego abierto, contra un 4-rombo-2 frío, calculador, listo para sacar provecho del error. El empate del primer tiempo fue consecuencia directa de eso.

El festejo loco de Boninsegna luego de marcar el empate. (Foto: Pinterest) 

Primero pegó Pelé con un cabezazo estupendo, sublime. Digno de una final. Luego lo hizo Roberto Boninsegna a partir de una viveza de Luigi Riva para aprovechar un grosero error de Brito en salida y la posterior desinteligencia con Félix. Indigno de una final. ¿Valen ambos goles por igual? Sin duda. Y nadie puede decir que eso vaya contra el reglamento.

En realidad, los puristas que cuestionan a Italia desde la poca elegancia de su juego omiten señalar que así como Carlos Alberto desborda y es sumamente aplaudido, en la 'Azzurra' lo hace no el lateral Tarcisio Burgnich, sino Angelo Domenghini, abierto por un lado. Es lo mismo, pero con mayores recaudos. Y así como quizá el capitán brasileño pudo llegar al ataque dos veces -una para ponerle un gol cantado a Everaldo y la otra para convertir el suyo propio-, Italia tuvo siempre la certeza de que no le harían un gol como aquel en que Boninsegna desnudó las flaquezas defensivas del equipo de Zagallo.

El problema para los del país de la bota tuvo que ver con que le hicieron goles de otras maneras. Centralmente porque a diferencia de Brasil, el equipo de Ferruccio Valcareggi no tuvo un plan B. O vamos, sí lo tenía, pero nunca se animó a ejecutarlo sino hasta los 84'. O-chen-ta-y-cua-tro: tardísimo. En ese minuto saltó al campo Gianni Rivera, y por fin, como si fuera casi una concesión mental, el DT italiano le permitió al astro del Milan jugar un rato junto a Valentino Mazzola. Una tara auténtica que limitó al clímax -y no solo en este partido, sino durante todo el Mundial- las chances creativas de un equipo que necesitaba inventiva para hacer la diferencia allí donde ya le sobraba fuerza física. 

Rivelino a la carga por delante de Burgnich: una constante de todo el partido. (Foto: Pinterest) 

Fue, pues, en ese aspecto que Brasil, con "B", hizo mucha diferencia. Y con "RR". Porque las iniciales de Roberto Rivelino pesaron como nunca en esta jornada histórica. El delantero del Corinthians volvió loco a Burgnich con sus idas y vueltas, sus amagues y arabescos, sus elásticos dominios de pelota: fue un malabarista dedicado a importunar a sus rivales y forzarlos al golpe para detenerlo. Se encontró cuanto pudo con Tostão y entre ambos condujeron a la desesperación a una defensa desorientada sobre si descuidar a Pelé para dedicar más recursos a frenar a ese dúo dinámico o simplemente dejarlo ser.

Para peor infortunio azzurro, por encima de todos los nombrados había otros recursos más bajo la galera del 'Lobo' Zagallo. Uno carente de cabellera pero repleto de inteligencia: Gerson sacó un misil de larga distancia que vulneró la meta de Enrico Albertosi y diferenció el marcador. Y luego estaba el omnipresente, el mejor jugador de un Mundial que tiene a Pelé en la cancha: ¿qué mérito mayor puede haber en el fútbol, Jairzinho, por favor? Tremendo el delantero de Botafogo, consagrando un récord que quién sabe cuántos años tendrán que pasar para que alguien iguale: que un jugador anote en todos los partidos de la campaña del titulo de su equipo en una Copa del Mundo.

El gol de Carlos Alberto merece párrafo aparte no por ser la rúbrica de todo lo escrito. Es, en realidad, el summum de una campaña, el epílogo mejor escrito de un libro para la posteridad. Es Brasil legando a las siguientes generaciones lo mejor de su jogo, pintando el retrato de una era, llevándose la Jules Rimet a casa para que nadie pueda robársela nunca como se lo hicieron a los ingleses. Una obra de arte en la cara de los hijos del Renacimiento, casi desafiando a Miguel Ángel o Rafael. Inventándose lo que no pudo Leonardo da Vinci. Diciendo vini, vidi, vici con sorna y traducido al portugués.

Pelé con sombrero charro en la vuelta olímpica: postal para la eternidad. (Foto: Pinterest) 

Pasarán quién sabe si cincuenta años y se seguirá hablando del fabuloso Brasil de Pelé, ese craque para quien el corolario de esta crónica queda demasiado pequeño. Su grandeza, esa aura que ni siquiera el mayor de los sombrerotes mexicanos que le colocaron durante la vuelta olímpica es capaz de tapar, supera incluso el hecho de que no haya sido en estricto el mejor del campo -al lado de Rivelino- o del torneo -al lado de Jairzinho-. Es parte del fútbol o del futebol; es parte de entender este juego desde América, ese inmenso jardín no sembrado para las flores sino para que rueden las pelotas.

Los Goles

Composición fotográfica: Alexander Macazana / DeChalaca.com
Fotos: Pinterest


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La ficha del Brasil 4 -Italia 1

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