Con el espíritu del barranquillazo
EL CALOR DE LA EMOCIÓN. Aterrizar en esta ciudad es indudablemente emotivo para quienes frisamos los treinta. Colombia es un país generoso, que acoge al visitante, y un puerto alegre y repleto de salsa lo es aun más; pero para los peruanos de la generación que nunca llegó al Mundial, también significa un recuerdo imborrable. El de la noche cuando lo imposible se volvió alcanzable; el de la vez que ganamos en Barranquilla.
REFERENCIAS GENERACIONALES. Quizá sea difícil para los más entrados en años y también para los más jóvenes interiorizar, dimensionar lo que significó aquel triunfo del 30 de abril de 1997. Para los mayores, porque estuvieron acostumbrados a clasificaciones mundialistas, a la-mejor-volante-del-mundo en 1978 y a los diez goles de Cubillas. Para los menores, porque quizá Colombia, amén de su fortaleza en esta última Eliminatoria, no resulte el rival necesariamente más temible ni invencible. Algunos dirán que el gol de Sotil en Caracas fue, decididamente, mucho más importante; otros evocarán el más reciente disparo de Lobatón y la corrida final de Vargas. Pero lo de 1997 fue más profundo.
MUROS Y ESQUEMAS. Fue profundo aquello porque el adolescente de los noventa convivía con una idea fija: éramos los penúltimos de Sudamérica, solo por encima de Venezuela, y por tanto era imposible aspirar a sumar puntos afuera. Sentíamos algunos que habíamos avanzado algo con un DT serio y responsable a cargo de la selección, pero que la antipatía que despertaba en un sector grande de la prensa hacía imposible creerse que pelear por un Mundial era factible. Encima, habíamos jugado un partido en Lima clave ante Ecuador y nos lo habían empatado con un penal entre dudoso y tonto. Nos sentíamos afuera salvo que se produjera un auténtico milagro.
LO REAL MARAVILLOSO. El milagro tenía nombre propio y era robar algún punto en la cancha más temida de Sudamérica en esas Eliminatorias: la de Barranquilla. El 0-5 de 1993 había posicionado a Colombia, en el imaginario colectivo, muy por encima de una Argentina que con Passarella era irregular y andaba a los tumbos. Y la generación de los Valderrama, los Asprilla, los Rincón, los Valencia era, a despecho de su fracaso mundialista, lo más regionalmente admirable que existía después de la dupla Ro-Ro que no jugaba Eliminatorias. Pero que quede claro: no solo era ganarle a ellos lo imposible, sino ganar afuera. Había que quebrar esa idea.
EL PUNTO DE QUIEBRE. Si Perú peleó hasta el final por Francia 1998 al punto de quedarse afuera por diferencia de goles, fue sin duda a partir del 0-1 en Barranquilla. Fue tal envión anímico, tal transformación de esquemas mentales que hizo creer, de golpe, a un montón de peruanos que había cosas de las que éramos capaces. Repasar el gol de Pereda una y otra vez y escuchar el relato, emocionado, de 'Micky' Rospigliosi, quizá el opositor más abierto que la gestión de esa selección peruana de Juan Carlos Oblitas tenía, devuelve a la mente ese espectro de una sociedad futbolera difícil y dividida en dos, pero que por una vez, por esa vez, estuvo toda reunida en torno del mismo grito feliz. De una noche en la que tiró para el mismo lado.
EL 'CHINO' ETERNO. Tiró para un solo lado, también, José Antonio Pereda. A un lado imposible para Mondragón. Dice el 'Coyote' Rivera en la entrevista que acompaña estas líneas que el 'Chino' se equivocó, que no quiso hacer eso. Años después, cuando desde el banco del Boca multicampeón de Bianchi el volante peruano lo ganó todo, quedó el convencimiento de que era un tocado, porque además de todo eso, había sido capaz de construir el barranquillazo. Y eso fue de él y de nadie más: no le podrán quitar jamás la sonrisa de una oreja a otra por haber metido ese golazo, con su nombre y marca, en el minuto 62 de esa noche calurosa. De un disparo que viajó durante dos, tres, cuatro segundos acompañado de la vibra positiva entera de un país que veía cómo se acercaba, inatajable, al vértice superior derecho de Farid Camilo, bombeadito.
LA LECCIÓN ETERNA. Quedan para la posteridad muchas imágenes, como el grito desgarrador de Olivares sobre el final perennizado en la primera portada de la revista Once. Pero quedó, sobre todo, la de un grupo unido: comprometido con un proyecto que, a partir de ese día, comenzó a tener un final tangible, realizable. Del que muchos setenteros se mofan con sorna porque dicen que fue una generación que nada ganó, y que otros contemporáneos entienden poco porque desde que comenzaron a ver fútbol tenían a un jugador en el Bayern Munich y no, como nosotros los noventeros, a 'Chemo' cargando sus maletas desde Tenerife o Salamanca cada vez que podían. Es la noche de Barranquilla, sin duda, aquella en la que quienes tenemos treintaipico nos fuimos a dormir más felices gracias a la selección en toda la vida. Y escribiendo esto desde esta ciudad, ahora que uno la visita para vivir un nuevo Colombia - Perú, resulta imposible no ver ese video una y otra vez y querer volverse a ir a dormir con una sonrisa parecida a la de hace ya dieciséis años.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
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