Bolo jugó contra Nacional, pero ellos no se dieron cuenta.

Foto: EFE 

 

Ross estuvo en sintonía con Tacna: apagado y abstraído de una circunstancia futbolísticamente tan relevante como la Libertadores (Foto: EFE)La tribuna vacía de gente, el corazón vacío de sangre. Así lucieron Tacna y Junior Ross. Nunca un público y un jugador estuvieron tan sintonizados. Desdeñando la alegría, olvidando las responsabilidades: fueron el vacío absoluto.

 

Tacna, un pueblo combativo por antonomasia, no quiere luchar por el fútbol. Desaprovecha la inmejorable oportunidad que le deparó el destino: un equipo que se comporta como una institución, que se maneja seriamente, que genera elogios en la prensa grande, y que acaba de alcanzar el máximo galardón de su historia, clasificar a una Copa Libertadores. Su suerte convoca a la sana envidia de otras ciudades, que solo tienen opción de observar a equipos menesterosos, que con las justas sobreviven entre la improvisación y la decadencia. Por eso indigna tanto ver tribunas raleadas e indolentes ante lo que significaría un acontecimiento magistral en cualquier otra provincia. No es justo que Bolognesi siga jugando en una sede que le da la espalda a sus esfuerzos.

 

En la misma tónica, Junior Ross aparece como un hijo dilecto de la frontera sur. Su abulia es alarmante. No es un jugador que llene primeras planas con borracheras, golpizas o demandas por filiación. Hasta donde se sabe, es un buen profesional. Por eso, no se entiende cómo una carrera tan prometedora ha decaído hasta la insignificancia. Un jugador que ya debería estar consolidado en Europa permanece atrapado en Tacna, tras breves episodios en Cusco y Lima -lo más lejos a lo que llegó- y de donde regresó sin pena ni gloria. Ross sigue transitando los campos de juego con la cabeza gacha, economizando su talento, dejándolo brotar solo cuando a él le da la gana; es decir, en los partidos fáciles. La displicencia con la que hoy pateó los dos penales sugiere una aguda crisis vocacional. Quizás no le guste el fútbol. Sería una pena. Cuántos jugadores quisieran que sus piernas supieran hacer la mitad de lo que él sabe.

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