Perú empató 2-2 con Argentina tras ir dos veces abajo en el marcador y, como nunca en las últimas dos décadas, estuvo muy cerca de ganarle. Lejos de que el resultado satisfaga o de analizar tablas, la valorable reacción de la blanquirroja ante la adversidad y algunas consolidaciones individuales abren camino para convencer de que existe una base para crecer futbolísticamente a futuro.

 

    Roberto Castro | @rcastrolizarbe
    Director General

El Nacional está al tope del clímax y el análisis táctico, a falta de 5 minutos para el silbatazo final de Sandro Ricci, no cabe ya en la agradable noche limeña. Sin embargo, conforme a un inusual nivel de sensatez, una familia ubicada en Occidente Baja exige a voz en cuello la presencia de la Policía para que un maleducado espectador que se resiste a apagar un cigarro lo haga. Minutos atrás, Eddie Fleischman, desde la cabina de RPP, ha enfatizado a voz en cuello -para que toda la tribuna escuche- que la ley vigente impide fumar en espacios públicos. Como pocas veces ocurre, las fuerzas del orden llegan con celeridad y fuerzan al fumador a arrojar la colilla. Eficiencia, que le dicen.

De las tribunas baja el "sí se puede" casi en simultáneo, lema paradigmático del éxito del fútbol peruano frente al argentino, pero también un canto que inequívocamente remite a una posición de inferioridad preasumida. El envión que ha conseguido el 2-2 en el campo ha invitado a creer que sí, que se puede, pero a lo mejor una lectura menos emotiva y más fría podría arrojar otras conclusiones. Por ejemplo, que la importancia de tener un delantero de jerarquía no la cambia nadie: un tipo que puede matar la pelota así con el pecho y mandarla a guardar, y luego generar un penal de forma mañosa, experimentada. O por dar otro ejemplo, que la única forma de jugar al ras y causar daño en el fútbol moderno es construyendo fútbol desde la primera línea de la volante, para que la segunda línea y el ataque se ocupen solo de tener a raya al sistema defensivo rival y no estén autogenerando ocasiones como en los tiempos en que no todos marcaban ni todos podían ir al frente.

Sí, Perú pudo. Pero no por un estado de ánimo o por puramente creérsela, sino porque corrigió y propuso con coherencia. Había errado al recostar demasiado el juego por el lado de Flores, empecinado en ganarle la espalda a un Zabaleta que le dejó margen en la raya a la primera pero ya no a la segunda. Cueva tendía a perderse en la misma punta y así Benavente, quien iba por el carril más vulnerable en contras -el de Rojo-, quedaba solo en una lucha que podría haber sido más productiva -máxime porque a Corzo, con todo su corazón y entrega indiscutibles, no le daba para ganar espaldas rivales así nomás-.

Paolo Guerrero fue el autor del empate blanquirrojo. (Foto: AP) 

Por eso era fundamental recuperar la primera línea como espacio de generación, y eso pasó con el ingreso de Da Silva: porque Tapia, especialmente, entendió que su rol tenía que ser más el de alguien que dé el primer pase y no el primer rechazo, y porque 'Beto' se encargó de abrir los espacios reducidos y sacar a la zaga argentina de su posición. Así, con un poco más de cerebro que de ímpetu, Perú comenzó a poder. Levantó el empate con el maravilloso gol de Guerrero, que no es el de Pedro Pablo León que las generaciones actuales nunca han  podido ver por TV pero en el que Trauco, acaso por convivir en Universitario con el inmenso Héctor Chumpitaz, sacó un pase largo que, como el del 'Capitán de América' el 1 de agosto de 1969, llevó al balón a dormir en el pecho del '9' y luego a encariñarse con las pitas albicelestes -'Pepe' Carrión dixit-. Y luego levantó otra vez el empate sobre la base de lo mismo: cero desesperación y mucho aplomo para generar el penal. ¿Qué, entonces el ánimo no cuenta? Para nada: sí, pero no es lo más importante ni debe serlo. Sobre todo porque este Perú ya había caído en ese vicio terrible de volverse un estado de Facebook futbolístico: reaccionó mal a la adversidad ante Chile, ante Venezuela y recientemente en La Paz ante Bolivia.

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Eso, para bien, no pasó esta vez. Lo más valorable del 2-2 de Perú ante Argentina fue la respuesta centrada, madura a la circunstancia en contra. Aquilatar el golpe y seguir boxeando con jabs y sin miramientos: más o menos así. Por eso hubo ocasiones perdidas y hasta un par de intervenciones oportunas de Romero, y sobre todo una ocasión errada de manera grosera por Flores, quien en vez de pegarle con decisión en primera -canon de partidos internacionales de esta estirpe- quiso acomodarse para colocarla arriba. En todas esas, se pudo.

Claro, sin duda pudo también perderse. Y no porque alguna actuación individual lo haya explicado, como habrían sugerido los focos puestos sobre el discreto partido de Benavente -un futbolista de corte ochentero, nacido para jugar en un puesto como el de enganche clásico cuyas características difieren de las de un lanzador por derecha que no solo debe correr a otra velocidad sino marcar- si el partido no hubiera quedado empatado. Más bien estuvo cerca de ocurrir debido a la tara que arrastra la blanquirroja hace ya varias lunas: el juego aéreo. No es un dato menor que tres zagueros centrales (Raldes, Achilier y Funes Mori) le hayan anotado a Perú en las últimas tres fechas de Eliminatorias; tampoco es infrecuente que un pase corto en tercer cuarto de cancha, como el de Zabaleta a Higuaín, faculte el uno-dos y tome mal parada a la defensa. En todas esas, Argentina pudo.

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Perú estuvo cerca de ganar, pero tuvo avances futbolísticos que suman. (Foto: AFP)

En el balance, sin embargo, lo importante es que Perú pudo. Pudo lograr que se respetara a rajatabla el himno del rival, inclusive aplaudido -con pedido de por medio de prender el "esmarfón" para decorar con luces el estadio-, en señal de civismo. Pudo lograr que en un estadio abarrotado se cumpla la ley y un cigarro se apague. Y pudo ganar, pero sobre todo progresar: corregir taras y avanzar. No mucho en la tabla, que en una Eliminatoria en la que la meta es competir no importa tanto como ser mejor en el partido siguiente que en el anterior. Eso se consiguió, y aun cuando el empate no sea celebrable, sí lo es saber que sí se puede: no a la usanza de la frase, sino que sí se puede construir sobre una base que tiene por delante tiempo para trabajar. La cerrada ovación de las cuatro tribunas tras el pitazo de Ricci es eso: no la señal conformista con un 2-2 que matemáticamente suma poco, sino el reconocimiento a señales de progreso que futbolísticamente suman bastante. 

Los goles

Foto: AFP


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La ficha del Perú 2 - Argentina 2

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