El partido más extraño de los mundiales tuvo a una Alemania superlativa: la Mannschaft regaló historia pura y se metió a la final con un inimaginable 1-7 a Brasil en el Mineiraro. La Verdeamarelha sufrió la máxima derrota de su historia y la peor humillación en la máxima justa.

 

Belo Horizonte, 8 de julio de 2014. La fecha es para enmarcarla en el almanaque de sus vidas y transmitirla de generación en generación. Lo que se vio en el Mineirao es historia pura. Y no porque Alemania haya invocado al espíritu del 'Negro' Obdulio Varela, de los Ghiggia y de los Schiaffino, solo para sacarlos del altar y registrar un antecedente jamás visto en la historia de los mundiales. La realidad indica que su exhibición fue única y va de la mano con un nivel superlativo, línea por línea, que requirió de varios intérpretes dentro y fuera de la cancha. El (ir)respeto en su máxima expresión futbolística fue la prueba más palpable de este 1-7 ante Brasil que quedará enmarcado en los anales del fútbol. Insólita en una semifinal mundialista. Y sí, es menester retroceder en el tiempo y reabrir las heridas de aquel 16 de julio de 1950 en el Maracaná. Porque se trató de una desgracia futbolística inigualable. Sí: solamente superada por la paliza teutona en el Mineirao. Porque todo se desvaneció de un martillazo. Poco importó la localía, el récord de Ronaldo y las demás exquisiteces que se puede dar un anfitrión para sobrevivir.

¿Qué pasó con Brasil? O más bien, ¿por qué le tuvo que pasar esto en tamaño contexto? Acaso el escaso poder de convencimiento que exhibió a lo largo de la fase de grupos, en el que quedó claro de que su apuesta, fuera del rol individual de Neymar, iba a pasar por el pelotazo frontal o la versatilidad de otros actores secundarios para desequilibrar los partidos, tenía que extinguirse ante un rival de mayor envergadura. Que saltó en evidencia en el partido ante Chile, que mostró su mejor cara ante Colombia, pero que se desmembró por completo ante una ordenadísima Alemania que ridiculizó a la historia. Porque este Brasil jamás se pareció a Brasil. Sin su esencia a flote y más bien con razgos de un plantel que puede ser batallador, pero que requirió tener enfrente a un rival como el germano para sacar cuentas y saber hasta dónde estaba en condiciones de llegar.
El record esperado de Miroslav Klose se dio con el segundo gol de Alemania, un tanto que destronó a Ronaldo y puso a Brasil contra las cuerdas (Foto: EFE)
Tácticamente, Brasil no existió en el Mineirao. En ese estadio que llegaba precedido de una carga negativa de hace 39 años, desde la vez en que Perú le ganó 1-3 por la Copa América de 1975. Porque desde aquella ocasión jamás piso el mítico estadio de Belo Horizonte. Aunque queda claro que en verdad no lo volvió a pisar. El equipo de Scolari transmitió poca firmeza, demasiados temores y escasa convicción para levantar la cara. Fue arrollado en dieciocho fatídicos minutos y se entregó en cuerpo y alma. Dante, el defensor del Bayern, posiblemente fue el pagano de la desgracia, pero no el principal culpable. La serie de deméritos es larga: la primera línea se confundió en una pista de pichanga callejera; los mediocentros -Luiz Gustavo y Fernandinho- regalaron demasiados espacios y el organizador, Óscar, fue la muestra palpable de lo tanto que ha cambiado Brasil como expresión de juego. Bernard, el que tuvo más tiempo el balón en la 'Canarinha', trató de cumplir como interior derecho, pero transitó solo.

Desde luego, todo el guión de esta historia le pertenece a Alemania. Con un arma que con el correr del Mundial se ha vuelto infalible y que resulta placentero: el del toque, pero con transito rápido, criterio y disposición para aletargar al rival y encontrar el espacio adecuado para liquidar. Así fue como mató a Brasil: lo sacó de sus casillas en un lapso de dieciocho minutos, lo ridiculizó, tiró al tacho su jerarquía y sentenció su suerte. Müller abrió la cuenta e igualó el récord de goles de Cubillas; Kroos convirtió por partida doble y sacó chapa de figura de la noche en el Mineirao; Klose tuvo su momento de gloria con la historia y desplazó a Ronaldo como máximo anotador de los mundiales; y Khedira solo demostró -con gol incluído- por qué es de los mediocentros más completos del planeta.
A Julio César le tocó vivir la humillación que en su momento le tocó pasar a Barbosa, el arquero víctima del Maracanazo de 1950 (Foto: EFE)
Brasil, valga la redundacia, nunca levantó de la humillación. Y la Mannschaft, por el contrario, bajó las revoluciones pero nunca dejó de apretar el acelerador. Hasta en los cambios acertó y André Schürrle facturó por partida doble. Quizas el único castigo de los teutones fue desajustar sus piezas defensivas y permitir que Óscar, el más cuestionado de los locales, anote el gol brasileño menos celebrado de su historia. Porque no significó nada. Los torcedores que llegaron cargados de ilusión y que rabiaron y lloraron, terminaron avalando la superioridad alemana a punta de oles.

Este, sin duda, es el partido más extraño en los mundiales. El más anormal. El más inimaginado. En una instancia -semifinales- en la que comunmente suelen haber dientes apretados y rendimientos equiparados. Esta vez hubo una diferencia de seis goles entre dos selecciones que, en realidad, no se llevan tamaño desnivel. Pero en el fútbol muchas veces suelen ocurrir cosas imprevistas. Alemania concretó las veces que quiso, Brasil se entregó a la peor humillación futbolística de su historia y, así como en 1950, probablemente vaya a tener un antes y un después tras esta fatídica jornada. Al final, tras el 1-7, lo único claro es que la apuesta de Low sigue siendo la más convincente en un Mundial que ya no tiene al anfitrión en carrera y que parece encaminar a la gloria a una selección que revolucionó en los últimos ocho años con un proceso que se respetó.

Fotos: EFE

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