Bélgica volvió figura inmensa al arquero estadounidense Tim Howard al dispararle hasta 16 veces para permitir su lucimiento en Salvador. Llegó a vencerlo en dos ocasiones: cuando De Bruyne y Lukaku se serenaron y se demoraron antes de patear para inducir un 2-1 que coloca a los rojos entre los ocho mejores.

 

Pisó el área De Bruyne y, de pronto, algo en la calurosa tarde-noche del Arena Fonte Nova parecía diferente. Los hinchas que, latinamente, cantaban "Bél-gi-ca" apoyando a los que estaban vestidos de rojo o ataviados con pelucas a lo Fellaini, suspiraron porque notaron, en un rapto de mirada, que algo en esa jugada era distinto respecto de las 14 anteriores que sus delanteros habían marrado delante del arco de Tim Howard, erigido en superlativa figura. Y De Bruyne amagó, y De Bruyne se perfiló, y De Bruyne se acomodó. Y la mandó adentro y con eso la ciudad del gol de este Mundial, que es sin duda Salvador, pudo soltar en solo 2 minutos de suplementario el grito que se había tardado 90' de juego en liberar.

Y se demoró tanto por Howard y porque Bélgica, a diferencia de lo que hizo De Bruyne, se había apresurado siempre. A la carrera, frenéticamente, echándose a jugar: rindiendo sus mejores minutos de un Mundial al que llegó como el "tapadito" de todos -lo cual le quita consustancialmente, por cierto, tal etiqueta- y en el que los acérrimos críticos del nuevo sistema de cabezas de serie le espetaron, hasta hoy, no haber dado mucho espectáculo. Pues bien, a todos Bélgica, el del puntaje perfecto en primera fase, les tapó más todavía la boca con ese segundo tiempo en el que con dinámica, inteligencia y juego repleto de diagonales eficientes acabó bombardeando de modo inmisericorde a uno de los sistemas defensivos más ordenados de la Copa del Mundo.
La muralla que plantó Tim Howard en su arco se terminó de caer con el remate de Kevin De Bruyne cuando parecía imposible marcarle un gol a Estados Unidos (Foto: EFE)
De Bruyne, está dicho, no se apresuró. Como tampoco lo hizo Lukaku, ese delantero que en la Eliminatoria asomaba como titular hasta que lo opacó el gran momento de Benteke; y que cuando este último se lesionó, quedó como titular pero fue al banco por la gran respuesta de Origi, autor de dos tantos en fase de grupos. Aquí en Salvador, Origi hizo lo que quiso en el segundo tiempo con la zaga central estadounidense, excepto goles. Y para eso entró Lukaku, para tener nuevamente ese control sereno sobre la pelota y ganarles, por habilidad y sobre todo físico, a Gonzalez y Besler en los manos a mano, como el que selló el estupendo primer suplementario belga.

¿Pero qué ocurrió con Estados Unidos, más allá de los méritos del rival, para descompensarse defensivamente y sufrir tanto con los embates belgas después de un primer tiempo que había sido parejo? Pues que Johnson, entre contuso y apurado por sumarse adelante, había salido un poco de más y por tanto le dejó campo a Hazard para irse por su banda, y algo parecido ocurrió con Beasley. Marc Wilmots, inteligentemente, tiró unos metros arriba a Alderweireld y Vertonghen y así ganó capacidad de penetrar en dos toques en el fondo estadounidense. La lesión definitiva de Johnson acabó por poner contra las cuerdas a los de Klinsmann, quien ni siquiera con eso reubicó a Cameron, su variante para este partido, en su posición natural de defensa, sino que lo mantuvo como ancla delante de la zaga con la idea de que tanto Bradley como Jones tuvieran toda la libertad posible para lanzarse al frente. Y lo hacían, pero con la salvedad de que por cada llegada estadounidense se producían, sin exagerar, unas cinco de los belgas.
Julian Green le permitió luchar por el empate al equipo de Jürgen Klinsmann aunque el tiempo resultó corto para llegar a los penales frente a Bélgica (Foto: Reuters)
Aun así, Estados Unidos tuvo cómo lograrlo, en parte porque el fútbol es caprichoso y en parte porque cuando atacas tanto sin anotar puede que en una contra te anoten. Zusi, sobre el final del tiempo reglamentario, la tuvo con el arco libre; habría sido demasiado castigo para los 'Diablos Rojos'. Y Jones, lanzado con todo arriba, la tuvo en el alargue casi inmediatamente después del descuento de Green, quien con mucha decisión le puso una cuota de emotividad suprema al partido apenas iniciado el segundo suplementario; habría sido adecuado premio para el esfuerzo de los de las barras y las estrellas en ese tramo del partido en el que todos en Salvador solo queríamos ver más y más goles, extasiados por lo brillante que había sido un nuevo suplementario memorable de este inmejorable Mundial.

Pero la clave de los goles se la había quedado Wilmots, con su café, en el vestuario belga. Él, que en mundiales supo anotar de chalaca, esta vez debió, muy presumiblemente, decirles algo a sus hombres para que se serenen y no siguieran atolondrándose antes de disparar al arco de Howard. Solo hubo alguien contra el que esa inteligente estrategia no pudo del todo: el propio Howard, quien a pesar de los dos goles recibidos y de la eliminación, acabó siendo igual la tremenda figura de una jornada en la que hasta le sacó una a Fellaini cuando el partido ya estaba consumado. Como para recordar que esto es fútbol y que, a pesar de que en Estados Unidos la meritocracia en función a los resultados sea casi una ley implícita a la práctica del deporte, hay más bien normas y usos que el deporte más popular del mundo ya le impone a un país que se demoró en adoptarlo pero que ya lo vive, como quedó claro por su mayoría de hinchaje en este estadio y los "I believe..." que se seguían escuchando afuera del Fonte Nova luego del partido, en medio de pelucas de Fellaini y gritos entremezclados en francés y flamenco por la vuelta de Bélgica al cuadro de los ocho mejores del mundo.

Fotos: EFE, Reuters

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