Alemania - Argentina: El reencuentro de dos mundos
En 1492, el español Rodrigo de Triana fue el primer europeo que avistó América y dio así inicio al proceso que, cinco siglos después, sería redefinido como el encuentro de dos mundos. Y un poquito después de eso, exactamente 22 años luego de ese quinto centenario, el alemán Mario Götze se convirtió en el embajador europeo que redescubrió América y consagró una conquista de otro tipo, de otra valía para su continente.
Este 2014, Europa ha campeonado en América por primera vez en la historia y lo ha hecho bien. Por superior. Porque aquí en Rio de Janeiro, el éxito alemán ha sido celebrado con frenesí por la única población de esta parte del nuevo mundo que no habla español: la que fue sede del Mundial y, hace unos días, sufrió el vejamen más duro de su historia a manos de estos colonizadores alemanes hechos panzers en las minas de Belo Horizonte y ahora en las playas de Copacabana e Ipanema. Pero igual los adoptó: eran su garantía de no sufrir un tercer vejamen en una semana viendo al vecino, al rival de siempre, consagrarse campeón en su casa.
Por eso es así Sudamérica, confusa como ella sola. Superada con claridad en la cancha por un rival que, durante 12 años, se preparó para modernizar su juego. Para lograr que una lesión como la de Sami Khedira, en inédita circunstancia para una final mundialista, segundos antes del inicio del partido, sea reemplazada con un tipo como Christoph Kramer que tiene vocación por ir más arriba. Y que la posterior lesión del propio Kramer, por el violento choque con el hombro de Garay, sea reemplazada con un hombre aun más ofensivo como Schürrle, para pasar a Kroos a jugar a primera línea.
Los alemanes, pues, revolucionaron su fútbol, a tal punto que acabaron siendo más papistas que el Papa, y no porque este fuera argentino. Lo revolucionaron porque esta final la ganan yendo contra sus propias ideas. Con flexibilidad táctica y capacidad de replanteo, que es lo más importante que hay en el fútbol actual. Si Klose, por ejemplo, es el '9' que no recibe bolas limpias, pues no hay resquemor en tirar al campo a un falso '9' como Götze. Y como el falso '9' tampoco recibe pelota porque la defensa rival, empezando por Zabaleta, está impecable en cortarlo todo al ras, pues hay capacidad para terquear e insistir al ras hasta que le llega una para que pueda barrerse y sumir en el delirio a 80 millones de germanos, 198 millones de brasileños y muchísimos millones más de hijos adoptivos de la 'Mannschaaft', de su organización y largoplacismo, en el mundo entero.
¿Qué contrapropuso Argentina a tanto orden y capacidad de reinvención? Mucho, bastante coraje: pelea, esfuerzo, corazón. Entrega de la vena de Lavezzi, un tipo golpeado por las críticas desde la Copa América 2011 cuya salida del campo esta vez terminó siendo cuestionada por la generalidad. De la vena de Rojo, anticipando como jamás a Lahm y hasta ganándole el duelo por la banda. De la vena, está dicho, de Zabaleta, otro cuestionado que acabó siendo figura. De la vena de Pérez, que corrió y trajinó para responderle al técnico que creyó en él. Pero con esa vena enorme, gigante de Sabella, no bastaba; se requería que el genio que frotó la lámpara para ganarle con frecuencia el carril a Höwedes terminara alguna de esas jugadas, o que alguien tomara el rebote que quedó varias veces por la izquierda. Y Enzo Pérez, no por dizque ateo sino por ser el volante que es, no era quien podía llegar a tomar el rebote pues estaba ocupado de tomar alguna marca.
Así, Argentina estuvo supeditada, como contra Holanda, principalmente al error del rival. Pudo lograrlo mediante Higuaín, en ese remate a boca de jarro del primer tiempo tras un mal despeje que ensayó mal. O pudo lograrlo mediante Palacio, en ese proyecto de sombrero con el que quiso entrar en la historia con el, acaso, gol más bonito marcado en una final mundialista. Pero en las finales se meten los goles nomás, de buenas a primeras. Como hizo Higuaín cuando estuvo adelantado. Como hizo Götze cuando no estuvo adelantado.
Por eso lo perdió Argentina. Porque no tuvo la capacidad de reinventarse, de redescubrirse con la que sí contó Alemania. Porque cuando Agüero y Palacio entraron para buscar algo distinto, no pudieron, principalmente debido a que el 'Kun' estaba en un solo pie, y la lección de Diego Costa en la final de la Champions debería haberse aprendido antes del Mundial. Y Messi no estuvo a la altura de lo que se esperaba de su capacidad de desequilibrar, por lo que acabó trazando una senda contraria de la de su equipo: mientras Argentina fue de menos a más en el torneo, hasta alcanzar su pico de rendimiento en la final, la 'Pulga' fue de más a menos.
De todo lo anterior se aprovechó una Alemania más golosa de lo que dicen que es Gago -que no la pasó bien cuando entró, dicho sea de paso-. Y por esa ambición constante acabó reinventando, una vez más, la gran Brehme como la gran Götze. Porque todo el Mundial tuvo esa vocación por hacer la distinta: si se la había pasado rotando a sus tres lanzadores de posición en posición, esta vez los fijó: Müller derecha, Kroos y luego Schürrle al centro, Özil izquierda. Los especializó, porque si los hacía trajinar ante gente con tanta vocación de salida commo Biglia y Mascherano, podía sacrificar demasiado. Y una vez más, el señor Löw acertó.
Doce años de aciertos, pues, han hecho a la Alemania ícono del largo plazo campeona del mundo en el nuevo mundo. Y como cada 20 años, tal hecho abre paso a un nuevo mundo en el fútbol. Si Brasil en 1994 se europeizó y gracias a eso ganó dos títulos, pues en 2014 Alemania se americanizó y gracias a eso ganó un título en Brasil, allí donde tras ver un Cristo abriendo los brazos gritó tierra a la vista y esta Copa es mía.
Foto: AFP