Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.comArgentina y Alemania constituyen en conjunto, en la cabeza de alguien que supera los treinta, el perfecto sinónimo del concepto "final" en el fútbol. Hay por qué.

Uno

El televisor Panasonic que cambia los canales con ruedita está allí, en la esquina. Estamos, si la memoria fotográfica no me falla, por lo menos 16 de los hoy 24 primos Castro. El abuelito Roberto está allí, atrás, sentado en su silla que enfoca a la pantalla en diagonal. La abuelita Juana está trayendo, cariñosa como ella sola, los platos hondos con la sopa para todos. Y todos, todos estamos pendientes de la final entre albicelestes y verdes.

Porque ya no me la pierdo. Una semana antes, el abuelito me ha dado soldaditos de plomo para que juegue en el patio. Y yo por eso he estado afuera, desatento al partido, y solo he corrido a verlo cuando mis tíos gritaban "mano, mano". Y he visto a Maradona, el más famoso de todos, correr con esa mano en alto. Y cuando he regresado a jugar con los soldaditos, he vuelto a escuchar a mis tíos y a mi primo Frank gritar por el mejor gol de todos los tiempos, y volver a ver a Maradona con la mano en alto, y quizá con su pie zurdo en alto. Y he corrido y he alcanzado a ver a mi tío Carlos explicándome que a pesar del gol de Lineker, que es ese gran goleador inglés al que días antes había visto anotarles tres veces a los paraguayos, no podrán remontarle el partido a Argentina.

Burruchaga manda adentro la pelota en 1986. Argentina le ganó así 3-2 a Alemania. (Foto: revista El Gráfico)Porque por eso, de ese domingo en que ya no quise, a diferencia del anterior, despegarme de la pantalla a jugar con los soldaditos de plomo, en la memoria retengo solo los dos cabezazos: Völler para Höness. No se cuántos años después aprendería que dos cabezazos en el área son gol, pero yo ya lo sabía desde antes. Desde ese 29 de junio, día de San Pedro, de San Pablo y de San Burru. Porque ese es mi otro flash de ese mediodía: ochenta y siete minutos y él corriendo, loco como él solo, descarriado como él solo. Y definiendo cruzado a la mano derecha de Schumacher, que por entonces no era sinónimo de automovilista sino de gran arquero. Tres a dos. Triunfo de Sudamérica. El martes, el suplemento mundialista de El Comercio titulaba "La Copa pasó por Lima", en alusión a la escala de los campeones con el trofeo por el Jorge Chávez. Orgullos ajenos, que les decían, que les dicen, que son propios de cuando aprendes a ver el Mundial de lejos, las finales de otros, las finales de ellos.

Dos

La casa de los otros abuelos. Domingo, día de familia y como en toda circunstancia especial, hay que bajar el televisor grande a la sala. Es también Panasonic pero ya con control remoto; lo compró mi tía Pilar y era un lujo. Modernidades de esos albores de los noventa.

Brehme grita el gol de la final del 90. Alemania, con polémico penal, le gana a Argentina y se cobra la revancha. (Foto: revista El Gráfico)Solo el Mundial o las elecciones, en realidad, permitían que bajáramos del cuarto el televisor de los abuelitos. Vimos en la sala el Alemania - Holanda con el escupitajo de Rijkaard a Völler; vimos allí a Costa Rica sucumbir ante Checoslovaquia con Gabelo Conejo lesionado. Y por supuesto, ahora veíamos la final. Con Maradona, malcriado y con el arete que Papaú -cariñoso sobrenombre de mi abuelo materno- fustigaba por mal ejemplo para la juventud, musitando la mentada de madre entre labios para todos los italianos que silbaban su himno. Con Matthaus, crack de cracks en ese Mundial, reivindicando la '10' para los teutones. Con la Mamaú gritando cada vez que a los argentinos los atacaban, pensando en lo que sus tres nietos gauchos estarían sufriendo a la distancia.

¿Fue penal? Siempre he creído que sí. Mis primos dicen que no. También dicen que en 2009 no fue offside de Palermo ante el Perú de Chemo en cancha de River. No importa. Brehme la mandó adentro. Ganó el mejor. Monzón, quien años luego recalaría en Alianza para hacer trío central con Sozzani y Frank Ruiz, se fue expulsado. También Dezotti, el que según Bilardo era el único delantero de un fútbol que en el futuro iba a jugarse sin ellos. Codesal, el malo de la película, quedó en la historia y en la imagen final del televisor como el silbante que torció la historia a favor de los de blanco en detrimento de los de azul.

Tres

Pasaron 28 años desde el 86. Ya no juego con soldaditos de plomo, porque son tóxicos. Pasaron 24 años desde el 90. Ya no se mueve el televisor Panasonic, que por algún lado subsiste como pieza de museo, porque pesa mucho y porque alguna pantalla plana puede hacer sus veces. O porque en realidad la televisión, en estos tiempos, ya casi nunca es el eje en el torno del cual las familias se reúnen a compartir un domingo.

Müller y Messi: hora de solo uno dirima quién es quién. (Foto: radiopalihue.com.ar)Pero pasan cuatro años para que, en tiempos de smartphones y Whatsapp, lo último sea una excepción. Para que la televisión sí te dé un motivo para convocarte en torno de ella con quienes más quieres. Para extrañar a los abuelos que ya no están y para extrañar horrores, cuando estás a miles de kilómetros de distancia terminando de cubrir el primer Mundial de tu vida y aun con el privilegio de vivir in situ este gran momento, al Papaú que sigue estando allí, firme e impecable como un roble físico y mental, dándote el ejemplo de que no hay nada más importante que saber formar una familia y poder juntarte con ella a compartir un momento como el de este 13 de julio.

Cambiaron algunas cosas y otras no. Entre estas últimas, un detalle: allí están frente a frente alemanes y argentinos. Otra vez dándoles a millones de familias en todo el planeta la opción de reencontrarse y pasar un feliz domingo. Otra vez jugando una final, esa que quiénes pasamos los treinta, queda claro, aprendimos a entender qué significaba a partir de verlos los unos contra los otros. De albiceleste versus verde. De azul versus blanco. De Maradona versus Matthäus o de Messi versus Müller. Siempre con "M", con "M" de Mundial.

Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com

Fotos: revista El Gráfico, radiopalihue.com.ar

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