Final fantasy
Uno
El televisor Panasonic que cambia los canales con ruedita está allí, en
la esquina. Estamos, si la memoria fotográfica no me falla, por lo menos
16 de los hoy 24 primos Castro. El abuelito Roberto está allí, atrás,
sentado en su silla que enfoca a la pantalla en diagonal. La abuelita
Juana está trayendo, cariñosa como ella sola, los platos hondos con la
sopa para todos. Y todos, todos estamos pendientes de la final entre
albicelestes y verdes.
Porque ya no me la pierdo. Una semana antes, el abuelito me ha dado
soldaditos de plomo para que juegue en el patio. Y yo por eso he estado
afuera, desatento al partido, y solo he corrido a verlo cuando mis tíos
gritaban "mano, mano". Y he visto a Maradona, el más famoso de todos,
correr con esa mano en alto. Y cuando he regresado a jugar con los
soldaditos, he vuelto a escuchar a mis tíos y a mi primo Frank gritar
por el mejor gol de todos los tiempos, y volver a ver a Maradona con la
mano en alto, y quizá con su pie zurdo en alto. Y he corrido y he
alcanzado a ver a mi tío Carlos explicándome que a pesar del gol de
Lineker, que es ese gran goleador inglés al que días antes había visto
anotarles tres veces a los paraguayos, no podrán remontarle el partido a
Argentina.
Porque por eso, de ese domingo en que ya no quise, a diferencia del
anterior, despegarme de la pantalla a jugar con los soldaditos de plomo,
en la memoria retengo solo los dos cabezazos: Völler para Höness. No se
cuántos años después aprendería que dos cabezazos en el área son gol,
pero yo ya lo sabía desde antes. Desde ese 29 de junio, día de San
Pedro, de San Pablo y de San Burru. Porque ese es mi otro flash de ese
mediodía: ochenta y siete minutos y él corriendo, loco como él solo,
descarriado como él solo. Y definiendo cruzado a la mano derecha de
Schumacher, que por entonces no era sinónimo de automovilista sino de
gran arquero. Tres a dos. Triunfo de Sudamérica. El martes, el
suplemento mundialista de El Comercio titulaba "La Copa pasó por Lima",
en alusión a la escala de los campeones con el trofeo por el Jorge
Chávez. Orgullos ajenos, que les decían, que les dicen, que son propios
de cuando aprendes a ver el Mundial de lejos, las finales de otros, las
finales de ellos.
Dos
La casa de los otros abuelos. Domingo, día de familia y como en toda
circunstancia especial, hay que bajar el televisor grande a la sala. Es
también Panasonic pero ya con control remoto; lo compró mi tía Pilar y
era un lujo. Modernidades de esos albores de los noventa.
Solo el Mundial o las elecciones, en realidad, permitían que bajáramos
del cuarto el televisor de los abuelitos. Vimos en la sala el Alemania -
Holanda con el escupitajo de Rijkaard a Völler; vimos allí a Costa Rica
sucumbir ante Checoslovaquia con Gabelo Conejo lesionado. Y por
supuesto, ahora veíamos la final. Con Maradona, malcriado y con el arete
que Papaú -cariñoso sobrenombre de mi abuelo materno- fustigaba por mal
ejemplo para la juventud, musitando la mentada de madre entre labios
para todos los italianos que silbaban su himno. Con Matthaus, crack de cracks en ese Mundial, reivindicando la '10' para los teutones. Con la
Mamaú gritando cada vez que a los argentinos los atacaban, pensando en
lo que sus tres nietos gauchos estarían sufriendo a la distancia.
¿Fue penal? Siempre he creído que sí. Mis primos dicen que no. También
dicen que en 2009 no fue offside de Palermo ante el Perú de Chemo en
cancha de River. No importa. Brehme la mandó adentro. Ganó el mejor.
Monzón, quien años luego recalaría en Alianza para hacer trío central
con Sozzani y Frank Ruiz, se fue expulsado. También Dezotti, el que
según Bilardo era el único delantero de un fútbol que en el futuro iba a
jugarse sin ellos. Codesal, el malo de la película, quedó en la
historia y en la imagen final del televisor como el silbante que torció
la historia a favor de los de blanco en detrimento de los de azul.
Tres
Pasaron 28 años desde el 86. Ya no juego con soldaditos de plomo, porque
son tóxicos. Pasaron 24 años desde el 90. Ya no se mueve el televisor
Panasonic, que por algún lado subsiste como pieza de museo, porque pesa
mucho y porque alguna pantalla plana puede hacer sus veces. O porque en
realidad la televisión, en estos tiempos, ya casi nunca es el eje en el
torno del cual las familias se reúnen a compartir un domingo.
Pero pasan cuatro años para que, en tiempos de smartphones y Whatsapp,
lo último sea una excepción. Para que la televisión sí te dé un motivo
para convocarte en torno de ella con quienes más quieres. Para extrañar a
los abuelos que ya no están y para extrañar horrores, cuando estás a
miles de kilómetros de distancia terminando de cubrir el primer Mundial
de tu vida y aun con el privilegio de vivir in situ este gran momento, al Papaú que sigue estando allí, firme e impecable como un
roble físico y mental, dándote el ejemplo de que no hay nada más
importante que saber formar una familia y poder juntarte con ella a
compartir un momento como el de este 13 de julio.
Cambiaron algunas cosas y otras no. Entre estas últimas, un detalle:
allí están frente a frente alemanes y argentinos. Otra vez dándoles a
millones de familias en todo el planeta la opción de reencontrarse y
pasar un feliz domingo. Otra vez jugando una final, esa que quiénes
pasamos los treinta, queda claro, aprendimos a entender qué significaba a
partir de verlos los unos contra los otros. De albiceleste versus verde. De azul versus blanco. De Maradona versus Matthäus o de Messi
versus Müller. Siempre con "M", con "M" de Mundial.
Composición fotográfica: Roberto Gando / DeChalaca.com
Fotos: revista El Gráfico, radiopalihue.com.ar