Composición fotográfica: José Salcedo / DeChalaca.comLa dimisión del presidente de la FIFA cierra un año de cambios hace no mucho inimaginables en la gestión del fútbol. ¿Qué retos impone la globalización del juego a la era que sobreviene después de Blatter, Grondona y Burga?

Si a inicios de junio de 2014 a algún peruano aficionado al fútbol le hubieran dicho que cerrara los ojos e imaginara todo lo que se le ocurriere que podría pasar con este juego al cabo de un año, habría sido factible que acertara con un pronóstico tal como el siguiente: Alemania campeón del mundo, Barcelona otra vez finalista de Champions League, clubes argentinos campeones tanto en Libertadores como en Sudamericana y Cristal campeón peruano -y eliminado en primera ronda del torneo continental.

Lo que ese aficionado no podría en ningún caso haber imaginado, sin duda, es que ese mismo fútbol ya no tendría como cabezas visibles a Joseph Blatter, Julio Humberto Grondona o Manuel Burga. Resulta descabellado aceptar que el juego haya terminado siendo más predecible en la cancha que en los escritorios. Pero esto último, a su vez, invita a reflexionar en cómo el concepto del mundo sobre la gestión del fútbol ha terminado aceptando la figura del ejecutivo a cargo como una especie de tótem intocable o un elemento de infraestructura.

Paradojas de mercado

En el mundo del fútbol, nadie imagino que Joseph Blatter dejara de ser la cabeza de la FIFA (Foto: El Nuevo Herald)

Hay quienes entienden a la FIFA y sus subsidiarias como una extensión de una película de Scorsese. Y lo cierto es que resulta difícil encontrar un modelo de mercado que encaje con la figura de una actividad envuelta en dos paradojas enormes. Una, la de ser gestora de un bien privado cuya trascendencia social es tal que existe un mayor interés global en torno de su destino que sobre el de varios bienes públicos. La otra, que ella misma no es dueña de los medios de producción -los clubes y federaciones afiliados-, pero estos no existen como tales si no pertenecen a ella.

Debido a la última de las razones expuestas, al fútbol y por ende a la la FIFA no termina de serles aplicable el calificativo de oligopolio. Porque si los productores de leche un día deciden agruparse y no venderle a la gran marca, cobran poder relativo de negociación en la medida directa en que se sumen más de ellos a la causa. Pero en el mundo del fútbol, el poder relativo de negociación está demasiado mejor distribuido, pues no necesariamente los seleccionados de países con mayores presupuestos o capacidad de influencia económica son los mismos que producen mayor nivel de juego -o más leche, para seguir con el ejemplo-.

Por lo expuesto, la figura del boicot -que sí operó en el ámbito olímpico, por ejemplo, porque Estados Unidos y Unión Soviética tenían tanto peso relativo en lo político como en lo deportivo- no sirve directamente para el fútbol. En esa línea, a efectos de lo ocurrido en FIFA en los últimos días, más importante que el hecho de que Inglaterra o Alemania hayan barajado autoexcluirse del siguiente Mundial ha sido que se haya insinuado una posible dimisión de algunos patrocinadores gigantes por el desprestigio que los escándalos de corrupción han causado a un juego que ellos auspician. 

Fenómenos globales (y redondos)

A pesar de recibir muchos golpes de parte de la opinión pública, hombres como Blatter y Grondona democratizaron el fútbol (Foto: tn-ar.com)

Así, las dos paradojas planteadas se retroalimentan y convergen en un único fenómeno: si el fútbol es hoy tan importante para tanta gente es porque resulta ser, en el siglo XXI, una de las actividades que mejor iguala a las personas. En un mundo que luchó por siglos contra las discriminaciones de diversa especie, un juego que permite que once seres humanos compartan, por noventa minutos, las mismas reglas que otros once cualesquiera que no necesariamente son del mismo credo, raza, peso o talla es sencillamente potente. Y su relevancia es aún mayor cuando esos grupos de once se multiplican por millones que imaginariamente se identifican con los colores que los que están de un lado de la cancha defienden y por tanto se igualan, en un fenómeno análogo, con los otros millones que alientan al equipo contrario.

En ese sentido, es increíble caer en la cuenta de que si hoy el fútbol es más inclusivo que en sus inicios, tanto en el mundo como en el Perú, es en buena medida por acción directa de las cabezas que ya no están. De Blatter, Grondona o Burga se podrá decir cualquier cosa excepto que no promovieron la democratización de este deporte. El suizo fue el principal promotor de un Mundial con 32 equipos en el que continentes marginados como Asia o África tuvieran clasificaciones directas con las que antes no contaban. El argentino rompió el modelo de cinco clubes reinantes en su país, que prácticamente obligaba a que cualquier jugador surgido en un equipo chico tuviera que pasar por Boca, River, Racing, Independiente o San Lorenzo antes de ser vendido al exterior; eso equilibró las finanzas relativas y permitió que, en los 20 años bajo el mandato de Grondona, hasta seis clubes que jamás habían sido campeones lograran títulos. Y Burga empoderó como nadie antes a las federaciones departamentales y mantuvo a ultranza el ascenso directo de la Copa Perú, único torneo en el mundo que incluye a más de 20 mil equipos y en el que participan casi todas las jurisdicciones del mapa político del país.

Lo señalado no quiere decir ni que las anteriores hayan sido medidas deportivas necesariamente positivas, ni que esas acciones democratizadoras hayan provenido de espíritus inocentes o samaritanos. Ni siquiera responde a que los tres personajes hayan provenido de minorías: un suizo en el mapa futbolístico mundial, un dirigente del modesto Arsenal de Sarandí en el esnobista mapa futbolístico argentino o un chiclayano en el centralista mapa futbolístico peruano. Fundamentalmente, se trató de una respuesta política para hacer funcionar el negocio bajo los parámetros impuestas por las paradojas planteadas al inicio. Con un modelo que, alineado con las reglas del juego que regenta, iguala el voto de los participantes, incluir y contentar a más, a las periferias, fue para Blatter, Grondona y Burga garantía de canje de votos y estabilidad en las urnas cada vez que debieron ir a una reelección.

Siempre cerca a sus respectivas elecciones, Joseph Blatter y Manuel Burga lograron estrategias favorables para obtener sus votos necesarios (Foto: peru.com)

Así, otra vez paradójicamente, en la medida en que el fútbol se fue volviendo más inclusivo, también se convirtió en una actividad más clientelista. En la que, con Blatter, Grondona y Burga en el cargo, ocurrieron rarezas como que Italia y España se fueran de un Mundial eliminados por Corea del Sur, River Plate se fuera al descenso y tanto Alianza como Universitario acabaran técnicamente quebrados y subsistiendo por la buena voluntad de la Sunat. Esos cambios de paradigma han permitido, entre otros aspectos, que así como en el Perú el nuevo presidente de la FPF proviniera de Juan Aurich o en Argentina asumiera uno de Argentinos Juniors, en la FIFA la oposición a Blatter se haya conglomerado en torno de la postulación de alguien proveniente del futbolísticamente incipiente mundo árabe: el príncipe Ali bin Al-Hussein, cuya candidatura se superpuso a figuras europeas más sólidas en fama -como la del exdelantero portugués Luis Figo- o propuestas -como la del articulado holandés Michael van Praag.

Un desafío transparente

Con mayor interés global en torno del fútbol, no es extraño que estructuras de corrupción que por décadas fueron vox populi en la hablantía popular que rodeaba al fútbol hayan terminado cediendo. Porque el de 2015 es un mundo post crisis financiera internacional en el que la dimensión ética de los negocios ha recobrado -para bien- sustancial fortaleza, debido a que las malas prácticas causaron un cataclismo económico que arruinó la vida de mucha gente. Esa constatación de los efectos perniciosos de la corrupción vía el impacto en la cotidianidad de la persona de a pie hace que hoy la censura global a cualquier hecho que la personifique sea mayor que nunca, y más todavía si se trata de un bien como el fútbol que, está dicho, es privado pero parece público y, sobre todo, enciende pasiones.

En esa línea, no es difícil suponer que asuma quien sea que suceda a Blatter, no tendrá condiciones dadas en ningún caso para ocupar el cargo por un periodo largo, como no las tiene Edwin Oviedo en la FPF -"estoy cuatro años y me voy"- ni quien formalmente suceda al fallecido Grondona tras el interninato de Luis Segura. La era de los dirigentes-tótem descritos inicialmente llegará, al parecer, a su fin a partir de un 2015 en el que el mundo acepta como estándar de buena práctica de gobierno corporativo que no existan gestores eternos, sea por convicción o porque sencillamente en la era de la información en tiempo real todos los plazos se han vuelto más cortos.

La candidatura del príncipe Ali bin Al-Hussein puso en jaque a candidatos europeos que buscan destronar a Joseph Blatter (Foto: diario La Prensa de Honduras)
Pero también en esa línea, es fuerte y hasta triste constatar que acaso sin corrupción de por medio, a 2015 países como Sudáfrica o Qatar -íconos de este fútbol democratizado- no podrían haber llegado a aspirar a organizar un Mundial de fútbol. Eso obliga a pensar que si bien el fútbol comienza a corregir varios de sus males cuando se destapan malos manejos como los denunciados en estos días, existen varias otras debilidades estructurales. ¿Es casual que 113 federaciones hayan votado por Blatter solo cinco días antes de su dimisión? Es la comprobación de que el modelo clientelista del fútbol es, por ahora, aún el más democrático en el juego bandera de la igualdad.

Por lo tanto, el principal desafío al configurar el nuevo orden mundial del fútbol es combinar la búsqueda de transparencia con un sistema que garantice mantener el avance en inclusión ganado en las últimas décadas por este deporte. El gestor que así lo consiga no podrá asegurarse muchos años en el cargo, pero sí marcará una nueva pauta de cómo hacer las cosas.

Composición fotográfica: José Salcedo / DeChalaca.com

Fotos: El Nuevo Herald; diario La Prensa de Honduras; tn-ar.com; peru.com


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