Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.comLa violencia en el fútbol tiene distintas facetas. Pero ninguna tan dañina como la delincuencia organizada. Aunque es tarde, urge romper con esa convivencia.

 

Agosto se puso rojo. El fútbol peruano pasó vergüenza internacional y tocó fondo a nivel local. Desde la desastrosa fecha 12 hasta llegar al pospartido del Universitario - León y toda la previa del Alianza - Barcelona que cerró la deplorable actuación blanquiazul con un acto violento más producto de entregar parte del fútbol a quienes solo se sirven de este. La responsabilidad es compartida con quienes vieron el crecimiento de esta infección violenta y dejaron que se encarne en el deporte hasta llegar inclusive a niveles dirigenciales.

Lo visto alrededor del Monumental y en el Alejandro Villanueva son reflejos del virus que ha tomado el fútbol peruano disfrazado de hinchas pero con el nombre de "barras bravas". Este concepto, que combina fanatismo y violencia, se ha instalado por una supuesta doble necesidad: de parte de los clubes, de tener un grupo radical que defienda sus intereses; y de parte de los hinchas, una especie de ejército que, además, se sirve del club como si tuviera que devolverle algún favor.

Al crearse esta urgencia en el fútbol de la barra brava, muchos se preguntan quién va a alentar si no es ella. Así, convierten a estos grupos en parte de una tradición que ha terminado con la tranquilidad del resto y ha creado un nicho donde la violencia se puede reproducir y controlar incluso al club, tanto que pesan en sus decisiones o tienen "facilidades" para tomar posiciones dentro de él. Estas concesiones que han logrado a lo largo de los años se convierten en el foco de negocio para estos grupos que ya no solo delinquen y deciden, sino que también lucran a través del club.

¿Cómo tienen tanto poder?

Quizá, estimado lector, usted se pregunte cómo el poder de estos grupos se sostiene pese a que consiguen que sus estadios sean vetados o grandes sumas de dinero sean impuestas como multa al club. Puede ser incrédulo, pero también debe observar que hay caras y formas que no cambian. El mismo club en una complicidad directa -como sucedió con el caso de las entradas de barra en Universitario- o indirecta -como ahora en el estadio de Alianza Lima en que las barras de siempre actuaron violentamente por enésima vez- avala que estas organizaciones participen en la institución.

No solo el dirigente le da poder a la barra por una supuesta estabilidad que necesita como si estos grupos puedan ser garantía de ello, sino también por conveniencia política. Así como lo hizo el voluminoso y execrable expresidente de Universitario en la década de los noventa. Ese nefasto precursor de las barras bravas en el fútbol peruano.

Medidas inservibles

El empadronamiento de las barras no ha servido de nada. En primer lugar, se oficializa a organizaciones que promueven la violencia y dañan al club. Luego, la fiscalización de los clubes sobre las barras empadronadas es bastante ineficiente. La muestra es que los delincuentes de siempre están en la tribuna fecha a fecha. Finalmente, esta medida en su fase inicial es supervisada por la mismas barras, las cuales se ha demostrado no están facultadas para encargarse de ello por su ánimo de lucro y metodología violenta para organizarse.
Otro camino que las autoridades creen que se debe seguir frente a estos actos violentos es el cierre de estadios. Medidas sobre todo populistas que solo hacen lucir más derrotado al fútbol frente a la violencia. Entonces, se empodera a la delincuencia sobre el deporte. Ademas, no tiene ningún efecto correctivo, pues un estadio de fútbol solo es un escenario más para estos delincuentes que pueden actuar a diez o cien metros con la misma violencia.

La siguiente acción usualmente tomada por las autoridades, y la más absurda, es la prohibición del ingreso instrumentos y banderolas a los estadios. La excusa quizás es más absurda que la medida: "ahí introducen drogas y armas". Entonces, los encargados de la seguridad del estadio aceptan su derrota e incapacidad para controlar su ingreso. ¿Es tan difícil o simplemente no hay ganas de hacerlo? Finalmente, como toda medida radical no tiene siquiera criterio, pues a ojos de las autoridades un partido amistoso entre Perú y Panamá en el cual el 95% de espectadores corresponde a familias y el resto a hinchas de verdad corre tanto riesgo como un clásico con barras bravas.

Este es el contexto del fútbol peruano respecto a la violencia que promueven las barras bravas. No solo afectan los partidos, también a los clubes por dentro. Son una enfermedad que supo causar gran dolor por el odio que emerge de su ideología. El fútbol peruano está enfermo de violencia y lo ocurrido esta semana es un síntoma: ¿anestesiamos el tumor o lo extirpamos de una buena vez? Se necesita un trabajo de inteligencia, una cirugía para separar a los delincuentes de los buenos hinchas y a la violencia del fútbol.

Composición fotográfica: Aldo Ramírez / DeChalaca.com
 

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